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Declaración del CEI

Gadafi pierde Trípoli; ahora les toca a Assad y Saleh

CEI, 5 de septiembre de 2011




La dictadura de 42 años de Gadafi se ha hundido con una guerra civil de 6 meses. La derrota de esa dictadura sangrienta es una victoria del pueblo libio y un paso adelante para el proceso revolucionario árabe. Sin embargo la participación de las fuerzas de la OTAN y el control por el imperialismo de la dirección del CNT, se alzan como un obstáculo que el movimiento rebelde debe superar para hacer triunfar la revolución y la completa destrucción del viejo régimen.

La revuelta popular en Libia empezó en febrero 2011, justo después de las revoluciones en Túnez y Egipto. En una primera etapa, las masas libias organizaron manifestaciones pacíficas en las calles, como las de Túnez y El Cairo. Gadafi respondió con una fuerte represión masiva y empleó métodos de guerra civil que convirtieron las manifestaciones democráticas en una revuelta armada. La primera reacción del imperialismo fue ponerse al lado de Gadafi, el dictador que en los 90 había mejorado sus relaciones con el imperialismo y que a partir de 2000 se convirtió en su fiel aliado. El imperialismo tanto estadounidense como europeo guardó silencio durante semanas para que Gadafi pudiera desgastar el proceso revolucionario libio y que se desarrollara una dirección burguesa alternativa y proimperilista en el campo rebelde. Pero ante la imparable extensión de la revolución en el Magreb y el Próximo Oriente, y en el momento en que el imperialismo se dio cuenta de que Gadafi ya estaba perdiendo la capacidad de defender los intereses del capitalismo mundial en la zona, los EE.UU. y la UE decidieron intervenir directamente en el proceso revolucionario. Así que las masacres que Gadafi empezó a poner marcha el 17 de febrero contra las masas libias y los bombardeos aéreos que la OTAN comenzó a lanzar el 18 de marzo contra las tropas gadafistas, formaban las dos caras de la contrarrevolución en Libia.

Ahora, después de la derrota de Gadafi, lo que va a determinar el destino de la Revolución libia son las milicias armadas. De momento quien tiene en sus manos el poder real no es el Consejo Nacional de Transición (CNT) sino los comités formados por las milicias armadas. El avance o retroceso del proceso revolucionario dependerá de la posición política que vayan a tomar esos comités. El objetivo principal del CNT es, después de redactar una Constitución y convocar las elecciones en un plazo de un año, disolver los comités y desarmar las milicias. Para el CNT esto sería la “transición ordenada” hacia un nuevo orden burgués en el país y poner fin al proceso revolucionario. Por eso, para nosotros, los revolucionarios socialistas, el fin de la intervención militar del imperialismo, la defensa de las milicias armadas y los comités populares, la constitución de un gobierno responsable ante ellas, y la elección de una Asamblea Constituyente independiente y soberana, son las reivindicaciones más importantes para el avance de la revolución libia.

La represión masiva y brutal y los métodos de guerra civil que Gadafi desplegó contra las masas fueron un ejercicio ejemplar a seguir para otras agonizantes dictaduras en la zona y formaba una barrera de fuego ante la revolución árabe. Por eso la derrota de Gadafi puede dar un nuevo impulso a las masas que están luchando contra Bashar al Assad en Siria y Abdullah Saleh en Yemen. Sobre todo en Siria, donde las masas están luchando heroicamente desde hace cinco meses contra el régimen dictatorial de Assad que se inspira de las técnicas de Gadafi de masacrar indiscriminadamente al pueblo movilizando el ejército.
En Siria, al principio las masas exigían reformas democráticas en el régimen y no reclamaban la destitución de Assad, sin embargo la atroz represión de las manifestaciones pacíficas por el gobierno ha sido un elemento determinante para que el proceso revolucionario empezara a ponerse como objetivo la caída de Assad y su régimen.
La dictadura de Assad, mientras aplicaba la violencia del estado contra las masas, también anunciaba y prometía cambios democráticos en el régimen para engañarlas. La abolición de la Ley del Estado de Emergencia, otorgar ciudadanía a los kurdos que forman el 10% de la población nacional, aprobación de varias leyes sobre la vida multipartidaria y la libertad de prensa, fueron los intentos del Gobierno sirio para desviar la atención de las masas movilizadas. Pero al mismo tiempo después de cada “reforma” el Gobierno aumentaba la represión contra el pueblo y desplegaba nuevas matanzas en varias ciudades.

