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Somalia:

Nos mienten sobre los piratas

, 3 de mayo de 2009




¿Quién podría imaginar que en 2009, los gobiernos del mundo declararían
una nueva guerra a los Piratas? Mientras está leyendo esto,
la Marina británica – apoyada por los buques de más de dos docenas
de naciones, desde los Estados Unidos hasta China – se está
internando en aguas de Somalia para perseguir a hombres que todavía
vemos como villanos de circo con un loro en el hombro. Pronto
estarán luchando contra buques somalíes y hasta persiguiendo a
los piratas en tierras de Somalia, uno de los países más rotos de la
tierra. Pero detrás de la extravagancia de este cuento, hay un escándalo
por contar. La gente que nuestros gobiernos etiquetan como
«una de las grandes amenazas de nuestros tiempos» tiene una historia
extraordinaria que contar – y algo de justicia de su parte.

Los piratas nunca han sido exactamente
lo que creemos que son.
En la «edad dorada de la piratería»
–desde 1650 hasta 1730– la idea
del pirata como el ladrón salvaje e
insensato que perdura hasta nuestros
días fue creada por el gobierno
británico en un gran esfuerzo propagandístico.
Mucha gente corriente
creyó que esto era falso: con frecuencia
la muchedumbre les rescataba
de la horca.

¿Por qué?
¿Qué vieron entonces que nosotros
no vemos ahora? En su libro
Villains of all nations (Villanos de todas
las naciones), el historiador
Marcus Rediker escudriña las pruebas
para averiguarlo. Entonces, si
te alistabas en la Marina Mercante
o en la Marina británica –reclutado
en los muelles de Londres, joven y
hambriento- terminabas en un infierno
flotante de madera. Trabajas
a todas horas en un buque angosto
y medio muerto de hambre, y si
remoloneabas algo, el todo poderoso
capitán te azotaba. Si
remoloneabas constantemente, te
podrían tirar por la borda. Y después
de meses o años soportando
esto, a veces te timaban en la
paga.

Los piratas fueron los primeros en
rebelarse contra este mundo. Se
amotinaron contra sus capitanes
tiránicos – y crearon un modo distinto
de trabajar en la mar. Una vez
tomado un buque, los piratas elegían
a su capitán, y tomaban todas
sus decisiones colectivamente.

Compartían el botín, lo que describe Rediker como «uno de los planes
más igualitarios del siglo dieciocho
para aprovechar los recursos
disponibles». Hasta acogían a esclavos
africanos y convivían con ellos
como iguales. Los piratas demostraron
«de forma bastante clara y
subversiva – que no hacía falta llevar
el buque en la manera opresiva
y brutal que lo hacían la Marina
Mercante y la Marina británica». Es
por esto que eran populares, a pesar
de ser ladrones improductivos.

Las palabras de un pirata de esa
edad perdida –un joven británico llamado
William Scott– deberían tener
eco en esta nueva edad de piratería.
Justo antes de que lo ahorcaran
en Charleston, Carolina del Sur,
dijo: «Lo que hice fue para no perecer.
Fui obligado a hacerme pirata
para sobrevivir». En 1991, cayó el
gobierno de Somalia, situado en el
Cuerno de África. Sus nueve millones
de habitantes han estado al
borde de morirse de hambre desde
entonces – y muchas de las fuerzas
más feas del mundo occidental
han visto esto como una estupenda
oportunidad para robar las provisiones
de comida del país y verter
nuestros residuos nucleares en sus
mares.

Sí: residuos nucleares. En cuanto
desapareció el gobierno, llegaban
misteriosamente buques europeos
a la costa de Somalia, vertiendo
enormes barriles en el océano. La
población de la costa empezaba a
enfermar. Al principio, padecieron
extrañas erupciones, nausea, y nacieron niños malformados. Entonces,
después del tsunami de 2005,
cientos de estos barriles vertidos y
con fugas terminaron en la orilla. La
gente empezó a enfermar de la radiación,
y más de 300 personas
murieron. Ahmedou Ould-Abdallah,
el enviado de Naciones Unidas a
Somalia, declara: «Alguien está vertiendo
material nuclear aquí. También
hay plomo, y materiales pesados,
tales como cadmio y mercurio
–o sea, de todo.» Se puede seguir
su rastro hasta los hospitales y
las fábricas europeos, y su entrega
a la mafia italiana para que ésta se
deshaga de ello de la manera menos
costosa. Cuando pregunté a
Ould-Abdallah qué hacían los gobiernos
italianos para combatir
esto, dijo con un suspiro: «Nada.
Ni se ha limpiado, ni ha habido compensación
ni prevención.»

