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Norte de África y Oriente Próximo

Un nuevo capítulo de la revuelta permanente

Leila Nassar, 14 de enero de 2013




La mayoría de voces de la izquierda
europea y latinoamericana -bajo la
influencia política del castrochavismo,
que tenía lazos con los
regímenes de Gadafi y Bashar al
Assad- desconfiaron (o condenaron)
desde el principio de la ola revolucionaria
en Oriente Próximo y el Magreb.
Un año después del estallido revolucionario,
el triunfo electoral de
Ennahda en Túnez y de los Hermanos
Musulmanes en Egipto, les sirvió
supuestamente para hacer buenos
sus pronósticos de que la "primavera
árabe" se transformaría en un "invierno
islamista". Ciegas a la dinámica de
la lucha de clases, estas visiones, hoy
son incapaces de explicar el nuevo
ciclo que se ha abierto en los últimos
meses: los gobiernos islamistas se
enfrentan a grandes movilizaciones en
la calle y la cuestión palestina se ha
metido de lleno en el proceso.

Los islamistas se desgastan
en el poder

El carácter espontáneo de las revueltas y
el hecho de que no había una alternativa
organizada a la izquierda hizo que los
islamistas -que habían podido funcionar en
la clandestinidad bajo la dictadura, pero que
no encabezaron la revuelta- fueran la única
fuerza política de la oposición capaz de capitalizar
las elecciones en Túnez y Egipto.
Las elecciones se utilizaron como el cortafuego
de la revolución: la burguesía y el imperialismo
querían frenarla antes de que se
desmantelaran los aparatos de los viejos
regímenes y el terreno electoral era el más
desfavorable para los revolucionarios. La
gente tenía grandes expectativas de que los islamistas, tras años de prisión
y persecución, cuando llegaran al
poder darían salida a las reivindicaciones
que habían conducido
a la revuelta: pan, justicia social
y libertad.

Pero las limitaciones de los nuevos
gobiernos de Ennahda y los
Hermanos Musulmanes se han
visto muy pronto: han mantenido
las políticas neoliberales de las dictaduras,
continúan desangrando la
economía con el pago de la deuda
(en Túnez la deuda externa se ha
multiplicado por 3 desde las elecciones,
lo mismo que en los 23 años
de la dictadura de Ben Ali), y no
han adoptado ninguna medida para
mejorar las condiciones de vida. El
gobierno de Egipto ha ratificado los
acuerdos con Israel y el de Túnez
ha renovado la relación preferente
con la Unión Europea.

Estos gobiernos, cuando se han
visto cuestionados, han repetido los
tics represivos contra los manifestantes
o la prensa. En Túnez, el
episodio de Siliana, con la policía
atacando con balas de goma las
protestas de un pueblo para reclamar
puestos de trabajo y la dimisión
del gobernador (300 heridos,
una veintena de jóvenes que perdieron
uno o los dos ojos) ha sido el
último ejemplo. En Egipto el presidente
Mohamed Mursi tuvo que
ceder ante las movilizaciones contra
el decreto que le otorgaba poderes
absolutos y se ha encontrado
con un 67% de abstención y un
35% de voto No en el referéndum
para ratificar la constitución
islamista.

Contra las negras profecías de la
izquierda que niega la realidad de
la lucha de clases cuando no le
conviene, no hay invierno islamista,
sino que los islamistas se han desgastado
en el poder muy rápidamente.
Porque con el derrocamiento
de los dictadores se perdió el
miedo y las masas vivieron la experiencia
de que la movilización lo
puede todo, y no están dispuestas
a vender barata su revolución. Estamos
ante una revuelta permanente
que tiene por motor unas necesidades
no resueltas (y que no se
pueden satisfacer dentro del actual
sistema) y que, con avances y retrocesos,
va quemando ciclos y
acumula capital político. El alma de
la revolución, los jóvenes parados
sin recursos y sus madres, los estudiantes,
los trabajadores, hicieron
saltar la tapa de la olla de presión
que eran las dictaduras de Ben Ali
y de Mubarak y continúan luchando
por unos derechos que el capitalismo
les niega. Estas revueltas
son un proceso abierto y el deber
de todo revolucionario es intentar
contribuir a que no se detengan.
El otro rasgo significativo de todo
el proceso ha sido su carácter internacional.
Los avances en un país
se extienden y alimentan el conjunto
y viceversa: los jóvenes
tunecinos han seguido con atención
el cuestionamiento del gobierno
de Egipto y todo el mundo
mira hacia Siria. El debilitamiento
y probable final del régimen de
Bashar al Asad -como antes la
caída de Gadafi-supondrán un
nuevo impulso.

