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A 90 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

L.C. Gómez-Pintado, "Luca", octubre de 2007




En los países imperialistas como el nuestro, la ideología dominante conspira para borrar de la cabeza de los trabajadores y trabajadoras todo lo que puede contribuir a darnos conciencia de nuestras propias fuerzas, de nuestra capacidad no sólo de parar los planes de la patronal y las multinacionales, sino también de construir una alternativa a la decadencia del capitalismo. Hablar sobre la Revolución Rusa hoy es hablar sobre la primera revolución obrera triunfante que expropió a la burguesía y sobre el supuesto fracaso del socialismo a manos del estalinismo. Y también es hablar de Oriente Medio y Palestina, de América Latina y África. No porque en esas zonas esté habiendo actualmente revoluciones como la de Octubre de 1917, sino porque la contradicción fundamental de nuestro tiempo, es decir, que el capitalismo no sólo es incapaz de solucionar los problemas de la humanidad sino que los agrava y crea cada vez mayor destrucción, requiere ser resuelta en el mismo sentido en que lo fue en la Revolución Rusa. Y hablar sobre la Revolución Rusa es también hacerlo sobre el marxismo, que demostró ser mucho más que “una teoría científica interesante”.

La primera revolución obrera triunfante

1917. El mundo es consumido por una cruenta guerra imperialista. En Rusia, el número de muertos ronda los 2 millones. Un Gobierno Provisional, presidido por Kerensky, intenta controlar la oleada revolucionaria que derrocó al Zar en Febrero y ahogó después el alzamiento contrarrevolucionario del general Kornilov. El Partido Bolchevique, una fuerza no demasiado grande hasta Febrero, ha crecido enormemente entre los obreros, los campesinos y los soldados, por su defensa de un programa básico: PAN, TIERRA Y PAZ. Los Soviets de Diputados Obreros y Soldados –consejos de delegados obreros, soldados y campesinos, con representantes de todo el país, que funciona como un verdadero parlamento obrero enfrentado al inoperante parlamento burgués-, preparan el Congreso de toda Rusia en Petrogrado, mientras todos los partidos se someten al programa burgués del Gobierno Kerensky. En Octubre, los bolcheviques ven llegado el momento de proclamar: TODO EL PODER A LOS SOVIETS. El Palacio de Invierno, símbolo del régimen zarista y sede del Gobierno Kerensky, es asaltado por grupos de soldados y obreros armados, organizados desde los locales del Soviet por la dirección bolchevique, que hacen ondear las banderas de la Comuna en lo alto del edificio. En nombre del Consejo de los Soviets de toda Rusia se instaura el Gobierno de los Soviets, la dictadura del proletariado. Inmediatamente se aprueba un llamamiento a la paz a todos los pueblos en guerra y a sus gobiernos.

El Estado Soviético expropió las principales fábricas y los bancos, decretó el control obrero de la producción, y el control del naciente Estado Obrero sobre todas las cuestiones que hasta el momento habían sido decididas por la burguesía y la nobleza o por el pequeño puñado de parlamentarios, políticos y militares que les eran fieles. Eso incluía la reforma agraria -el reparto de la tierra, todavía una estructura de propiedad feudal basada en las grandes propiedades-, el monopolio del comercio exterior y el reconocimiento del derecho de las nacionalidades oprimidas por el zarismo a su autodeterminación.

La guerra civil, la revolución internacional y el origen de la burocracia

Pronto reaccionaron los privilegiados de las viejas clases, los restos del ejército del Zar y las potencias imperialistas –que no dejaban de ver en el nuevo Estado Obrero el peligro de que se reprodujera la revolución en sus propios países. Durante cuatro años, la revolución tuvo que enfrentar una sangrante guerra civil y la agresión armada de tropas de 21 naciones, lo que impuso condiciones excepcionalmente adversas a las posibilidades de desarrollo de la nueva economía y a la organización social bajo la dirección del proletariado. A pesar de ello, los avances económicos, el desarrollo de la industria –sin precedentes en un país atrasado-, y los logros sociales de la primera época de la revolución (jornada de 8 horas, control obrero de la producción, alfabetización, integración de la mujer en la vida social...), fueron reconocidos incluso por sus peores enemigos.