Desde el principio de las movilizaciones populares en Siria se estima que el régimen mató a más de tres mil personas e hizo “desaparecer” decenas de miles. Sin embargo, la represión y las matanzas no han podido eliminar la determinación de las masas y las ayudó a superar el miedo que imponía el régimen desde hace casi medio siglo. Por otra parte el imperialismo, conforme con su posición ante el proceso revolucionario árabe, desde el principio se alineó con Assad contra la revolución. El imperialismo, junto con los países “fuertes” de la región, como Israel y Turquía, y a pesar de los conflictos intestinos ante los procesos revolucionarios democráticos en la zona, optó por apoyar a Assad en sus esfuerzos por integrar Siria en el campo mundial del capitalismo neoliberal y mejorar sus relaciones con el imperialismo. Sin embargo, en el momento en que Bashar al Assad, como Gadafi en Libia, se manifestó incapaz de gestionar la crisis política del régimen, el imperialismo empezó a pedir la dimisión de Assad y a poner sanciones económicas contra Siria.

Los EE.UU., por sus graves problemas económicos en casa y reticente a abrir un nuevo frente político y militar en la zona, otorgó un papel decisivo a Turquía en la coordinación de la “transición ordenada” siria. El primer ministro turco, Tayyip Erdogan, que llamaba “hermano” a Assad hasta hace poco, y cuyo gobierno tomaba el régimen sirio como un aliado estratégico, comenzaron a dar lecciones sobre los beneficios de las “reformas democráticas” al gobierno sirio, a la vez que hospedaron a las organizaciones de la oposición siria para forzar la salida de Assad y dieron cobijo a los refugiados árabes que huían de la represión en las ciudades fronterizas. El Gobierno turco, más bien preocupado por las inversiones turcas en Siria y por las repercusiones emancipadoras que la revolución siria puede tener entre el pueblo kurdo sirio, ahora está enviando a Damasco las “últimas advertencias” del imperialismo y dirigiendo la formación de una oposición burguesa y proimperialista en Siria.

Aunque no está descartada una intervención militar del imperialismo en Siria, no parece ser una opción inmediata tanto por la crisis económica que el imperialismo está viviendo, como por la reacción que puede provocar entre las masas árabes y palestinas en la zona. Sin embargo, el imperialismo que intenta sumar en su haber el proceso libio, puede desplegar la OTAN para intervenir en Siria en el momento en que se vea ineficaz de dominar la revuelta de las masas, y por eso hay que estar alerta ante esa posibilidad. Desde el Comité Internacional de Enlace llamamos a todas las organizaciones obreras y populares a luchar contra cualquier intervención imperialista en Siria y apoyar al pueblo sirio contra la dictadura bonapartista de Assad. El futuro de Siria debe ser determinado solo por el pueblo sirio.

En nuestra opinión, la principal debilidad de la Revolución siria es la falta de una dirección organizada de la clase trabajadora, aunque las masas obreras y populares están participando activamente en las movilizaciones. Como se ha visto en las revoluciones tunecina y egipcia, aparte de las movilizaciones de las masas en las calles y plazas, las huelgas políticas de los trabajadores han sido elementos decisivos en la derrota de los regímenes dictatoriales. De hecho la falta de direcciones obreras y socialistas es la principal debilidad de todo el proceso revolucionario. Para que se realizaran verdaderamente las aspiraciones democráticas de los pueblos del Magreb y Oriente Medio y para que las revoluciones sigan hasta que las reivindicaciones económicas y sociales de las masas estén satisfechas, es imprescindible que los órganos populares y obreros tomen el poder en sus propias manos con una dirección de la clase trabajadora revolucionaria e internacionalista. La principal tarea de los internacionalistas revolucionarios es apoyar la construcción de este tipo de direcciones en las revoluciones.

Comité Internacional de Enlace

5 de septiembre, 2011

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