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Historia del trotskismo

James P. Cannon y la huelga de Minneapolis de 1934

, 18 de marzo de 2008




James P. Cannon, histórico
dirigente del Socialist Workers
Party norteamericano, dió una
serie de conferencias a principios
de los años 40, recopiladas
bajo el título de “La
historia del trotskismo norteamericano”.
A continuación
reproducimos algunos fragmentos
del capítulo que relata
la huelga de camioneros y
ayudantes de Minneapolis de
1934, dirigida por los camaradas
norteamericanos.

(...) Minneapolis era una notoria
ciudad comercial. Durante 15 o 20
años ni una sola huelga había triunfado.
Incluso los sindicatos de la
construcción, quizás uno de los sindicatos
más estables y efectivos,
eran mantenidos a raya y lejos de
las obras importantes. Era una ciudad
de huelgas perdidas, negocios
florecientes, salarios miserables,
horas robadas y un débil e inefectivo
movimiento sindical de oficio.

La huelga de Mayo

(...) En mayo, la huelga de camioneros
explotó. Los patrones,
muy complacidos por una larga dominación
sin sobresaltos creyeron
que tenían al sindicato confundido
en una trama de negociaciones
tendentes a una demora indefinida,
pero nuestra gente les cortó
de golpe.

El moderno movimiento obrero
debe ser dirigido políticamente porque
está siempre enfrentado al gobierno.
Nuestra gente no cree en
nada ni en nadie, salvo en la política
de la lucha de clases y en la
capacidad de los trabajadores de
preservar su fuerza y solidaridad.
Consecuentemente, esperaban
desde el principio que el sindicato
tendría que pelear por su derecho
a existir, que los patrones no iban
a regalar ningún aumento de salarios
o reducción de horas sin presión.

La huelga de mayo duró 6 días y
se llegó a un rápido acuerdo. Sostuvimos
- y creo que con toda justicia-
que un grupo de trabajadores,
que en su primera batalla ganan el
reconocimiento de su sindicato, y
sobre esas bases pueden construir
y reforzar su posición, han cumplido
los objetivos de la acción y no
debían sobrevalorar su fuerza y correr
el peligro de la desmoralización
y la derrota.

Los patrones llegaron a la conclusión
de que habían cometido un
error. La Alianza de Ciudadanos, la
organización general de los patrones
y los que odian a los trabajadores,
se mantuvo provocando e
incitando a los patrones de la industria
del transporte a romper el
acuerdo. La dirección del sindicato
comprendía la situación. Comenzaron
a preparar otra huelga...

En nuestro movimiento no jugamos
con la idea absurda de que
sólo aquellos conectados directamente
con un sindicato son capaces
de ayudar. Las huelgas modernas
necesitan una dirección
política más que otra cosa. Si
nuestro partido merecía existir, tendría
que ir a ayudar a los camaradas
locales. Los dirigentes sindicales,
especialmente en tiempos de
huelga, sufren la presión de miles
de detalles. Un partido político, por
el contrario, se eleva sobre los detalles
y saca conclusiones de los
sucesos principales.

La huelga de Julio y Agosto

(...) La huelga comenzó el 16 de
julio, y duró 5 semanas. Los mediadores
del gobierno se aprovechaban
de la ignorancia e inexperiencia
y de la falta de visión política
de los dirigentes locales. Tienen
una rutina, una fórmula para atrapar
incautos: “No les pido que le
den alguna concesión a la patronal,
sino que me den una concesión
a mí para poder ayudarles”.

Cuando han obtenido algo, dicen:
“Intenté conseguir una concesión
equivalente de los patrones, pero
se negaron. Pienso que lo mejor
que pueden hacer es dar más concesiones:
la opinión pública se está
volviendo en su contra”. Y entonces
presionan y amenazan: “tendremos
que publicar un artículo
contra la huelga en los periódicos...”
Después llevan a los pobres novatos
a las salas de reunión, los tienen
allí horas y horas y los atemorizan.

Una de sus trampas favoritas
era reunir a dirigentes de huelga
inmaduros en una sala, jugar con
su vanidad e inducirlos a firmar
compromisos para los que no estaban
autorizados. Convencían a los
líderes de las huelgas de que eran
“grandes jugadores” que debían
tomar una “actitud responsable”.
Sabían que las concesiones hechas
por los líderes en una negociación
muy raramente pueden anularse.
No importa cuánto se opongan a
esto los obreros, el hecho es que
los dirigentes hayan fijado en público
la posición del sindicato y creado
desmoralización en sus filas.