Palestina entra en escena

Como analizábamos en LI 120,
la reacción a la última ofensiva israelí sobre Gaza hizo evidente que
las revueltas también han abierto
una nueva situación para la causa
palestina, porque han roto el marco
de "seguridad" en que se ha
movido Israel los últimos cuarenta
años. El sionismo ya no tiene el fiel
aliado Mubarak para reprimir a las
masas egipcias, y el nuevo gobierno
de El Cairo debe actuar bajo una
gran presión de la calle.

El proceso abierto de revoluciones
en la zona ha permitido -como
decíamos- parar una masacre en
Gaza como la de hace cuatro
años. Al mismo tiempo crecen las
movilizaciones que rompen la división
de papeles y zonas de control
que se habían repartido Hamas
(Gaza) y Fatah (Cisjordania). La exigencia
de unidad frente al enemigo
israelí e imperialista que reclama el
pueblo tiene esencialmente ese
componente de recomposición de
la unidad entre Gaza-Cisjordania
para recuperar la lucha contra la
ocupación.

Pero al mismo tiempo la entrada
en escena de los palestinos aporta
un componente antiimperialista indiscutible.
Años de lucha y sufrimiento
del pueblo palestino han
demostrado la conexión de Israel
con Estados Unidos y las otras grandes
potencias. En el caso palestino no hay margen para
las ambigüedades
que el imperialismo
ha utilizado en otros
países y que han
generado ilusiones
esperando ayuda de
occidente a los procesos
revolucionarios.

En Siria estas
ilusiones crearon
una parálisis y un
compás de espera
que se rompió después
del verano: la
toma de conciencia
de que la ayuda militar
exterior no llegaría
(que Siria no era
Libia) impulsó una
reactivación de la lucha
con los propios
medios de los que disponía la resistencia
y el Ejército Sirio Libre.
En este contexto, la resistencia
armada ha llegado a las puertas
de Damasco, el corazón de la
dictadura, lo que ha forzado a
Rusia, Estados Unidos y la UE a
empezar a prepararse para una
más que previsible caída de
Bachar.

En este proceso al Assad se ha
quitado definitivamente la careta
de antisionista y ha reprimido sin
escrúpulos los campos de refugiados
palestinos en Siria, como
Yarmouk a las afueras de Damasco,
que habían abierto las
puertas a los sirios que huían de
los combates y a combatientes
del Ejército Sirio Libre. Después
de que casi todas las facciones
de los palestinos de Siria se hayan
puesto del lado de la revolución
y de las masacres de la aviación
siria contra sus campos de
refugiados, ¿qué argumento le
queda a la izquierda que defendía
Damasco como régimen
antisionista? Ignorando de nuevo
la realidad que no cuadra en sus
esquemas, vuelven a levantar los
mismos fantasmas para la Siria
sin Bachar que esgrimieron para
la Libia sin Gadafi, unos pronósticos
que tampoco se han confirmado
(ver artículo de José Diaz
en LI 119): régimen islamista,
partición del país, invasión imperialista,
caos y enfrentamiento étnico
... De hecho son los mismos argumentos
del propio Bachar.

El drama es que esta no es una
polémica teórica, sino que las dudas
sembradas por el castrochavismo
sobre las revueltas en
Oriente Próximo y el norte de África
han generado desconfianza y
desmovilización y cortan la imprescindible
solidaridad internacionalista.
Es muy fácil criticar el avance
islamista tras dejar solos a los revolucionarios.
Y en Siria ya van 75.000
muertos.

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