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8M: IMPRESIONANTE DEMOSTRACIÓN DE FUERZAS DEL MOVIMIENTO FEMINISTA



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ORIENTE MEDIO Y NORTE DE AFRICA

Lucha Internacionalista, 15 de septiembre de 2013




La ofensiva del régimen de Bachar Al-Asad y
la amenaza de bombardeo imperialista en Siria,
junto con la brutal represión impuesta por los
militares egipcios, señalan el momento más
difícil que han vivido las revoluciones en el
mundo árabe desde el estallido de la de Túnez, hace
casi tres años. La contrarrevolución avanza de manera
feroz y no acaba de surgir la imprescindible alternativa
política revolucionaria para dar salida al clamor de
justicia social y libertad, reivindicaciones de los jóvenes
y de los trabajadores que continúan pendientes. La
izquierda internacional, que ha ignorado estas revoluciones
o -siguiendo el castro-chavismo- se ha puesto
abiertamente al lado de regímenes y de la reacción
será cómplice, por activa o por pasiva, si finalmente
todo ello acaba en derrota. Pero mientras la movilización
continúe, la historia no se habrá acabado: la revolución
no ha dicho todavía la última palabra.

En otros momentos, hemos escrito sobre el rol
contrarrevolucionario del chavismo, que ha puesto por
delante sus intereses petroleros para apoyar a dictadores
sanguinarios como Gaddafi o Al-Asad mientras
éstos exterminaban sus pueblos, abonando teorías
conspiratorias absurdas. La lógica “de los enemigos de
mis enemigos son mis amigos” no sólo es error sino
una traición en toda regla.

¡Que cínicas suenan ahora algunas
voces de la izquierda que claman
ahora contra la “guerra” en Siria,
después de más de 100.000 muertos,
6,5 millones de desplazados y el
bombardeo sistemático de las zonas
populares del país por las tropas del
régimen! ¡Qué cinismo el de quienes
berrean ahora contra “la intervención”,
como si Irán, Rusia y Hezbollah
no hubieran “intervenido” sistemáticamente
durante estos años en apoyo
a Al-Asad”, como lo han hecho
Turquía, Arabia Saudita y El Qatar,
armando a yihadistas, para aislar militarmente
los grupos revolucionarios
en el bando rebelde! El pueblo sirio
soporta, desde hace casi tres años,
guerras e intervenciones extranjeras.

Condenamos –que quede muy claro,
condenamos- el bombardeo imperialista,
pero desde un planteamiento que está
a las antípodas del chavismo y el estalinismo,
alineados con Al-Asad. Porque
Siria no es Irak: en Siria hay una revolución,
un pueblo levantado en armas que
paga con sangre desde hace años la lucha
contra una dictadura feroz. Si finalmente,
el imperialismo ataca no será para
derribar el dictador y para quitarle el petróleo,
sino porque quiere cortar de raíz
esta revolución y controlarla. O quizás el
objetivo es sólo alargar la guerra hasta la
destrucción de Siria. Cómo reconocía
también cínicamente Edward Luttwalk en
el New York Times hace unos días, a Estados
Unidos no le conviene ni una victoria
aplastante del régimen ni todavía menos
su derrota a manos de unos grupos
“rebeldes” que no controla, todo ello en
la frontera norte de Israel. Para Obama,
lo mejor es que continúe el desgaste
(¿cien mil muertos más? ¿Y qué?). Hasta
que los dos lados estén dispuestos a
aceptar una salida negociada donde nada
cambie, que mantenga intacto el régimen
y asegure una salida “honorable” para Al-
Asad. Pedir un proceso político y la negociación
con este régimen no es otra
cosa que legitimar a un criminal.