El Daily Organizer

(...) Los huelguistas de
Minneápolis publicaban su propia
prensa diaria, un tabloide de dos
páginas que contrarrestaba completamente
a la prensa capitalista.
Más de una vez, entre la multitud que se reunía alrededor de los cuarteles
de la huelga cuando iba a salir la
nueva edición del Organizer, uno podía
escuchar cosas como estas: “Mira lo
que dice el Organizer, ya te dije que la
historia del Tribune era una maldita mentira”.
Ese poderoso instrumento no le
costaba al sindicato ni un penique. Se
distribuía gratuitamente, pero casi todo
obrero simpatizante nos daba desde un
níquel hasta un dólar por ejemplar...
Había un editorial con las lecciones de
las últimas 24 horas. “Esto es lo que ha
ocurrido. Esto es lo que viene. Esta es
nuestra posición”. Los trabajadores en
huelga estaban armados y preparados
para cualquier movimiento de los mediadores
o del gobernador Olson. Seríamos
marxistas muy pobres si no pudiéramos
ver veinticuatro horas por adelantado.

El gobernador Olson

(...) Por un lado, supuestamente era
un representante de los trabajadores;
por otro, era un gobernador de un estado
burgués, temeroso de la opinión
pública y de los empleadores. Estaba
atrapado entre su obligación de hacer
algo, o de aparentar hacer algo por los
trabajadores, y su miedo a que la huelga
se saliera de sus límites. Nuestra
política fue explotar esas contradicciones:
exigirle cosas porque era un gobernador
obrero, tomar todo lo que nos
podía dar y pedirle cada día más. Por
otro lado, lo atacamos y criticamos por
cada movimiento en falso. Los burócratas
sindicales estaban muertos de miedo:
“pensad en las dificultades de su
posición”. Empujado y presionado por
ambas partes, temeroso de ayudar a
los obreros y temeroso de no hacerlo,
Floyd Olson proclamó la ley marcial y
frenó la circulación de camiones. Se
supone que eso era a favor del bando
obrero. Permitió que circularan camiones
con permisos especiales; eso era
para los patrones. Los piquetes se comprometieron
a frenar a los camiones.
Entonces, la milicia del gobernador allanó
los locales de la huelga y arrestó a
los dirigentes.

Nuevos mediadores

Enviaron a un tal Dunnigan en esa situación.
Tras intentar que claudicaran
los dirigentes, puso en marcha una propuesta
con el compromiso de un aumento
de salarios. En eso llegó otro de
los ases de los negociadores de Washington,
un prelado católico llamado
Padre Haas, que se sumó a la propuesta.
Los huelguistas la aceptaron inmediatamente.
Los patrones se opusieron a
la propuesta del gobierno. Los huelguistas
explotaron la situación movilizando
a la opinión pública en su
favor. Cuando el padre Haas descubrió
que no podía presionar con
éxito a la patronal, decidió presionar
a los huelguistas: “la patronal
no va a ceder. La huelga debe terminar”.
Los dirigentes le respondieron:
“Un acuerdo es un acuerdo.
Aceptamos el plan Haas-Dunnigan.
Estamos peleando por su plan”. El
padre Haas utilizó otra amenaza habitual:
“Apelaremos a la base del
sindicato en nombre del gobierno
de los Estados Unidos”... Entonces
arreglaron un mitín para él. No bien
el padre Haas terminó su discurso,
se desató la tormenta. Casi lo
echaron del mitín. Se lavó las manos
y se fue de la ciudad. Los huelguistas
votaron por unanimidad
condenar su intento traidor de hacer
naufragar su huelga y su sindicato.
Dunnigan estaba acabado, el
Padre Haas también. Enviaron un
tercer mediador federal que en
unos pocos días elaboró un acuerdo
que era una victoria sustancial
para el sindicato.

La gran huelga acabó tras 5 semanas
de dura lucha. Dos trabajadores
fueron asesinados, numerosos
heridos, disparos, golpes en
los piquetes en la batalla por mantener
los camiones parados. Una
gran cantidad de dificultades, de
presiones de todo tipo fueron soportadas,
pero finalmente el sindicato
salió victorioso, firmemente
establecido, construido sobre bases
sólidas como resultado de
esas luchas. Pensamos, y lo escribimos
más tarde, que esa fue
una gloriosa reivindicación del
trotskismo en el movimiento de
masas.

James P. Cannon

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