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Revoluciones árabes

¿Modelo turco?

Muhittin Karkin, 8 de noviembre de 2011




En septiembre pasado el primer
ministro turco, Tayyip Erdoðan,
líder del partido gobernante
Justicia y Desarrollo (AKP),
hizo un alegre viaje a Egipto,
Túnez y Libia. Se dirigió a las
multitudes tunecinas y libias
(las autoridades egipcias no le
dieron esa oportunidad),
reclamando el «fin de las
dictaduras» y la construcción
de la democracia en los países
musulmanes. Presentó a
Turquía, bajo su liderazgo,
como ejemplo de desarrollo
económico de un país subdesarrollado
con democracia, sin
dejar de apoyar la justa lucha
de los pueblos, como la de los
palestinos contra Israel. Al
volver a su país, Erdoðan, en
una conferencia de su partido,
declaró que el AKP ya era un
«partido mundial».

El papel de Erdoðan de promocionar
Turquía como modelo para los
países árabes, apoyado tanto por el
imperialismo estadounidense como
por el europeo, se basa en varios
procesos históricos que Turquía está
experimentando. Primero de todo,
el AKP realizó un gran sueño de la
burguesía turca: desmantelar toda
la industria estatal, privatizar todas
las empresas públicas, liberalizar la
economía para integrarla en el mercado
internacional y «reformar» toda
la legislación laboral y social
(flexibilización del trabajo, precariedad,
despidos masivos, privatización
de la seguridad social, etc.). Para
esto, el Gobierno tuvo que limitar la
voz y voto (más bien la «espada»)
de la burocracia estatal (militar y civil)
liderada por las fuerzas armadas,
que controlaba todos los aspectos
de la vida política y económica. Así
que los cambios en las leyes y en la
Constitución que realizó el AKP, y
después la detención de más de un
centenar de generales y oficiales del
ejército por conspirar contra el Gobierno
y preparar golpes de Estado,
crearon un ambiente político más
democrático con la sensación de
que el país ya estaba poniendo fin al
régimen bonapartista que imperó
desde la formación de la República
en 1923.

Para llevar a cabo esta tarea de
la «revolución burguesa», Erdoðan
ondeó dos enseñas: europeísmo y
populismo. Para transformar la economía,
reivindico la integración de
Turquía en la Unión Europea y siguió
religiosamente el guión liberal
Comunitario, hasta cumplir con todos
los requisitos que la legislación
europea exigía a los países miembros
para crear un «mercado libre».
Junto a eso, aprovechó las normas
«democráticas» de la Unión para
presionar a los militares turcos, alejándolos
de la vida política y fortaleciendo
el papel del parlamento, en
el que manda la burguesía industrial
y financiera, y que está liderado
por su partido.

En el capítulo populista, Erdoðan
se presentó como un «gran demócrata
» que desmantelaba el odiado
régimen dictatorial que las masas
venían sufriendo por su permanente
represión política y social.
Para movilizar electoralmente a las
masas, el AKP utilizó un discurso
islamista ante el nacionalismo y laicismo
de la ideología kemalista del
oficialismo estatal, pero «curiosamente», combinando el nacionalismo
turco con la creencia musulmana
y redefiniendo el laicismo en
un nuevo contexto religioso («respetar
todas las creencias no musulmanas» y «no intervención del Estado
en los asuntos religiosos»). De
ahí la denominación occidental de
«islamismo moderado». Así, el AKP
se consolidó como un partido conservador
burgués, similar a cualquier
partido cristiano demócrata europeo,
que integra una parte de las
exigencias democráticas de las
masas en un contexto social y religioso
reaccionario. La disputa de
Erdoðan con Israel a partir de la
masacre sionista en Gaza en 2008,
y de la matanza de 9 voluntarios de
ayuda humanitaria a Gaza del barco
Mavi Marmara, también fortaleció
la figura del primer ministro en el
mundo musulmán.

Por otra parte, la liberalización de
la economía turca a partir del 2003
atrajo grandes cantidades de capital
extranjero que dieron un impulso
al PIB, con niveles del 10% durante
varios años. Durante la crisis económica
mundial que empezó en
2008, el gobierno turco mantuvo el
crecimiento (excepto por una leve
caída en 2009) gracias a la regulación
bancaria que se hizo después
de la profunda crisis financiera que
vivió en el 2001, y a la condición de
ser uno de los talleres mundiales
donde la mano de obra es más barata
y la flexibilidad laboral más amplia, compitiendo en este terreno
con China e India. También el Gobierno
organizó una expedición económico-
diplomática hacia los países
de la zona (sobre todo Irak, Egipto,
Libia, Azerbaiyán, Ucrania, Rusia,
etc.) que ofreció a la burguesía vender
sus productos (y servicios) a nivel
internacional. Para muchas empresas
multinacionales, Turquía asumió
el valor añadido de ser la punta
de lanza para entrar en los mercados
de oriente medio.

No obstante, este crecimiento no
sólo no sirvió para eliminar la enorme
brecha entre las rentas de la
burguesía y la población trabajadora,
ni fue para eso, sino que acentuó
la polarización social y económica,
extendiendo la extrema pobreza
a sectores más amplios. Al
mismo tiempo que las industrias públicas
fueron desmanteladas, la agricultura
tradicional también fue destruida
por la falta de subsidios y apoyo
gubernamentales, provocando
éxodos del campo a las ciudades,
donde ya no hay más trabajo. Pese
a la tasa de oficial de desempleo
(13%), la cifra real supera el 20%,
llegando al doble entre la población
joven.

Por otra parte, la democracia del
«islamismo moderado» no se extiende
a la clase trabajadora y al
pueblo oprimido, los kurdos. Afiliarse
a sindicatos es castigado por los
empresarios con despidos masivos,
aprovechando la connivencia del
Gobierno y la colaboración de la justicia.
Organizar partidos es libre,
pero a condición de que no planteen
un cambio radical en el sistema
establecido, algo que puede ser
castigado como «terrorismo» con
penas más duras. Tampoco los
kurdos pueden reivindicar sus derechos
nacionales, de identidad y
autonomía regional, lo que según
el Gobierno no es más que apoyo
al terrorismo del PKK. Las declaraciones
del PKK de dejar las armas
y participar en la vida política son
rechazadas por el Gobierno, y responde
con una represión férrea y
con intervenciones militares en el
norte de Irak, es decir, en el sur del
Kurdistán. Actualmente las cárceles
turcas tienen más de 4 mil presos
políticos, turcos y kurdos.

Y ahora el imperialismo está
promocionando (a través de la prensa
y otros medios de comunicación)
el «modelo tuco» para los países
árabes donde las revoluciones están
en marcha. Un modelo económico
muy querido por Wall Street y
la City londinense, y un modelo político
muy útil, a las órdenes de la
OTAN con los escudos antimisiles
colocados en las bases de Anatolia,
que coinciden con las esperanzas
expansionistas de la burguesía turca
y las ambiciones personales y
partidistas de Erdoðan. Los pueblos
árabes tendrán la conciencia de
que este modelo sólo sirve para
construir gobiernos burgueses y pro
imperialistas que terminarían los procesos
revolucionarios. Unos procesos
históricamente tan importantes
que pueden llegar hasta la independencia
nacional y la liberación social
bajo una dirección obrera y verdaderamente
revolucionaria internacionalista
en esos países.

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