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La URSS en la fundación del Estado Sionista

L.C. Gómez-Pintado, "Luca", 14 de junio de 2008




Normalmente se presenta el
interés de la URSS por debilitar
el poder del ya terminal Imperio
Británico en Oriente Medio
como el principal motivo de su
apoyo a la fundación del
estado de Israel. La posibilidad
de controlar una zona estratégica
ya estaba en la mira de las
potencias que pugnaban por
tener una base de operaciones
en un país bien situado. Isaac
Deutscher (“Los últimos días
de Stalin”) añade que fue un
intento de mejorar las relaciones
ruso-norteamericanas.

La situación interna
de la URSS

La URSS había salido
muy debilitada de la II Guerra
Mundial. Millones de
hombres habían muerto
(según el primer censo,
ocultado a la población
hasta 1959, de los mayores
de 18 años quedaban
31 millones de hombres
en comparación con 52 de
mujeres, y entre ellos, millones
de viejos y mutilados);
la primera cosecha
de posguerra no llegó a
más del 60 por ciento de
las de la preguerra, las reservas
se agotaron, las máquinas
estaban en mal estado y no había
mano de obra suficiente para el
campo. Trabajaban millones de
mujeres, y los jóvenes eran
reclutados para el trabajo sin las
restricciones previstas por la ley soviética.
Las jornadas semanales
excedían las 48 horas y abundaban
las deportaciones a campos de trabajo.

El fantasma de los procesos de
Moscú de la década anterior se
mantenía vivo: “Los campos de
concentración en el extremo norte
y en Siberia volvieron a llenarse. Los
reclusos eran esta vez oficiales y
soldados que habían vivido, como
prisioneros de guerra, años terribles
en los campos alemanes. Apenas
volvieron a cruzar la frontera de su
país fueron encarcelados y deportados.
Lo mismo les sucedió a muchos
de los civiles que el enemigo
había movilizado en las provincias
ocupadas como trabajadores forzados
en Alemania. Todos fueron calificados
de traidores: los soldados
por haber desobedecido las órdenes
de Stalin, según las cuales no
debían haberse dejado capturar vivos
por el enemigo, y los civiles por
haber colaborado… ya desde antes
del cese de las hostilidades Stalin
había ordenado la deportación de
nacionalidades enteras acusadas
de traición: los tártaros de Crimea
y los ingush-chechenos, al igual que
los alemanes del Volga… Las rigurosas
sentencias y las deportaciones
en masa tenían por objeto contener
a aquellos que habían regresado
de la guerra con ideas audaces
en cuanto a cambios y reformas
necesarias en el país”
(Deutscher, ya citado).

La posguerra y el inicio de la
Guerra Fría

En marzo de 1946, Winston
Churchill había alertado sobre el
“creciente desafío y peligro para la
civilización” que representaban las
“quintas columnas comunistas” y
llamó a los Estados Unidos a conservar
su superioridad en armas
nucleares y a “apoyar a los pueblos
de Europa oriental en su resistencia
al comunismo”. Sus afirmaciones
tenían una base: la gran destrucción
de la guerra mundial (66 millones
de vidas humanas, y la demolición
de las economías) no sólo había
supuesto una muestra de lo que
la decadencia del capitalismo podía
provocar, sino también el fortalecimiento
de una clase obrera que,
aunque diezmada en los campos de
batalla, ahora se encontraba armada
en buena parte de Europa y con
moral de victoria sobre el que había
sido el ejército más poderoso del
mundo hasta la fecha. En la mente
de muchos habían revivido
las esperanzas revolucionarias
- ese había sido el caso
de los republicanos españoles
que habían ido a concentrarse
cerca de los Pirineos,
esperando una orden de sus
dirigentes para intentar darle
al fascismo la revancha de
1939, y recibiendo, en cambio,
la orden de abandonar
las armas para que Churchill,
“por la vía diplomática”, acabara
con el debilitado régimen
de Franco “en unos
meses”.

