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Irak. Desde la plaza Tahir de Bagdad

Cristina Mas, 19 de marzo de 2020




Desde el 1 de octubre de 2019 Iraq vive una revuelta protagonizada por la juventud precaria y desempleada que cuestiona el sistema político del país, heredado de la ocupación norte-americana de 2003. En estos cinco meses ha habido ocupaciones de plazas y manifestaciones en la capital, Bagdad y en nueve provincias del sur, de mayoría chií, contra el gobierno sectario dominado por partidos chiís y apoyado por Iran tras la retirada de la mayoría de tropas norteamericanas que ordenó Obama, que solo ha causado sufrimiento y miseria entre las clases populares iraquíes.


Los manifestantes reclaman empleo, servicios básicos y que termine la corrupción endémica del régimen que hace que los enormes recursos petroleros del país queden en manos de multinacionales y de una elite que los utiliza para alimentar sus redes clientelares. La movilizaciones reclaman el fin el régimen, rechazan la tutela sobre el país tanto de Iran como de Estados Unidos y exigen cambios en la ley electoral para la celebración de unas elecciones con garantías. Son demandas sencillas teniendo en cuenta el empobrecimiento masivo de la mayoría de la población, más todavía en un país con riquísimos recursos energéticos. Y el movimiento es tan masivo y persistente que ha forzado la dimisión del primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi que tardó semanas en ser sustituido por el empresario Mohamed Alawui ministro en el pasado y que también es rechazado por los manifestantes. No quieren un cambio de caras, quieren un cambio de régimen. El régimen ha respondido con una represión feroz: hay más de 550 muertos, la mayoría por munición real y botes de gas lacrimógeno disparados directamente a la cabeza por la policía o milicias armadas, y unos 25.000 heridos.

Las movilizaciones empezaron el 1 de octubre respondiendo a un llamado de un grupo de activistas a través de las redes sociales. La protesta se convocó un martes para diferenciarse de las manifestaciones de los viernes, día festivo en los países musulmanes, convocada por el clérigo Muqtada al Sadr, que ganó popularidad por su defensa de los pobres y su combate contra la ocupación norteamericana. En las primeras horas pocos acudieron a la plaza Tahrir de Bagdad, y entre ellos estaban los miembros de la tribu del popular excomandante de las fuerzas antiterroristas, el general AbdulWahab al-Saadi, que acababa de ser cesado por el gobierno. Pero a mediodía empezaron a llegar decenas de miles de jóvenes de los barrios populares denunciando la miseria. La policía respondíó con gases lacrimógenos, cañones de agua y después fuego real. Ante la brutal represión, el mismo día surgieron protestas en las principales ciudades del sur: Nasiriyah, Misan, Diwaniyah, Babel, Karbala, y Najaf.

Las milicias chiís, organizadas tras la desbandada del ejército iraquí frente a la expansión del Daesh [acrónimo en árabe de Estado Islámico] y que el general iraní Qassem Souleimani puso bajo la órbita de Teheran, apoyaron a la policia en la represión indiscriminada de las protestas, con escuadrones de la muerte que matavan a sangre fría manifestantes desarmados cada día a decenas.


El gobierno cortó internet e impuso el toque de queda en distintas poblaciones. Los manifestantes tuvieron que abandonar la plaza y trasladar las movilizaciones a los barrios populars , donde levantaron barricas y quemaron neumáticos para defenderse. Las milicias controlaron la plaza e incluso fueron a matar activistas a sus casas. Pero lejos de intimidar a los manifestantes, la represión inflamó todavía más las protestas. En varias poblaciones las sedes de los partidos del gobieron fueron incendiadas y atacaron los consulados iraníes. El 25 de octubre el movimento resurgió reivindicando a las víctimas y exigiendo la caída del sistema y esta vez se dirigió a los puentes sobre el Tigris que conducen a la Zona Verde, donde están las embajadas y los edificios gubernamentales, fuertamemte protegidos. Les bloquearon el paso la policía y el ejército con granadas de gases lacrimógenos «rompe cráneos», diez veces más pesados que las usadas en el control de manifestaciones, según denunció Amnistia Internacional. Las imagenes de jóvenes con estos proyectiles humeantes incrustados en sus cabezas tirados en las calles eran estremecedoras.

