Artículos de actualidad de la UIT-CI




Artículos de actualidad sobre Ucrania



8M: IMPRESIONANTE DEMOSTRACIÓN DE FUERZAS DEL MOVIMIENTO FEMINISTA



Estás aqui : Portada » Temas » Política

Derribemos los muros de Europa

Lucha Internacionalista, 5 de junio de 2016




Las imágenes de los refugiados a las puertas de Europa golpean cada día la conciencia de los y las trabajadoras. Vallas, policías, guardacostas, gases lacrimógenos, cárceles, deportaciones... los estados lanzan toda su fuerza contra familias indefensas cuyo único «delito» es tratar de encontrar un lugar seguro en el que sobrevivir y ganar un futuro para sus hijos. La mayoría de estas familias huyen de las guerras de Siria, Iraq y Afganistán. Son refugiados de guerra, que según las propias leyes europeas e internacionales merecen protección en Europa.

Los países vecinos son los que soportan el peso de la crisis de refugiados provocada por la guerra de Siria, que ya se ha convertido en el principal desastre humanitario del planeta: Turquía (3 millones de refugiados), Líbano (casi dos millones), Jordania (más de 650.000) incluso el propio Iraq (250.000 refugiados). A Europa, llegan sólo las salpicaduras de estas crisis: apenas 1,6 millones de refugiados sirios. A ellos se suman los que huyen de las guerras en las que quedaron sumidos Iraq y Afganistán tras las invasiones imperialistas o los que escapan de la dictadura eritrea, el desastre de Somalia o la miseria causada por el expolio de África. Son algunos cientos de miles para 28 países con 500 millones de habitantes y donde se concentra una cuarta parte de la riqueza del planeta. Acoger a esta gente no supondría ningún problema si hubiera voluntad política de hacerlo. Las vallas y el cierre de fronteras persiguen un objetivo político: la llamada «crisis de refugiados» en Europa es una crisis fabricada

Merkel llama a los refugiados y después cierra la puerta

La canciller alemana proclamó la pasada primavera que todos los refugiados sirios serían bienvenidos en su país. Sin esperanza de que la guerra se resuelva pronto, algunos se pusieron en camino con el objetivo de llegar a un lugar con más oportunidades para volver a empezar. Los que podían plantearse el viaje eran los fuertes, los jóvenes, los sanos, y los sectores de clase media con formación y suficientes recursos para pagar la extorsión de las mafias.

Las migraciones siempre son terriblemente selectivas: sólo lo consiguen los más «fuertes». Todo un regalo para Alemania, un país que no sabía cómo pagaría las pensiones en 2020. Sólo el año pasado la sanidad alemana contrató a 400 médicos sirios que han abandonado su país. ¿Quién gana y quién sale perdiendo?

En noviembre Berlín cambió de política y empezó a restringir la acogida. Después vino el cierre en cadena de fronteras: Austria y los países de la ruta de los Balcanes corrieron a erigir vallas para frenar el «problema» en el país vecino. Incluso se suspendieron los acuerdos de libre circulación entre miembros de la UE. A las vallas levantadas por Hungría siguieron otras entre Bulgaria y Turquía, los bloqueos para cruzar de este país a Grecia, en Macedonia y la de Austria con Eslovenia y los controles entre Alemania y Austria. La naturaleza de la UE quedó al descubierto: un mero mercado común.

Los muros que se erigen en Europa no frenan la inmigración. La gente no deja de huir de la guerra y la miseria por muchos obstáculos que le pongan delante. La Europa fortaleza sólo sirve para que lleguen igual (excepto los 3.500 que se ahogaron el año pasado en el Mediterráneo), tras un viaje más largo y más traumático (las familias se separan, se pierden niños, enferman, sufren hambre, golpes, expolio, angustia) en el que han tenido que gastar todos sus ahorros. Llegan igual: pero a causa de la política de control de fronteras más cansados, más pobres y más rotos

