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Ataque a una base militar en Siria

¿CON TRUMP CAMBIA LA POLITICA AMERICANA EN SIRIA?

Josep Lluis del Alcazar, Cristina Mas, 6 de mayo de 2017




El ataque con 59 misiles Tomahawk lanzados desde navíos en el Mediterráneo a una base militar del régimen sirio es más la escenificación de las dificultades de Trump en clave interna que la señal de implicación de Estados Unidos contra Bashar El Assad. El ataque había sido anunciado a Rusia en el sistema de coordinación que mantienen para los operativos aéreos en territorio sirio firmado el agosto de 2015. Esto permitió a Assad retirar los aviones y helicópteros operativos. Los 59 misiles impactaron en su mayoría fuera de las instalaciones militares sin afectar a las pistas y, ya al día siguiente la base del ejército sirio estaba operativa para continuar los bombardeos contra la población rebelde. Ni siquiera Rusia desplegó el sistema antimisiles de protección de la instalación.

Trump toma la excusa del ataque químico para intentar demostrar su independencia respecto de su amigo Putin cuando se investiga esa relación, también para volver a la primera línea del tablero de juego sirio. Pero no pretende impulsar la caída del régimen sirio, ni siquiera de la figura de Bashar, y todavía menos es un apoyo al pueblo rebelde sirio.

En los territorios que aún siguen fuera del control del régimen, se produjeron muestras de júbilo por el ataque: por fin alguien para los pies al dictador sanguinario. Pero esto es un espejismo. Trump odia los pueblos árabes y es su principal enemigo. Enemigo cuando les niega el refugio y levanta prohibiciones para impedir su entrada en los Estados Unidos. Enemigo cuando el 3 de abril recibe en la Casa Blanca al golpista egipcio Al Sissi, tras la liberación del dictador Mubarak y mientras cientos de jóvenes y obreros revolucionarios siguen en las cárceles. En motivo del encuentro, Trump declaró solemnemente “quiero que todo el mundo sepa que nosotros estamos claramente tras el presidente Sisi” del que dijo ha hecho “un trabajo fantástico”, a lo que el dictador le respondió que le sentía gran “admiración”. Enemigo también cuando aplaude a Netanyahu y la política contra los palestinos.

El ataque norteamericano ha recibido el aplauso entusiasta de Israel, el único en la zona que sí tiene carta blanca para destruir y matar con total impunidad. El comunicado de apoyo de la oficina del primer ministro acaba diciendo que espera que el mensaje “se escuche no sólo en Damasco, sino también en Teherán, Pyongyang y más allá". También aplaudieron los gobiernos imperialistas europeos, Turquia y Arabia Saudí, que han visto cómo Irán ha aumentado su influencia regional. No es casual que sea Irán quién ha hecho las declaraciones más duras contra el ataque. Porque Trump también ha lanzado una advertencia al régimen de Irán, una vez ha hecho el trabajo sucio en Irak y Siria al servicio de los regímenes apoyados por Estados Unidos y Rusia respectivamente: “Roma no paga traidores”. El presidente americano se dice dispuesto a revisar el acuerdo con Irán y estaría dando carta blanca a Israel para lanzar un operativo similar contra Teherán si llega el caso.

Trump: ¿nueva política para Siria-Irak?

En la campaña electoral Trump había respondido a la pegunta de qué política iba a impulsar contra ISIS que “en cuanto a los terroristas, también debemos ir a por sus familias”. Según The New York Times la Casa Blanca dio instrucciones al Pentágono para que acentuara la ofensiva sobre Mosul y Raqqa y le dio autonomía para los operativos. A principios de marzo el ejército norteamericano desplegaba por primera vez unidades de marina, artillería pesada y Rangers para preparar el ataque a Raqqa, en coordinación con las fuerzas kurdas. Los bombardeos sobre la ciudad se han intensificado y con ellos multiplicado los muertos civiles, entre ellos los más de 30 de la escuela Al Badia en Mansura, al oeste de Raqqa, el 21 de marzo. Habían sido 40 los muertos en la mezquita de Jinah, al este de Alepo. Más brutal está siendo la campaña en Mosul, con al menos 200 muertos en la incursión aérea en el barrio de Jadida.