Mar de fondo

Tras la invasión de 2003, Estados Unidos impuso un régimen basado en el reparto sectario del poder entre grupos étnicos y religiosos. Cada uno compite por los recusos, sobretodo el petróleo y construye sus propias redes clientelares. Un régimen corrupto que ha beneficiado a las élites y ha hundido a la mayoría en la miseria: sólo ganan contratos públicos los que están bien conectados con los partidos de gobierno, la corrupción es sistemática, cada grupo saquea los recursos públicos para montar sus negocios en todos los sectores, desde la agricultura hasta la educación privada. A pesar de años de privatitzaciones el estado sigue siendo el primer empleador pero a la práctica las
empresas públicas trabajan para inteses privados. Cuatro de los once millones de trabajadores tiene empleos informales y precarios y sólo un 1% trabaja en el sector del petróleo.

Tras la guerra con Iran de los 80, el embargo impuesto por Estados Unidos desde los años 90, la primera Guerra del Golfo de 1991, las sanciones y la invasión de 2003 ordenada por el trío de las Açores (Georges Bush, Tony Blair y José Maria Aznar) las infraestructuras del país, como el abastecimiento de agua o electricidad estan destrozadas, por no hablar del sistema sanitario o educativo. No hay futuro para los jóvenes: el Fondo Monetario Internacional calcula que el paro juvenil al menos duplica la cifra oficial del 20%. Los estudiantes univeritarios llevaban meses movilizándose contra el desempleo antes del levantamiento de octubre. Los jóvenes desempleados y precarios han sido el principal componente de las protestas de 2011, 2018 y ahora.

A pesar de la represión la juventud trabajadora y los estudiantes consiguieron volver a las plazas. Sólo los que lo han vivido saben el alcance de la fuerza y la creatividad popular: conductores de tuk-tuks (motocicletas con cabinas para transportar gente) se han dedicado a evacuar a los heridos a los hospitales, desde las tiendas de equipos de médicos voluntarios de las plazas, sindicatos y partidos han erigido también sus tiendas en apoyo al movimiento , los que no pueden estar en la movilización llevan agua y comida a los manifestantes, se reparten cascos y mascarillas, se organizan charlas y talleres. Casi todos los sindicatos se han solidarizado con el movimiento, aunque no ha habido huelgas.

Uno de los momentos más complicados fue el asesinato por Estados Unidos de Suleimani, a principios de enero, que las milícias proiranís trataron de utilitzar par acallar la denuncia contra el régimen y su aliado iraní. Sin embargo las protestas siguieron, contra Estados Unidos y contra Iran.

Allawi fue nombrado primer ministro el 1 de febrero y tiene el apoyo de Sadr, que giró políticamente y dejó de apoyar al movimiento para ordenar a sus seguidores que se retiraran de las plazas: algunos incluso participaron en la represión. Pero como ha ocurrido en Líbano con Hezbollá, el carácter burgués y reaccionario de estas organizaciones que en su momento se enfrentaron al imperialismo, y pueden volverlo a hacer, sale a la luz cuando de enfentan a un movimiento popular que reclama el fin de un régimen del que participan abiertamente. Sadar trata ahora, de acuerdo con Iran, de terminar con las movilizaciones y conseguir un acuerdo de los partidos chiíes, suníes y kurdos para apuntalar al nuevo primer ministro, rechazado por la calle.
Pero el movimiento parece dispuesto a enfrentar la a quien le ha traicionado: el 13 de febrero decenas de miles de mujeres salieron a la calle en Bagdad, Nasiriya y Basora en respuesta a la exigencia de Sadr de que se acabaran las manifestaciones mixtas y reivindicando el papel de la mujer en la revolución iraquí.

29/02/2020
Cristina Mas

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