Las políticas de la UE alimentan la extrema derecha

La Europa que levanta muros alimenta a la extrema derecha que se envalentona, ya sin complejos, incluso en Alemania, donde los neonazis han incendiado varios centros de acogida de refugiados. Se consolidan gobiernos
bonapartistas emulando a los ultras o incorporándolos. Los países nórdicos, salvo Suecia, han completado el giro a la derecha que inició en 2013 Noruega con la entrada del Partido del Progreso noruego -en el que había militado Anders Breivik, autor de la masacre de la isla de Utoya-. Finlandia la siguió en marzo 2015 con una coalición del Partido del Centro con los eurófobos de derechas antes llamados Auténticos Finlandeses y ahora simplemente Los Finlandeses; y Dinamarca en junio con el 21% de votos para el xenófobo, Partido Popular Danés (PPD). Austria ha sido el escenario del último triunfo de la ultraderecha en la primera vuelta de las presidenciales. Y en los antiguos países del Este la horrenda herencia del estalinismo se traduce directamente en los gobiernos de ultra-derecha, populistas y racistas en Bulgaria y Letonia; los liberales desplazando a los socialdemócratas en Rumanía a fines del año pasado, Hungría en manos del conservador FIDESZ-Unión Cívica Húngara de Orbán y Polonia como máximo exponente del ultraconservadurismo con el triunfo en octubre de Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski.

Al contrario de lo que afirma la prensa burguesa, no es la llegada de refugiados lo que da alas a la extrema derecha, sino las políticas de los estados. No son los pueblos y las ciudades con más inmigrantes los que dan más votos a los ultras: los pescadores de las islas de Lesbos (Grecia) o Lampedusa (Italia) han renunciado a muchos jornales para rescatar a los náufragos. Lo que alienta a los fascistas es la violencia policial, las vallas, las leyes de confiscación de los bienes de los refugiados para costearse la estancia. Estas políticas abren la puerta: los ultras sólo tienen que pedir más. Con el lema «los refugiados son bienvenidos», la movilización popular –con manifestaciones muy importantes- es la mejor respuesta a la reacción de la extrema derecha.

Acuerdo con Turquía: carta blanca a Erdogan

El acuerdo entre la UE y Turquía para deportar a este país todos lo que lleguen a Grecia es una traición a las más elementales obligaciones de los estados europeos. Es inmoral e ilegal según las propias leyes burguesas. A cambio de 6.000 millones de euros, el estado turco se convierte en carcelero y guardián. Aunque Turquía no ha ratificado los acuerdos internacionales en materia de asilo y deporta a diario refugiados sirios a quienes obliga a volver a la guerra, se considerará un «país seguro» para los refugiados. Erdogan gana, además, el silencio europeo ante la represión feroz del pueblo kurdo y de la izquierda.

El brazo ejecutor del acuerdo será el gobierno que se presentaba como el más progresivo de Europa: el de Syriza. Tras el cierre de fronteras que dejó a 50.000 refugiados atrapados en Grecia, Alexis Tsipras firmó primero el despliegue de barcos de guerra de la OTAN en el Egeo para parar a los refugiados. Y ahora ha levantado cárceles en las islas donde miles están detenidos por el único delito de haber emigrado y pueden ser carne de deportaciones masivas. Las protestas en cárceles como la de Moria ya han sido reprimidas por las fuerzas antidisturbios, con el aval del ministro. Y a los que no pueden ser expulsados sólo les ofrece plazas en campos de refugiados gestionados por... el ejército! Con la deuda pública, Syriza traicionó a su pueblo aceptando el tercer rescate tras el No en el referéndum de junio; ahora traiciona a los refugiados y los principios más elementales de la solidaridad con el acuerdo con Turquía. Y de nada le ha servido esta política de capitulación en la que ya no queda ninguna línea roja por cruzar: en junio afronta un nuevo vencimiento de la deuda y tiene una larga lista de ajustes dictados por los acreedores a aplicar (reforma de las pensiones, fiscal, laboral y ola de privatizaciones)

Apuntalar al régimen de Bashar y frenar a los refugiados: dos caras de la misma moneda

Tras cinco años de guerra, la llegada de refugiados a Europa tiene también una explicación política: el acuerdo entre Rusia y Estados Unidos de apuntalar al régimen sirio, que se ha evidenciado en las negociaciones de Ginebra. La única discusión entre Putin y Obama es si Bashar debe seguir en el poder o es mejor que lo encabece otro personaje afín, pero ambos han dicho y repetido que quieren evitar un colapso del régimen. Si este plan se consuma, el exilio ya no es temporal sino para muchos años, lo que implica a los que llevaban tiempo esperando el fin de la guerra en Turquía, Líbano o Jordania, a llamar a la puerta de Europa. Cuánto más Rusia y el imperialismo afianzan el régimen criminal, mayor es la marcha del pueblo sirio a la emigración.