Al mismo tiempo, otros buques
europeos han estado saqueando
los mares de Somalia de su mayor
recurso: el marisco. Hemos destruido
nuestras propias existencias de
pesca por sobreexplotación –y ahora
queremos las suyas. Enormes
palangraneros roban cada año más
de 300 millones de dólares en atún,
gambas, langosta, etc. al internarse
ilegalmente en los mares no protegidos
de Somalia. Los pescadores
locales han perdido de buenas
a primeras su sustento, y se están
muriendo de hambre. Mohammed
Hussein, un pescador de la ciudad
de Marka, a 100 kilómetros de
Mogadiscio, declaró a Reuters: «Si
no se hace nada, pronto no quedará
pesca en las aguas de nuestra
costa».

Éste es el contexto en el que han
surgido los hombres que nosotros
llamamos «piratas». Todo el mundo
está de acuerdo en que eran
pescadores corrientes somalíes que
primero intentaron disuadir con lanchas
veloces a los que vertían residuos
desde los palangraneros o por
lo menos cobrarles un tributo. Se
llaman a si mismos los Guardacostas
Voluntarios de Somalia –y no es
difícil entender por qué. En el transcurso
de una entrevista telefónica
surrealista, uno de los dirigentes piratas,
Sugule Ali, dijo que su propósito
era «parar la pesca ilegal y
vertidos en nuestras aguas... No
nos consideramos bandidos de los
mares. Los bandidos son aquellos
que pescan, vierten residuos y llevan
armas en nuestros mares.»
William Scott habría entendido estas
palabras.

No, esto no justifica la toma de
rehenes, y sí, algunos son evidentemente
gángsteres –especialmente
aquellos que han retenido los
suministros del Programa Mundial
de Alimentos. Pero los «piratas» tienen
el apoyo abrumador de la población
local por algo. El sitio web
de noticias independiente somalí
WardherNews encuestó a la población
local sobre su opinión del tema
–un 70 por ciento «apoyó la piratería
como forma de defensa nacional
de las aguas territoriales del
país». Durante la Guerra de Independencia
de Estados Unidos,
George Washington y los padres
fundadores pagaron a piratas para
proteger las aguas territoriales de
su país porque no tenían marina ni
guardacostas propios. La mayoría
de los estadounidenses los apoyaron.
¿Es esto tan diferente?

¿Esperábamos que los somalíes
hambrientos nos mirasen pasivamente
desde sus playas o mares
en medio de nuestros residuos nucleares
mientras robábamos sus
peces para comerlos en los restaurantes
de Londres, París y Roma?
No actuamos cuando se cometían
estos crímenes - pero cuando algunos
pescadores respondieron interrumpiendo
el pasillo de tránsito
del 20 por ciento del suministro de
petróleo mundial, empezamos a
gritar sobre la «maldad». Si de verdad
queremos ocuparnos de la piratería,
necesitamos erradicar su
causa –nuestros crímenes– antes
de mandar los cañoneros para erradicar
a los criminales somalíes.
La guerra contra la piratería, también
ésta de 2009, fue resumida por
otro pirata que vivió y murió en el
cuarto siglo antes de Cristo. Se le
capturó y llevó ante Alejandro Magno,
que quiso saber «qué quería
decir con guardar el mar». El pirata
sonrió y respondió: «Lo que quiere
decir Vd. con apoderarse de toda
la tierra; pero como yo lo hago con
un barco insignificante, soy un ladrón,
mientras que a Vd., que lo
hace con una gran flota, lo llaman
emperador.» Una vez más, nuestras
grandes flotas imperiales navegan
hoy -¿pero quién es el ladrón?

Johann Hari

Global Research

Traducido para Rebelión por
Christine Lewis Carroll

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