Egipto hoy es el otro frente donde
avanza la contrarrevolución, después de
que los militares dieran, apoyándose en
las masivas manifestaciones populares
del 30 de junio, un golpe de estado que
quiere imponer el regreso de la dictadura.
También hemos condenado –sí, condenado-
la feroz represión orquestada
por los militares contra los Hermanos
Musulmanes, en cuyas bases hay jóvenes
y trabajadores que han confiado
equivocadamente en una dirección reaccionaria
pero que son imprescindibles
para avanzar en la revolución en Egipto.
Y ahora la represión llega a la izquierda,
con la detención de Haizam
Mohamedain, abogado laboralista y dirigente
de los Socialistas Revolucionarios.
La represión militar no sorprende a
nadie. Pero lo más preocupante es que
sólo los Socialistas Revolucionarios y el
Movimiento del 6 de abril han rechazado
el golpe militar. La mayoría de la izquierda
ampara el poder del ejército:
desde el Partido Comunista hasta la socialdemocracia
pasando por los dirigentes
de la Federación de Sindicatos Egipcios,
que ha asumido el Ministerio de Trabajo del gobierno golpista. Y con el viento a favor – y
con el apoyo de los Estados Unidos, Arabia Saudí y Al-
Asad- los militares han osado incluso recuperar a Mubarak.
Israel ha respirado tranquilo desde el golpe y se ha concentrado
en defender que Estados Unidos no guardara
las apariencias cortando los 1.550 millones de dólares
anuales con que sostiene al ejército egipcio a cambio de
preservar la “paz” con el estado sionista.

Y todavía queda Túnez, la cuna del proceso revolucionario,
donde la disputa entre las tres principales
fuerzas no se ha decidido aún. El gobierno islamista
de Ennahda ha mantenido la misma política neoliberal
e islamitzadora que Mursi en Egipto. La derecha del
viejo régimen “reciclada” en Nidá Túnez se prepara
para volver, si es necesario, bajo una fachada democrática,
apoyándose sobre el malestar de la gente
porque las reivindicaciones de la revolución no han
tenido respuesta. Y a la izquierda, el Frente Popular
(FP) que agrupa la izquierda naserista y revolucionaria
y que había empezado a erigirse como referente.
Y detrás de estas fuerzas hay los dos grandes poderes:
el ejército (que ha sido el garante de la estabilidad
pero, hasta ahora, ha evitado intervenir directamente
en el proceso político) y la UGTT, principal fuerza
organizada del país. Los asesinatos políticos de
Chourki Belaïdi y Mohamed Brahmi, ambos dirigentes
del FP, provocaron más movilizaciones que las
que derrocaron Ben Alí. Pero en lugar de construir
una alternativa revolucionaria, el FP, como en Egipto,
propone un gobierno de “Salvación Nacional” con la
derecha para echar a los islamistas del poder. Confiamos
que el ejemplo de Egipto, que se vio con tanta
simpatía en Túnez, sirva ahora para dejar claro
que combatiendo el islamismo político de la mano de
las fuerzas reaccionarias, la izquierda entierra la revolución
y se cava su propia fosa.

Analistas y medios de comunicación llenan páginas y
páginas con complicadas consideraciones sobre la
geopolítica del Próximo Oriente, que no son otra cosa que
excusas para justificar el abandono de estas revoluciones.
La coartada perfecta, o los árboles que no dejan ver el
bosque: las monarquías islámicas (Arabia Saudí, El Qatar)
contra las repúblicas laicas (Siria, Iraq, Egipto); la pugna
regional entre la Arabia Saudí y Turquía; la guerra de satélites
de Irán (que se enfrenta a los Estados Unidos a través
de Hezbollah y Siria); la rivalidad secular entre chiitas y
suníes, etc. Todo queda confundido en un marasmo de
intereses contradictorios, con un solo mensaje: es una
región muy complicada y peligrosa. El resultado de esto
es la desconfianza de los pueblos y trabajadores en Europa
que ha paralizado toda respuesta, por ejemplo, al horror
de la masacre química en los barrios de Damasco.

Incluso hay análisis desde la izquierda que llegan sin ningún
pudor a una conclusión lapidaria: el Próximo Oriente es tan
complicado que no merecía la pena intentar allí una revolución.
Más les habría valido a los pueblos en cuestión aceptar
pacíficamente que su destino es vivir bajo la dictadura.
Sólo si ponemos en el centro del debate la lucha de clases
podemos orientarnos en medio de esta aparente complejidad.
Son las dinámicas de la revolución, y ahora, las de la
contrarrevolución, las que marcan la pauta. Y al final, Al-
Asad, Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel y los militares
egipcios están todos al mismo lado de la barricada. Al otro,
se encuentran los jóvenes, los trabajadores y los pueblos
oprimidos. Así, no resulta tan complicado elegir bando.

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