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Irán estalla

Layla Nassar, 11 de marzo de 2018




Miles de jóvenes y trabaja dores han llenado las calles de una cuarentena de ciudades de Irán en las protestas más multitudinarias desde 2009, cuando el país vivió una revuelta popular desencade- nada por la reelección de Mahmoud Ahmadinejad. En una reedición de lo que ya pasó el 2011 con las revoluciones árabes y hoy todavía en Siria, un sector importante de la izquierda europea y latinoamericana, atrapada en una lógica de bloques que olvida la lucha de clases, vuelve la espalda a la revuelta popular y se limita a hacer de altavoz del régimen de los ayatolás, uno de los más opresores del planeta, que culpa de todos sus males a los Estados Unidos e Israel.

A diferencia del 2009, cuando las protestas eran pacíficas, sobre todo democráticas y protagonizadas por sectores de la clase media y los universitarios, ahora el principal motor de las manifestaciones es la crisis social y económica, que no se puede expresar de ninguna otra manera en un régimen que desde 1979 eliminó los sindicatos y los partidos. Los protagonistas son la juventud y la clase trabajadora, los mostazafin (desheredados), que se manifiestan contra el alza de precios, el paro y la pobreza. El régimen de los ayatolás aplica una política neoliberal a ultranza: exenciones de impuestos a los ricos, privatizaciones, alza de precios de los productos básicos, burbuja inmobiliaria, cierre de fábricas y talleres... según los datos oficiales (la realidad es mucho peor) el paro llega al 28,8% entre los jóvenes. En el Irán no hay sanidad ni educación pública y el 40% de las familias vive bajo el umbral de la pobreza, según algunos informes. En el potente Irán petrolero los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres y las tensiones son explosivas.

Como recuerda en un artículo reciente Nazanin Armarian «en el 2015 una huelga de media jornada de la burguesía comercial del bazar que se negaba a pagar el IVA fue suficiente para que Rohani los eximiera de pagar impuestos, pero no hubo compasión para los 17 obreros de la mina de oro Agdarreh que fueron castigados con entre 30 y 100 latigazos el 2014 por solidarizarse con los 350 compañeros despedidos». El año pasado murieron casi 1.600 trabajadores de la construcción en accidentes laborales. Contra el relato de los medios Armanian recuerda que las protestas no surgen de la nada: en el 2017 según los registros oficiales hubo al menos 1.700 movilizaciones ciudadanas (por el atraso en el pago de salarios, las estafas bancarias, los efectos de la sequía, la carencia de ayudas a los damnificados por el terremoto en el Kurdistán, el asesinato de portadores de mercancías en la frontera con Turquía...) en un país donde las manifestaciones pacíficas están prohibidas.

El detonante de esta oleada de movilizaciones ha sido el recorte de ayudas sociales (que representaban el 27% del PiB en el 2008 y el 3% en el 2016) y el anuncio del incremento del precio de productos básicos como la gasolina y los huevos (que se dispararon un 40% en cosa de días). En algunas ciudades, el alquiler ha subido un 83% en los últimos tres años, mientras que la inflación no llega al 35% de la época de Ahmadinejad pero se mantiene en niveles insostenibles. Se evaporaban las promesas del presidente Rohani de que el acuerdo nuclear con los Estados Unidos mejoraría la economía por el levantamiento de las sanciones. Hay que tener en cuenta también el aumento de población: si en 1979 había 35 millones de iraníes, ahora son casi 80 millones y están fuertemente concentrados en las ciudades.

Cómo recuerda Yassamine Mather, iraní exiliada en Escocia, directora de la campaña «Fuera las manos del pueblo del Irán», «la prometida prosperidad económica después del acuerdo nuclear no se ha materializado y ahora las dudas sobre el futuro del acuerdo —especialmente ante la abierta oposición de Trumphan provocado la desesperación sobre todo entre la juventud. Pero lo que no se menciona es que, a pesar de su retórica anti-occidental, la República Islámica es una ferviente seguidora de la agenda económica neoliberal. El gobierno de tecnócratas de Rouhani es acusado con razón de obedecer los programas de reestructuración del Fondo monetario Internacional y el FMI, (...) que lo han elogiado por sus resultados económicos». El programa de choque neoliberal le ha merecido a Rohuani una calificación A+ de su deuda.

