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Una utopia reaccionaria

¿Un estado palestino al lado de Israel?

Cristina Mas, 11 de enero de 2008




“Israelíes y palestinos deciden en Annápolis
relanzar el proceso de paz”. Este era el titular
del pasado 26 de noviembre, sobre el inicio de
la conferencia en que Israel, la Autoridad
Nacional Palestina (ANP), 16 regímenes árabes
y los representantes de la UE corrían a aplicar
con buena letra los dictados de Bush. El
enésimo encuentro internacional (más de un
cuarto de siglo después de la Conferencia de
Madrid que dio lugar a los acuerdos de Oslo)
en que se habla de poner las bases para la
creación de un estado palestino al lado de
Israel. Pero el titular se escribía con letra
pequeña esta vez, porque esta utopía ya no
tiene ninguna credibilidad.

“En la promoción de la meta de
dos estados, Israel y Palestina, que
vivan juntos en paz y seguridad,
acordamos la puesta en marcha
inmediata de negociaciones bilaterales
de buena fé, con objeto de
concluir un tratado de paz que resuelva
todos los temas pendientes,
incluidos,los asuntos centrales sin
excepción, según lo que se especifica
en acuerdos anteriores”, dice
el texto pactado en Annápolis. Y, por
si faltaba retórica, se hace referencia
explícita al cumplimiento de la
“Hoja de ruta”, el plan que Bush
promovió unos días después de
empezar la invasión de Iraq, el 2003,
plan en que las dos partes se comprometen
a “cumplir con sus respectivas
obligaciones”. Baste recordar
que por la parte palestina Abbas
se compromete a “enfrentar el terrorismo
y la incitación al terrorismo”
para garantizar la seguridad de Israel
- política que hoy se traduce en
el bloqueo criminal que hunde Gaza
en la pobreza. Mientras que Olmert
acepta el desmantelamiento de los
puntos de control militar en los territorios
ocupados palestinos (condición
que su ministro de defensa,
Ehud Barak desmintió dos días después
de Annápolis) y detener la expansión
de las colonias (pero a finales
de diciembre se anunció que el
presupuesto de Israel para 2008 incluye
la construcción de 250 viviendas
en el asentamiento de Maaleh
Adoumim -Cijsordània-, 307 en Abu
Gnaem y 500 en Mar Homa -Jerusalén
Este). Por otra parte, sólo el
mes pasado, 68 palestinos fueron asesinados y 450 detenidos por el
ejército israelí. Y eso que hablan de
paz...

Si el contenido del acuerdo ya es
lo suficientemente caduco, no hace
falta olvidar quién es el interlocutor
palestino. Abbas, presidente de la
ANP, participó en la conferencia sin
el apoyo del parlamento palestino
(su gobierno boicotea a Hamàs, que
tiene la mayoría de la cámara, y una
tercera parte de los diputados están
encarcelados en Israel), sin la
autorización del Comité Ejecutivo de
la Organización para la Liberación
de Palestina, y sin ni siquiera el visto
bueno de la dirección de su propio
partido, Al Fatah, que no se reunió
para tomar una decisión. Un
presidente palestino que se niega a
dialogar con Hamàs, pero no tiene
ningún problema para sentarse a
una mesa con los representantes
de un estado que cada día asesina
indiscriminadamente a su pueblo,
sitia sus ciudades, hace detenciones
masivas y somete al hambre a
un millón y medio de palestinos en
Gaza. El aislamiento de Abbas se
vio el mismo día de la conferencia,
cuando los cuerpos de seguridad de
la ANP reprimieron fuertemente las
movilizaciones anti-Annápolis que se
organizaron en las principales ciudades
de Cisjordania (Ramallah,
Jenin, Tulkarem, Nablús, Hebrón...),
con el resultado de un muerto, 50
heridos y 300 detenidos. Los manifestantes
cantaban consignas como
“Abbas, abbas, no renunciaremos
al derecho al regreso de los refugiados
a cambio de dinero” o
“Abbas, traidor”. En Gaza, la manifestación
reunió decenas de miles
de personas, y Hamàs aprovechó
la ocasión para recordar que no reconoce
el estado de Israel. El papel
de Abbas en Annápolis sólo ratificó
que es un títere en manos del imperialismo
y de Israel, para hacer el
trabajo sucio reprimiendo a la oposición
interna.