Pero hay que inscribir la política de Trump en la perspectiva de la de sus antecesores. Bush se lanzó a la conquista del petróleo iraquí, pero esa aventura acabó con un fiasco económico para las arcas norteamericanas y un creciente movimiento antiguerra, que hacía resucitar los fantasmas de Vietnam. Asumió Obama que tuvo que retirar las tropas de Irak y para no perder el control del gobierno de la post-ocupación, tuvo que pactar con Irán el apoyo al gobierno de Al Maliki, lo que dio lugar al acuerdo con Irán. De esta forma Irán pasaba a aguantar con una mano el gobierno iraquí pro americano y con la otra el Gobierno sirio pro ruso. El creciente peso de Irán en la zona no gustó ni a Israel, ni a quienes tienen un protagonismo regional, como Turquía y Arabia Saudí. De la misma manera, el imperialismo se vio obligado a recurrir a la dirección política de los kurdos tanto en Siria (con el PYD) como en Iraq (con Barzani) para contener la expansión de ISIS. La alianza con el PYD, hermano del PKK turco, le genera un problema con Turquía, su aliado en la OTAN.

El estallido de los levantamientos revolucionarios tras el 2011, puso en la agenda del imperialismo yanqui, de Rusia y de los poderes contrarrevolucionarios (Al-Qaeda y otros grupos yihadistas, Irán, Turquía, Arabia Saudí y Qatar) una nueva prioridad: derrotar esta movilización popular que amenazaba el orden establecido. Todos estos poderes intervinieron en Siria para que ésta fuera el cortafuegos de la revolución y una advertencia a todos los pueblos. Precisamente por ello permitir o facilitar la caída de Al-Asad es demasiado arriesgado, porque podría reabrir la ola revolucionaria en la región. Y esto es lo que quieren evitar todos, a toda costa.

Tras la caída de Alepo en diciembre las fuerzas revolucionarias quedaron muy dispersas y en zonas con fuerte dominio militar de los islamistas de Al Nusra y Ahrar el Sham, o del Estado Islámico. Y, sólo a partir de esa nueva situación, acelerada por Rusia antes de que Trump accediera a la presidencia, era posible empezar a implementar la nueva agenda para recuperar el estatu quo anterior: volver a someter a los kurdos, rehacer la relación con Turquía y poder prescindir de Irán para resituar la preeminencia de Israel como gendarme imperialista en Oriente Medio. En segundo término, acabar con ISIS.

Pero para ello es necesario terminar de liquidar el proceso revolucionario en Siria y estabilizar el régimen de Bashar y en Irak, y mientras esto no esté resuelto seguirá necesitando tanto a Teherán como a los yihadistas.

Putin reconoce Jerusalén como capital de Israel

Es en este nuevo contexto que Israel, que se mantuvo en un discreto segundo plano ante el alza del proceso revolucionario, recupera su protagonismo: construcción de más de 6.000 viviendas en Jerusalén y Cisjordania y la legalización de 53 colonias, asesinato de Mazen Faqha, dirigente de Hamas en Gaza el 24 de marzo. En febrero en la Casa Blanca Netanyahu declaraba: “No hay mayor defensor del pueblo judío y del Estado judío que el presidente Donald Trump". Pero que nadie se lleve a engaño, no estamos ante una escalada del enfrentamiento entre estados árabes e Israel, ni siquiera un aumento de tensión entre Estados Unidos y Rusia, sino ante el intento del imperialismo de recuperar la situación anterior a su fiasco en Iraq.

Exigencia histórica del sionismo ha sido el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Y ante las dudas de Trump para desplazar su embajada desde Tel Aviv, es Putin quien toma la delantera. El 6 de abril el Ministro de Exteriores anuncia que reconoce Jerusalén oeste como capital del estado de Israel, mientras la zona este lo sería cuando se fundara el estado palestino. Rusia se convierte en el primer y único estado que reconoce Jerusalén como capital de Israel.

9 de abril de 2017

Josep Lluís del Alcázar y Cristina Mas

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