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Economía financiera: euforia y depresión a nuestra costa

Inestabilidad y propaganda

Víctor Messeguer, 7 de marzo de 2018




Van cayendo algunas mentiras de gurus a sueldo del capital que se expanden por televisiones y por los suplementos dominicales de papel couché de periódicos que son propiedad de fondos de inversión. Mentiras como que hay una recuperación de la crisis. Mentiras como que el rescate bancario y el endeudamiento público eran obligados si queríamos evitar una catástrofe mayor. Mentiras como que nadie tuvo la culpa de los cracks de 2007 y 2018 y de la burbuja inmobiliaria (que decían que no existía). Mentiras como que si les va bien a las empresas nos va bien a los trabajadores. Mentiras como que quien no trabaja es porque no quiere. Mentiras como que si pierdes un puesto de trabajo con convenio y salario digno puedes encontrar otro equiparable. Mentiras como que la automatización y el aumento de la productividad primero destruyen puestos de trabajo, pero después los crean de nuevo. Mentiras como que lo que mola es ser falso autónomo o freelance y tener clientes y no tener un puesto de trabajo fijo y con derechos y estar organizado en un sindicato. Mentiras como que los parados pueden encontrar trabajo con mayor formación, mientras están emigrando los jóvenes con mayor formación. Mentiras como que existe una mano invisible, que no hay nada malo en que cada uno, cada empresario, cada especulador, cada burgués, cada oligarca persiga su interés, que eso beneficia al conjunto de la sociedad, entre los que estamos los trabajadores. Que cada uno debe mirar por su propio provecho, y en los ratos libres ser voluntario de una ONG, pero por nada del mundo ser militante sindical o de un partido revolucionario. Que el miedo a caer en la indigencia es la verdadera motivación para trabajar. Que las muertes en el Mediterráneo son una tragedia (por tanto, inevitable). Que las políticas económicas que se implementan son las necesarias desde un punto de vista realista. Que el control de la economía por los estados con gobiernos de los trabajadores/as es una idea trasnochada y que el devenir de la dictadura estalinista ya refutó. Que si se extienden los servicios públicos, la sanidad, la enseñanza, las pensiones, un montón de gorrones los colapsarán. Monarcas que predican la cultura del esfuerzo (aquí se insinúa que los demás hemos vivido por encima de nuestras posibilidades). Que mejor la autoayuda. Que el poder está en tu mente, pero que no te organices con otros de tu clase. Que el cambio climático no existe, o que existe, pero afectará a otros, o que existe pero que habrá mucho tiempo para adaptarse. Si la religión fue y es el opio del pueblo, las mentiras repetidas por los medios de comunicación serían la heroína.

Hace 10 años y medio, en agosto de 2017, el capitalismo tuvo un accidente previsible. No fue tan grave como en 1929, la mayor crisis eco- nómica contemporánea y global y que terminó con la segunda guerra mundial. Pero las causas de la crisis que desencadenó el crack de 2007-2008 no se han solucionado, sino que se ha ganado tiempo con sacrificios actuales y futuros de las clases populares. Las deudas privadas de las grandes corporaciones han engordado las deudas públicas de los estados y las deudas privadas de las familias han terminado en desahucios y empobrecimiento. Al paro se añaden los recortes y privatizaciones. En estos diez años los bancos centrales han reducido su margen de maniobra para repetir el salvamento de las finanzas privadas mientras los especuladores hacían su agosto. La deuda total global ha aumentado. El riesgo es mayor que en 2007. Las bolsas de EEUU, y por contagio el resto, bajan y nos dicen que no es nada, que no nos pongamos nerviosos, a pesar de vivir encima de un barril de pólvora. La forma en que el capitalismo tiene de saldar sus crisis – cíclicas o súper – es destruyendo capital y fuerzas productivas (fábricas, empleos, materias primas, zonas libres de contaminación). Con la ayuda de los rescates de dinero público y de la creación de más dinero se ha evitado esta destrucción, y se mantiene la ficción de que los precios inflados de activos (bonos, acciones, propiedades, tierras, fábricas) van a tener su oferta y su demanda y se van a poder vender por ese precio ficticio. Pero sólo van a cobrar los primeros que vendan. De aquí el énfasis en la confianza y llamar pánico al realismo. Como se explica en algunos enlaces, el contagio a Europa implicará el aumento de la prima de riesgo de los países del sur, mayores dificultades para financiar la deuda pública que es la factura de los rescates y de las obras faraónicas inútiles generadoras de comisiones y beneficios para las constructoras. La subida de los in- tereses presionará a las familias con hipoteca, con una nueva oleada de desahucios.

¿Son esas bajadas de la bolsa meras correcciones o pueden incurrir en el potencial catastrófico que la situación no excluye? Lo sabremos después de que suceda o que no suceda. Pero en los escenarios de las organizaciones de los trabajadores y trabajadoras debería incluirse la posibilidad de un crack superior al de 2008, seguido de una destrucción intensa de fuerzas productivas. Medidas criminalizadas hasta ahora como no pagar la deuda pública, deberían llevarse a cabo, y es probable que los mis- mos estados imperialistas – con EEUU a la cabeza – la realicen. Como denunciaba Naomí Klein en La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre: se puede utilizar la catástrofe para afianzar la dominación.

Víctor Messeguer

Nota: aquí https://is.gd/ElCs2z están los enlaces.

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