Gaza

En Gaza, la tensión sigue creciendo.
El bloqueo hace la situación
cada día más insostenible. Más de
800 enfermos críticos esperan la
autorización de Israel para recibir
tratamiento médico y sus familiares
son sometidos a coacción por parte
del GSS (servicios secretos
israelíes, “shabac”) para convertirse
en informantes a cambio del permiso,
según denuncia la ONG israelí
“Médicos por los Derechos
Humanos”. El hambre y la miseria,
que Israel utiliza impunemente con
la complicidad de los EEUU, la UE,
la ONU y Rusia (que apoyan un bloqueo
impuesto por el resultado de
unas elecciones al fin y al cabo democráticas)
se desperdigan por la
franja. Gaza, convertida en una
gran prisión a cielo abierto, es una
olla a presión y Hamàs, acorralado,
responde intentando mantener el
control a cualquier precio. Así la prohibición
de manifestaciones, que
acabó con el ataque a la manifestación
de Fatah en el aniversario de
la muerte de Arafat: la convocatoria
era una clara provocación, y Hamàs cayó en ella a cuatro patas
atacandi una movilización de masas.
Pero este episodio tuvo mucho más
eco que el hecho de que Fatah prohibiera
la manifestación en Cisjordania
del 14 de Diciembre, aniversario del
establecimiento de Hamàs en este
territorio, y que la reprimiera con las
armas puestas por los EEUU en manos
de Abbas. El enfrentamiento entre
Hamàs y Fatah no es una guerra
civil entre facciones, sino el resultado
de la política de “divide y vencerás”
del imperialismo e Israel, que ha comprado
a un sector de la dirección de
Fatah para servir a sus intereses.

¿Uno o dos estados?

Entre las organizaciones palestinas
ha surgido un nuevo/viejo debate sobre
el programa político, discusión que
ha ganado resonancia con Annápolis.
¿Hace falta defender un estado
palestino al lado de Israel? Un sector
de la dirección palestina (y de la izquierda
israelí) empieza a responder
que no (1). El primer argumento es
que ya hace más de veinte años que
se intenta llegar a la solución de los
dos estados, y que esto no sólo no
ha traído ninguna solución para los
pueblos, sino que ni siquiera ha permitido
abrir un proceso capaz de acercarla.
Se añade a ello que ignora la
realidad política existente sobre el terreno,
que deja sin esperanza a los
árabes que viven dentro de Israel
como ciudadanos de segunda, y que
niega el legítimo derecho de regreso
de los refugiados que fueron expulsados
por la fuerza en 1948 con la constitución
del estado de Israel, y los que
se han tenido que exiliar en estos 60
años como consecuencia de la ocupación.
La realidad es que la ficción
política de una solución con dos estados
sólo ha servido para preservar
la hegemonía colonial de Israel. Pero
más significativa parece una tercera
idea al respecto: “presume una falsa
paridad de poder y pretensiones morales
entre el pueblo colonitzado y
ocupado, por un lado, y el Estado
colonizador y el ocupante militar por
el otro”.

Israel es un estado racista, producto
artificial del colonialismo y su razón de
ser es su papel de portaaviones armado
del imperialismo en un territorio
de tanto valor estratégico como
Oriente Medio. Pero si acabar con un
estado como este en Sudàfrica era una victoria de los derechos humanos y
la democracia, en este caso se considera
que este argumento es una violación
de un derecho sagrado a la supremacía
étnico-religiosa, que se presenta bajo el
eufemismo del “derecho de Israel a existir
como Estado judío”. ¿Qué derecho tiene
a existir un estado resultante de la usurpación
de tierras por la fuerza armada del
colonialismo, que hoy sigue aplicando un
genocidio sistemático y que es una amenaza
constante por todos sus vecinos?
El único “derecho” aquí es el que viene
de la fuerza. ¿Cómo se puede pedir a los
palestinos que busquen la manera de
“convivir en paz al lado” de este estado,
en un territorio formado por bantustanes?
Era lo mismo que durante décadas se
pidió al Congreso Nacional Africano, y que
la población negra de Sudàfrica rechazó
no aceptando vivir en “ghettos” al lado
de un régimen de apartheid.

No hace falta ni decir que esta reflexión
es sobre el estado de Israel y no sobre la
población judía. El problema no es la gente,
sino el aparato militar, legal y político
que desde hace 60 años no está al servicio
del pueblo judío, sino del imperialismo.
Un aparato que vive sólo del conflicto
permanente y que nunca ha renunciado
a su proyecto expansionista.

El camino de los dos estados no es una
solución, sino una utopía reaccionaria. La
única solución real es la consigna histórica
de la lucha del pueblo palestino, a la
cual renunció Arafat y que Abbas ni siquiera
recuerda: un solo estado sobre el
conjunto del territorio histórico de Palestina,
un estado único, democrático, laico
y no racista. Un estado donde puedan
vivir quienes hoy se encuentran en la tierra
histórica de Palestina y quienes fueron
expulsados desde 1948, sin desigualdades
étnicas o religiosas. Para conseguirlo,
hace falta derrocar uno de los principales
baluartes del capitalismo mundial,
que invierte cada año miles de millones
de dólares en mantener esta avanzadilla
armada en un lugar clave. Por esto afirmamos
que el estado de Israel no desaparecerá
sin un proceso revolucionario.
Una Palestina unificada, democrática, laica
y no racista es necesariamente un proyecto
anticapitalista. No decimos que no
sea difícil, pero la solución de los dos estados
es imposible.

(1)Declaración por un estado único de
Madrid-Londres, 29/12/2007 en
www.rebelion.org / Democracy, an
existential threat? The Guardian 12/12/
2007.

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