Los bolcheviques esperaban el rápido triunfo de la revolución internacional, comenzando por Alemania, lo que habría supuesto un apoyo económico y técnico importantísimo para la supervivencia del estado obrero. Pero la revolución alemana fue derrotada y el estado soviético quedó aislado, y en una situación de debilidad y desgaste extremos. El gobierno de los Soviets se vio socializando miseria, y, además, debilitado por la guerra civil. Esto pronto tuvo repercusiones en el Estado Obrero y en el propio Partido Bolchevique. Una vez muerto Lenin, una camarilla burocrática, escasamente dotada para la política revolucionaria, logró hacerse con el control del aparato. Stalin, sirviéndose de la burocracia, comenzó a aniquilar metódicamente la democracia obrera dentro y fuera del partido. Lo que empezaron siendo medidas excepcionales, justificadas por la guerra civil, se convirtieron en normas habituales: primero se suprimieron los derechos de tendencia y fracción que garantizaban la democracia en los debates en el interior del partido. Más tarde se expulsó a los disidentes. Finalmente se los fusilaría y encarcelaría por decenas de millares, en los ‘Procesos de Moscú’, y se los asesinaría, como a León Trotsky en México. Así hasta acabar con toda la vieja dirección revolucionaria de Octubre.

Esta degeneración del partido bolchevique acompañaba y era parte al mismo tiempo de la degeneración del estado obrero y de la sociedad soviética. Y también de una política que, puesta al servicio de la idea del ‘Socialismo en un solo país’, utilizó a los partidos de la Internacional Comunista como epígonos de los acuerdos de la URSS con la burguesía imperialista, y con el fascismo. Durante décadas, los partidos estalinistas frenaron y traicionaron cuanto pudieron al movimiento obrero internacional, como en el caso de la Revolución Española, amparados en el prestigio de la Revolución de Octubre.


La última traición de la burocracia

Hoy, el capitalismo ha sido restaurado en la antigua Unión Soviética, y ha barrido uno por uno los logros de la revolución. Muchos pensaban, incluso en el movimiento trotskista, que el capitalismo nunca volvería, ya que la misma existencia de la burocracia gobernante de los estados obreros degenerados dependía, según ellos, del mantenimiento de las conquistas de la revolución (el monopolio del comercio exterior, la propiedad estatal de la industria y la tierra, y la planificación de la economía). Erraron el análisis: la propia burocracia, junto a los tecnócratas del aparato del estado y a sectores obreros privilegiados, se convirtió en burguesía y acabó con las conquistas revolucionarias. Con la coartada de la democratización, la burocracia implantó el ‘libre mercado’ y engañó, una vez más, a los millones de trabajadores que, sin cuestionar la propiedad estatal o el estado obrero, se alzaban en los países del Este de Europa contra la corrupción de sus gobiernos y por la reinstauración de la democracia de los trabajadores. El análisis ya estaba hecho: en 1932, la preocupación de Andreu Nin era que el fin del estalinismo no fuera, también, la "caída de la revolución rusa y un desastre irreparable para el proletariado internacional"; León Trotsky, en su obra ‘La revolución traicionada’ de 1936, lo había anticipado más categóricamente: “El pronóstico político tiene un carácter alternativo: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir el país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo”. Sucedió lo primero.

Lo que queda de Octubre

Pero esa derrota, la restauración capitalista en la URSS y los países del Este europeo, no puede enturbiarnos la vista y hacernos ver las cosas de un modo distinto de como son. Lo que antes era la URSS vive ahora inmerso en una profunda crisis económica y política, con la aparición de millones de nuevos pobres, con un estado incapaz de solucionar democráticamente las aspiraciones de las nacionalidades oprimidas, subordinado al imperialismo norteamericano, al que, además, suministra gas y petróleo... Si para sus detractores, el “socialismo real” no sirvió como solución para Rusia, a pesar del sorprendente desarrollo de su economía, nunca antes visto en un país tan atrasado, evidentemente, el capitalismo actual sirve menos todavía.

Y en lo que hace al resto del mundo, tal como decía Trotsky en 1936: “La historia de las últimas décadas atestigua, con una fuerza particular, que, en las condiciones de la decadencia del capitalismo, los países atrasados no pueden alcanzar el nivel de las viejas metrópolis del capital. Colocados en un callejón sin salida, los civilizadores cierran el camino a los que se civilizan” (La revolución traicionada). La situación no parece haber cambiado: guerras e invasiones imperialistas por el control del petróleo y los recursos de los países atrasados, que no pueden desarrollarse precisamente por la rapiña de los países más ‘avanzados’. El imperialismo, la hegemonía del capital financiero y la lucha abierta por los mercados y las fuentes energéticas, genera, además de diferentes formas de destrucción en masa, las condiciones que hacen necesaria y posible la transformación socialista de la sociedad. La burguesía tardó siglos, y necesitó muchas guerras y revoluciones, hasta llegar a imponer el capitalismo como sistema predominante. La clase obrera lo intentó hace 90 años, y lo ha seguido intentando desde entonces. La necesidad de la revolución socialista continúa vigente, y también la necesidad de una dirección consciente capaz de conducir el proceso hacia el triunfo: un Partido Revolucionario Bolchevique, que sin temor al debate interno, golpee como una sola mano, y que haya asimilado las enseñanzas de la Revolución de Octubre, de su degeneración, y de su vuelta al capitalismo.