Como ocurrió con los luchadores republicanos tras la derrota de la revolución española, esperaban encontrar la acogida de unos gobiernos que van por el mundo dando lecciones de democracia y derechos humanos. Pero lo que han encontrado son fronteras cerradas en una carrera macabra que aniquila derechos ganados a costa de los millones de trabajadores y campesinos muertos en la Segunda Guerra Mundial.

Mientras hace la pantomima de la negociación en Ginebra, bajo los auspicios de la ONU, el régimen practica los hechos consumados sobre el terreno, confiado en el apoyo militar ruso y la complacencia de Estados Unidos y las potencias europeas, que ya le defienden abiertamente como mal menor frente al jihadismo.

En el mes de marzo Putin rebajó la intensidad de los bombardeos, lo que permitió el regreso a las calles de los manifestantes, con los mismos lemas de marzo de 2011, cinco años después. Ahora Putin y Al-Assad preparan el asalto definitivo sobre Alepo, la segunda ciudad del país, bastión de los rebeldes (ver artículo pág 19).

Crece el estado policial en Europa y se coartan libertades políticas

Otro efecto de la implicación de las potencias europeas en los bombardeos en Siria e Irak han sido los atentados del ISIS en Europa, que alimentan la espiral de violencia. De esta espiral, que incluye una creciente islamofobia, también se nutre el ISIS que consigue buena parte de sus combatientes de los barrios periféricos de París y Bruselas, de una juventud segregada y marginada. Cuanto más presión, más desesperación. Pero para los estados europeos -como antes había pasado en Estados Unidos después de la 11 S- el miedo impuesto desde el poder también puede ser una política útil para reafirmar un estado cada vez más policial y un recorte de libertades.

En Francia llevan meses de estado de excepción, y este recorte de libertades democráticas se han puesto al servicio de contener la protesta popular. La criminalización del sindicalismo -común en otros países- se ha puesto a la orden del día: primero con trabajadores de Air France, más tarde con los de Goodyear. Esta política represiva también se impone a los jóvenes que salen contra la reforma laboral, en manifestaciones conjuntas de estudiantes y trabajadores/as o en las ocupaciones de plazas.

Hoy la represión indiscriminada que sufren los y las refugiadas se suma a esta escalada de recortes de libertades. Es la negación de derechos fundamentales, como el de asilo, pero también es una escalada de violencia policial. Cuando vemos la brutalidad policial contra familias y cómo se lanzan gases lacrimógenos a niños y niñas con total impunidad y no pasa nada, ¿cómo vamos a pretender que los gobiernos de la UE no vayan a utilizar esta escalada para endurecer más y más la represión?. Es por eso que la defensa de los derechos de los y las refugiadas no es sólo la más elemental de solidaridad, sino que es esencial para parar este estado cada vez más represivo que estamos viviendo en la Europa del capital.

¿Qué pasa con la izquierda? ¿Con los sindicatos?

Ha habido un silencio cómplice en la izquierda oficial dejando correr centenares de miles de muertos en la guerra de Siria y ahora tampoco hay una reacción masiva organizada en defensa de los miles de inmigrante que han salido de esta guerra. No hay una reacción proporcional a la gravedad de lo que está pasando.

Es responsabilidad de toda la izquierda y de los sindicatos salir a la calle para exigir a los gobiernos que abran sus fronteras y den protección y trabajo a los y las refugiadas. Exigimos la anulación del acuerdo de Bruselas, la derogación del tratado de Schengen y de las leyes de extranjería. Derribemos los muros y la represión en el Mediterráneo y en el territorio europeo. Por el derecho al asilo, a la vivienda y al trabajo para todos los y las refugiadas.

Y no olvidemos que una solución definitiva a la situación de los y las refugiadas pasa por acabar con la masacre que el régimen de Bashar, el ISIS y los bombardeos de Rusia y la OTAN. El pueblo sirio y kurdo tienen todo el derecho a acabar con un régimen que está demostrando de lo que es capaz contra su pueblo para mantenerse en el poder. Por eso, para nosotros la defensa de los refugiados se entrelaza con el defensa de Alepo.

Ir a la versión en catalán