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Kenia

¿Lucha tribal o situación revolucionaria?

Muhittin Karkin, 16 de febrero de 2008




En Kenia el alzamiento de las masas
a partir de las elecciones presidenciales
del 27 de diciembre del
2007 ha sido presentado por la
prensa mundial como una batalla
salvaje entre tribus, principalmente
los kikuyus y los luos, los primeros
apoyando al actual presidente Mwai
Kibaki, y los segundos al opositor
Raila Odinga. Kibaki robó las elecciones
en que ganó realmente
Odinga, y así los luos empezaron a
matar a los kikuyus. Esto es lo que
las noticias de la prensa de difusión
masiva nos explican de Kenia. Perecieron
más de 1.000 personas y
se desplazaron casi 300.000 por la
hostilidad primitiva interétnica. Nos
asaltaron las horribles imágenes y
los recuerdos de Ruanda.

Para los lectores occidentales, privados
de información suficiente sobre
África, ha sido una absoluta sorpresa
que un país presentado como
un paraíso del turismo, donde reinaba
una democracia estable, se
convirtiera en un par de días en una
jaula del canibalismo. Sin embargo,
la realidad es que Kenia nunca ha
sido un país estable y democrático,
ni ahora se trata de luchas entre
tribus bárbaras, sino de la tentativa
de las masas de buscar una alternativa
ante un régimen corrupto y
pro imperialista.

La primera desinformación que hay que rechazar es que en Kenia
haya meramente dos grupos
étnicos, y que los kikuyus apoyan a
Kibaki, y los luos, a Odinga. Nada
más falso. Las etnias keniatas según
el orden de su población son,
los kikuyus (22%), los kalenjin (15%),
los luhyas (14%), los luos (13%), los
kambas (11%), los kisiis y los merus
(ambos 6%). Esta realidad demuestra
que la victoria parlamentaria del
Movimiento Democrático Naranja
(ODM) de Odinga, que ganó 99 diputados
ante los 43 diputados de
Unión Nacional Africana de Kenia
(KANU) de Kibaki, no era meramente
producto de una etnia, los luos,
como el apoyo que tenía KANU no venía de una sola etnia, los kikuyus.
Se trata de una polarización política
entre todo un pueblo que por mayoría
querría cambiar el régimen dictatorial
y corrupto de Kibaki.

De hecho, desde el principio los
keniatas lucharon como un pueblo
unido contra el imperialismo británico
para liberar sus tierras. Cuando
el Imperio Británico entro en Kenia
en 1888, los colonizadores expropiaron
las tierras tanto de los
kikuyus, como de los kalenjin y luos,
y de otras etnias. La principal organización
guerrillera de liberación popular
(Mau Mau) sí nació en sus
comienzos de la comunidad kikuyu.

Sin embargo, durante el periodo 1952-1960 luchadores de otras
etnias también se incorporaron a la
organización. A pesar de las políticas
del imperialismo británico de
provocar choques entre las comunidades
keniatas, el pueblo quedó
unido en la lucha y logró su independencia
en 1963.

Pero lo que no logró el imperialismo
hasta la independencia lo obtuvo
después. Liberó a Jomo
Kenyatta, uno de líderes de la lucha
de independencia encarcelado
y de origen kikuyu, y tres años más
tarde, en mayo de 1963 organizó
las primeras elecciones que ganó
la KANU convirtiendo a Kenyatta en
el primer ministro. En diciembre del
mismo año Kenya se declaró independiente
y al año siguiente, república
de la que Kenyatta pasó a ser
el presidente. Kenyatta siguió una
política conciliadora con el imperio
británico, manteniendo a la mayoría
de los funcionarios coloniales en
sus puestos. Justificándose con los
disturbios en Somalia y en Nairobi,
pidió ayuda militar a los británicos y
permitió que tropas imperialistas
permanecieran en el país.

Kenyatta incorporó la Unión Democrática
Africana de Kenia (KADU)
de Daniel Arap Moi, de origen
kalenjin, al que convirtió en su vicepresidente,
y construyó una férrea
dictadura de partido único, abriendo
las puertas de Kenia a las inversiones
del imperialismo, sobre todo
británico. Sin embargo, el autoritarismo
del régimen dio un salto cualitativo
cuando Arap Moi asumió el
poder después da la muerte de
Kenyatta en 1978. Para arropar su
gobierno con sus hombres más fieles
Arap Moi entregó importantes
puestos a los políticos de origen
kalenjin, y empezó a ejercer una
política discriminatoria, desplazando,
por ejemplo, a los kikuyus de Valle
del Rift para entregar tierras más ricas
a los terratenientes de su etnia.
Por otra parte, Arap Moi no tenía
inconveniente en colaborar con políticos
locales de diferentes tribus y
también con los inversores kikuyus (y asiáticos) para saquear el país.
Durante su mandato hasta 2002,
las multinacionales británicas como
Unilever, Barclays, Standard Bank,
Filays, Vodafone, GSK han llegado
a ser las principales empresas que
dominaban la importante bolsa de
Nairobi. Mientras las multinacionales,
la burguesía compradora y los
terratenientes keniatas saqueban el
país, la familia de Arap Moi acumulaba
miles de millones de dólares en
bancos europeos y africanos. El
imperialismo también convirtió a
Kenia en una base desde la que
atacar la independencia de muchos
países africanos, mientras el régimen
aplastaba toda oposición interna,
incluido el movimiento de Oginga
Odinga (el padre de Raila Odinga)
que tenía un programa socialista.
No obstante, las masas explotadas
y empobrecidas empezaron a
levantarse contra el régimen opresor,
y en 1992 Moi se vio obligado a
acabar con el sistema de partido
único, organizando elecciones que
ganó su partido con apoyo del poder.