Para refutar a Churchill,
Stalin aseguró a Occidente
que creía que era posible construir
no sólo el socialismo, sino incluso el
comunismo, “en un solo país” (The
Sunday Times, 24/09/46). La práctica
estalinista supeditaba la acción
de los Partidos Comunistas a una
política consistente en demostrar a
las potencias imperialistas que la
URSS continuaba siendo un aliado
del que no había nada que temer,
con tal de preservar ese “socialismo
en un solo país”. Los PCs de
Francia, Italia y Europa Oriental, fortalecidos
como organizaciones de la
resistencia, formaban parte de gobiernos
de “unidad nacional” que
debían servir para consolidar las democracias
occidentales, desarmar
a los trabajadores revolucionarios y poner en marcha los planes económicos
de reconstrucción de las
debilitadas relaciones burguesas.

Desde la recién constituida
Kominform –agrupación exclusivamente
europea de los partidos comunistas
y correa de transmisión
de la política de Stalin- se había
dado la orden de que se desarmaran
y disolvieran los grupos y milicias
de la resistencia y se dejara el
cambio social para más adelante,
cuando la URSS estuviera consolidada
y fuera de peligro.

Siguiendo la doctrina
anticomunista del presidente norteamericano
Truman, los PCs que
habían procedido al desarme de las
masas fueron expulsados de los
gobiernos de unidad nacional en
Francia e Italia. Acto seguido, una
conferencia de ministros de Relaciones
Exteriores, reunida en Moscú
el 10 de marzo de 1947, en la
que Stalin quería obtener las ayudas
económicas comprometidas
con la URSS, acabó en desbandada.
En julio de 1947, los EE.UU.
lanzaron el Plan Marshall, un plan
de reconstrucción para “ayudar a
la asolada Europa”, en el que los
estados que ingresaron en la OCDE
recibieron 13 mil millones de dólares
de la época. La URSS quedó
excluida, a pesar de las demostraciones
estalinistas de “buenas intenciones”.

La fundación del
Estado Sionista

En Noviembre de 1947 la ONU
adoptó la resolución que dividía el
territorio palestino. Los diplomáticos
soviéticos tomaron la iniciativa en
la defensa de la resolución, y el gobierno
de la URSS proporcionó armamento
y ayuda militar al sionismo
para sofocar las revueltas de las
poblaciones que intentaron defenderse
y contra la débil operación de
los ejércitos árabes que, liderados
por el rey de Jordania, penetraron
por el sur del territorio palestino. El
apoyo combinado del imperialismo
norteamericano, la URSS y los restos
del colonialismo inglés, concluyó
con la declaración del Estado
Sionista de Israel en Mayo de 1948,
en un territorio mayor que el decretado
por la resolución de la ONU.
La URSS se apresuró a reconocer
el nuevo estado y a defender su
integración en la ONU ante los países
que se oponían, en parte por
intentar mejorar su relación con el
imperialismo, y en parte para conseguir consolidar algún punto de
control en la zona. Aspiraba, además,
al cumplimiento del acuerdo
con los aliados que le permitiría tener
una base naval en los
Dardanelos. Pero esos planes fracasaron.

La base naval que los aliados
le habían prometido en la guerra
le fue negada en la paz, el Estado
Sionista pronto entró en malas
relaciones con la URSS y prefirió
el imperialismo norteamericano,
al que secundó en su política
anticomunista.

El apoyo de la URSS al Estado
Sionista fue un episodio más, y también
un nuevo fracaso, en la política
del estalinismo en la posguerra
mundial. En poco tiempo se sucedieron
nuevas purgas y ejecuciones
en los países del Este europeo
y en la URSS, algunas de ellas dirigidas
contra judíos (Véase
Deutscher, ya citado), pero toda la
política estalinista tuvo el mismo
objetivo contrarrevolucionario: demostrar
al imperialismo que la burocracia
gobernante de la URSS era
la garantía de que no habría otra
revolución parecida a la rusa de
1917. Trotsky había definido esa
política años atrás: “socialismo en
un solo país… y en ningún otro país”.

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