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Ataque israelí a Gaza

Los palestinos y el nuevo Oriente Medio

Leila Nassar, 4 de diciembre de 2012




La última ofensiva israelí
contra la franja de Gaza, que
dejó 170 muertos y sembró la
destrucción, ha sido una
demostración de fuerza militar.
Pero este poderío no esconde
el debilitamiento de Israel en
una región sacudida por los
procesos revolucionarios. A
diferencia de lo que ocurrió en
2008-2009, cuando el ejército
israelí entró en la franja y
asesinó a 1.500 palestinos,
esta vez no hubo invasión por
tierra, a pesar de que los
cohetes palestinos habían
alcanzado Tel Aviv y Jerusalén,
y se llegó a una tregua con
Hamás, basada en atenuar el
bloqueo.

¿Por qué atacó ahora Israel? El
primer ministro Netanyahu tomó la
iniciativa con el asesinato de Ahmed
Jabari, jefe militar de Hamás, con
quien se estaba negociando una
tregua indefinida. No por casualidad
(cómo hace 4 años), el ataque llegaba
a dos meses de las elecciones
en Israel, como la mejor campaña
electoral de la derecha de
Netanyahu, que ahora concurre en
coalición con la extrema derecha de
Lieberman. En esta ocasión, además,
Netanyahu, que había apoyado
a Romney en la campaña norteamericana,
quería comprometer
a Obama en el apoyo incondicional
a Israel.

El segundo día de los ataques,
una delegación de mandatarios de
17 países árabes, incluido el primer
ministro de Egipto, visitaba la franja
exigiendo un alto al fuego. Nadie
pisó Gaza hace cuatro años y la
dictadura de Mubarak se encargó
de mantener cerrada la frontera
mientras los soldados israelíes
masacraban a la población: las fuertes
protestas contra esta política
cómplice supusieron un fuerte desgaste
para el régimen. Hoy, los procesos
revolucionarios han roto el
marco de seguridad en el que vivía
Israel desde hace cuarenta años:
la causa palestina siempre ha tenido
un fuerte apoyo entre los pueblos,
pero Ben Ali, Gaddafi,
Mubarak i Bachar al Asad eran
garantes de la seguridad de Israel.

El caso de Egipto es el más claro:
después de los acuerdos de
Camp David, que sellaron la paz
con Israel, la casta militar con
Mubarak al frente, se convirtió en
el primer receptor de ayuda económica
norteamericana. Posteriormente,
Egipto empezó a vender
gas a precio de saldo a Israel, a
través del oleoducto del Sinaí, que
sufre decenas de ataques cada
año. Después de la revolución, el
presidente Mursi, ligado a los Hermanos
Musulmanes, ha tenido una
política ambigua: ha ratificado los
acuerdos con Israel, pero ha levantado
parcialmente el bloqueo de la
franja, aunque ha destruido gran
parte los túneles de contrabando
por los que entraban alimentos y
armas. Ante el último ataque de
Gaza, Mursi sabía que no podía
repetir la política de Mubarak: muy
cerca está el recuerdo de las
movilizaciones masivas y el asalto
a la embajada israelí en el Cairo. Si
los ataques se hubieran alargado o
si se hubiera producido la invasión
por tierra, la presión de las
movilizaciones sobre Mursi habría
sido insoportable, más cuando todavía
no ha conseguido estabilizar
el nuevo régimen.

Egipto, con el aval de Estados
Unidos, fue clave para frenar la
agresión israelí (y también para presionar
a Hamás y detener el lanzamiento
de cohetes) y esto le reforzó,
al punto que Mursi se vio con
fuerzas para, dos días después, dar
un golpe de mano atribuyéndose
poderes absolutos e imponer la nueva constitución. En Israel, aunque
la tregua fue criticada por algunos
sectores ultras, parecería
que el ataque ha reforzado
electoralmente a Netanyahu, que
puede decir que ha destruido la
capacidad militar de Hamás.

El frente palestino

Pero la ola revolucionaria en la
región también ha tenido su impacto
en el frente interno palestino. El
más importante es la ruptura de la
dirección de Hamás con el régimen
sirio de Bachar al Asad, que pinta
la bandera palestina en los tanques
que masacran a su población. A
diferencia de Hezbolá, su dirigente,
Khaled Meshal abandonó Damasco
y declaró que los palestinos
no pueden estar al lado de un régimen
criminal.

El ataque a Gaza volvió a poner
a Hamás en el centro de la situación,
frente a Al Fatah y la Autoridad
Palestina, que quedaron en
segundo término. Fueron muy importantes
las manifestaciones en
Cisjordania en solidaridad con Gaza,
que demuestran que la ruptura entre
los dos territorios es más cosa
de las direcciones que de la gente.
Abu Mazen, presidente de la
Autoridad Palestina, quiso retomar
la iniciativa con la petición del reconocimiento
de Palestina como
estado observador de la ONU. Aquí
sí tuvo el apoyo de Hamás, lo que
abre la puerta a la aceptación por
los islamistas de las fronteras del
67 y por ende del estado de Israel.

La votación en la ONU volvió a
evidenciar el aislamiento de Israel,
sobre todo por la pérdida de apoyos
en Europa: 138 votos a favor,
41 abstenciones (con Alemania y
Gran Bretaña) y 9 en contra (Israel,
Estados Unidos, Canadá, República
Checa y cinco pequeños estados).
El reconocimiento es simbólico
– pasar de «territorio ocupado a
estado ocupado», no es más que
un premio de consolación- pero
podría abrir las puertas de la Corte
Penal Internacional para juzgar a los
israelíes por crímenes de guerra.

La reacción israelí no se hizo esperar:
Netanyahu, acorralado,
anunció la ampliación de las colonias
con tres mil nuevas viviendas
en una zona particularmente sensible,
que partiría Cisjordania en
dos. Nuevamente se demuestra
que la solución de dos estados (sobre
el papel, la que votó la ONU) es totalmente
inviable sobre el terreno. No
hay otra salida que la recuperación
de una Palestina laica democrática y
de los trabajadores en todo su territorio
histórico. Las revoluciones en la
región abren una nueva perspectiva
en este camino.

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