Pero el descontento de las
masas creció tanto que el imperialismo
tuvo que cambiar su política
de apoyo a Arap Moi, y Kibaki y
Odinga se separaron del régimen
formando la Colación Nacional del
Arco Iris, con la que ganaron las
elecciones de 2002 contra el candidato
de Arap Moi, Uhuru Kenyatta,
hijo del primer presidente de la república.
Era una victoria del pueblo
keniata, y Kibaki asumió la presidencia
con una ceremonia en la que
participaron masas eufóricas sin distinción
étnica.

Kibaki y Odinga habían prometido
acabar con la pobreza, la discriminación
étnica y delegar poderes
a las comunidades para acercar el
gobierno al pueblo. Sin embargo,
como ocurre en muchos países africanos,
la Coalición no era un partido
real con un programa claro y con
cuadros alternativos que venían de
la oposición de las masas. De hecho,
tanto Kibaki como Odinga habían
ocupado puestos ministeriales
en los gobiernos corruptos de Arap
Moi. Además ya había empezado
la “guerra contra el terrorismo” de
Bush, y el imperialismo estadounidense
presionaba a los gobiernos
“democráticos” africanos para que
participaran en su guerra sucia a
cambio de grandes sumas de dólares.
Así que Kibaki no dudó en
apuntarse a la lista de los cobradores,
colaborando con Washington
para enviar a Guantánamo supuestos
yihadistas islamistas (aunque los
musulmanes forman solamente un
6% de su población). También permitió
a Washington que utilizara
Kenia como base para trasladar
prisioneros capturados y secuestrados
en otros puntos del mundo, y
para controlar a Sudan y otros países
musulmanes. Así pues, el gobierno
de Kibaki desde el principio
nació colaborador y corrupto.

El imperialismo británico y estadounidense,
tanto como la burguesía
y los terratenientes keniatas siguieron
prosperando en la época
de Kibaki, que introdujo profundas
reformas neoliberales para garantizar
los intereses del capital extranjero.
Los sectores bancario, telecomunicaciones
y tecnológicoinformático
invadieron los mercados
de Kenia, y empresas como
Telecom, Safaricom y Flashcom
ganaron la supremacía en la bolsa
de Nairobi. Los políticos se convirtieron
en los principales financieros
del país a través de empresas como
Mega y Transcentury Corporation,
firmando contratos gubernamentales
a nombre de empresas falsas.

Todo ello con la colaboración de los
gobiernos británico y estadounidense.
No solamente no había cambiado
nada con el gobierno de Kibaki,
sino que la explotación y represión
se había profundizado. Destacados
dirigentes sindicales empezaron a
“desaparecer” y sus cuerpos fueron
encontrados tirados por ahí. Las
“muertes accidentales” de los opositores
se convirtieron en una epidemia.
A ojos del imperialismo y la
prensa occidental, Kenia ya era un
país “estable y democrático”. Sin
embargo, para las masas keniatas,
la situación política y económica llegaba
a ser ya insoportable. Cuando
el descontento empezó a mover
otra vez a las masas, y sobre
todo cuando los jóvenes ocuparon
la primera línea, Odinga rompió con
el gobierno y formó el Movimiento
Democrático Naranja (ODM) para
presentarse como alternativa en las
elecciones de 2007.

Aunque Odinga construyó la dirección
de su movimiento de figuras
prominentes de su etnia (luo),
prometió a toda la población acabar
con la pobreza y la corrupción.
Sobre todo se dirigió a la juventud y
a las mujeres con un discurso radical
e igualitarista. No fue una sorpresa
que Arap Moi y Uhuru
Kenyatta apoyaran a Kibaki en las
elecciones ante Odinga. De hecho,
ODM tampoco formaba un partido
alternativo con estrategias claras
tanto políticas como económicas,
y seguramente, una vez en el poder
su destino fuera el mismo que
el de Kibaki. Sin embargo, a pesar
de que ODM ganara dos tercios de
los diputados parlamentarios, Kibaki
le robó la victoria presidencial a
Odinga, y el portavoz de Washington
no esperó ni un día para felicitarle
como el presidente reelecto.

Y así explotó la rabia de las masas.
El día 2 de enero Amnistía Internacional
denunciaba que la mayoría
de los más de 300 muertos
han sido batidos “por balas de la
policía durante las protestas” contra
el fraude en las elecciones generales.

No obstante, no había ningún
partido (ni ODM) capaz de unir
las luchas de las masas contra el
régimen corrupto y represor para
formar un gobierno obrero y popular.
Además, en un país donde todas
las políticas son interpretadas
(y provacadas) con la etnicidad por
el imperialismo y por los políticos
corruptos rivales, no es sorprendente
que algunos sectores (aunque
fueron muy minoritarios) no organizados
y desorientados enfocaran su
rabia a otros pobres y explotados
de diferente etnia. Y esas desgracias
han llegado a ser los titulares
de prensa occidental para “explicar”
lo que está pasando en Kenia. Lo
que no comentaba esa misma
prensa fue que los campesinos quemaron
la casa de Arap Moi, la figura
más corrupta, más opresora y
pro imperialista del país.

Kenia está viviendo una situación
revolucionaria, y no una guerra tribal.
Los imperialismos británico y
estadounidense están intentando
acabar con esta situación, contando
con la mediación del ex secretario
general de las Naciones Unidas,
Kofi Annan, y tratando de desviar
la atención internacional con
titulares falsos sobre el “salvajismo
tribal” del África negra. Y mientras
los keniatas no tengan un partido
socialista y popular que pueda unir
las luchas para acabar con el régimen
corrupto y pro imperialista,
posiblemente lo van a lograr. Hasta
la siguiente explosión de las masas.

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