Las demandas sociales y económicas han llevado a las políticas, cuestionando los privilegios de los ayatolás. Los manifestantes gritaban consignas como por ejemplo «La gente pide limosna y los mulás gobiernan como si fueran dioses», «muerte al dictador» o «Khamenei fuera las manos de la Irán». Los manifestantes exigen reformas y la separación de política y religión.
La corrupción ha sido el otro elemento que ha inflamado las calles. Los sectores en pugna por el poder en el país, conservadores y reformistas, exponen sus vergüenzas aireando escándalos de corrupción multimillonarios de sus rivales, de forma que a ojos de los iraníes queda claro que tanto el gobierno moderado de Rouhani, como la línea dura de los ayatolás y el sector populista del expresidente Ahmadinejad están totalmente salpicados. Las sanciones impuestas por la UE y los Estados Unidos entre 2007 y 2015 permitieron a los sectores burgueses con acceso a los mercados negros internos y de divisas acumular fortunas astronómicas. El riesgo que el movimiento en las poblaciones periféricas empalmara con la capital llevó al régimen a la detención preventiva de 90 estudiantes universitarios de Teherán, que ha sido literalmente invadida por las fuerzas de seguridad.

La falta de libertades y el coste de las injerencias militares en el Líbano, Irak, Siria o Palestina también son objeto de la crítica de los manifestantes, que ven como la pugna por el dominio regional con la Arabia Saudí se financia a expensas de sus condiciones de vida. Las voces que desde la izquierda tildan estas reivindicaciones de proimperialistas tendrían que imaginarse condenando las movilizaciones en los Estados Unidos contra la guerra en el Vietnam como una muestra de nacionalismo insolidario.

Los diferentes sectores del regímen, para esconder que la causa del malestar es la corrupción y el impacto social de sus políticas, atribuyen las protestas a los «enemigos» del país (Estados Unidos, Israel o Arabia Saudí) o bien a las facciones rivales. Y nuevamente sectores de la izquierda europea y latinoamericana se ponen a su lado contra el pueblo, erigiéndose en jueces de qué pueblos merecen vivir en libertad y cuáles tienen que sacrificarse a la dictadura en nombre de un pretendido equilibrio geoestratégico que no es tal.

«El mensaje del levantamiento del pueble iraní es muy simple: la gente quiere derechos básicos y quiere que el estado deje de malgastar las riquezas de la nación para matar gente en Siria, Irak y otros lugares: quieren que sus recursos nacionales sean invertidos para satisfacer las necesidades de la gente en Irán que vive en la miseria -recuerda el periodista Reza Fiyuouzat, exiliado en los EE.UU.Cuando la gente sale a la calle en Irán sabiendo que los pueden torturar, detener y asesinar, estos mismos supuestos socialistas en lugar de expresar su solidaridad, buscan cualquier excusa en las debilidades del joven movimiento para evadir sus responsabilidades a la hora de apoyar a quienes sí que osan luchar: ¡vergüenza!».

Efectivamente, los jóvenes en Irán se enfrentan a una represión implacable. El gobierno reconoce al menos 3.700 detenidos. Varios activistas ya han muerto en la prisión y si no vemos más imágenes de las protestas es por la férrea censura de los medios de comunicación e internet. Cómo recuerda Fiyouzat «La juventud iraní que se ha levantado para decir «Basta!», son los hijos de una revolución que fue colgada en la horca, sofocada, descuartizada por una contrarrevolución violenta y mejor organizada. Esta generación de jóvenes iraníes ve sus vidas, sus perspectivas de un futuro decente y su integridad robadas, y se opone a este robo histórico a manos de la capa más parasitaria de nuestra sociedad: los mulás. El clero es la sanguijuela más improductiva de nuestra sociedad. Sin embargo, sus hijos, en los barrios de clase alta de Teherán y otras grandes ciudades poseen más Lamborghini y Bugatti per cápita que en Mónaco. ¿De dónde viene toda esta riqueza? Del saqueo de nuestras arcas nacionales. Y la juventud de Irán se ha levantado para poner fin al saqueo».

Layla Nassar.

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