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Barcelona, mayo del 37

Revolución y Contrarrevolución se vieron las caras

L.C. Gómez-Pintado, "Luca", mayo de 2007




"La falsificación histórica consiste en hacer recaer la responsabilidad de la derrota española sobre las masas obreras y no sobre los partidos que han paralizado, o pura y simplemente aplastado, el movimiento revolucionario de las masas". León Trotsky, Clase, partido y dirección – 1940

El doble poder en la España del 36

El poder estuvo sobre el tapete desde el inicio del levantamiento fascista. La experiencia republicana estuvo plagada de choques entre las clases, que fueron mostrando qué intereses defendía y cuáles eran los límites de la democracia burguesa. En Julio del 36, mientras el gobierno del Frente Popular intentaba negociar con la contrarrevolución (el presidente Azaña quiso directamente huir en un primer momento), en numerosas ciudades, grupos de trabajadores se apropiaron de las armas, asaltaron los cuarteles y crearon las milicias obreras y patrullas de vigilancia que vencieron a los reaccionarios y marcharon a reforzar el frente. Crearon comités de fábrica y de abastecimiento, encargados de la producción y la distribución de los alimentos del campo colectivizado, que adquirían directamente de los comités creados por las milicias en su avance. La vida social pasó a depender de ellos, como reconoció el presidente Companys, en un discurso a la CNT-FAI en el que ofrecía, retóricamente, su dimisión. Era una situación de doble poder, y había llegado el momento en que la burguesía necesitaba la ayuda de los dirigentes con prestigio revolucionario para mantener su dominación.

Los comités contaron con la dirección política de los partidos y organizaciones del Frente Popular, y no con la elección directa de los responsables entre sus miembros. CNT y POUM claudicaron a ello en aras de la "unidad antifascista". Esa forma de dirección burocrática permitía a las fuerzas burguesas y reaccionarias imponer la subordinación a la burguesía y su gobierno. Así, en pocos meses, la Generalitat, con ministros de CNT y POUM, decretó la disolución de los comités creados contra el alzamiento fascista, impuso agentes estatales a las industrias colectivizadas, reinstauró los intermediarios con el campo -potenciando la acumulación especulativa y el alza de precios-, y atacó la producción colectivizada suprimiendo el control obrero de la aduana, el pago de indemnizaciones a los ex dueños de las industrias, el libre funcionamiento del crédito bancario, y la ilegalización de colectivizaciones -como la de la industria láctea, que convirtió la leche en un producto escaso y caro.

El Comité Central de las Milicias Antifascistas cedió su autoridad a los ministerios de Defensa y Seguridad Interna, en manos del PSUC, que aplicaba la política de Moscú -defender la democracia burguesa para contentar a sus aliados imperialistas europeos.

La revolución, el doble poder, retrocedía. Las bases oponían resistencia, pero las direcciones de CNT y POUM acataban. En Catalunya, y en otras partes, se sucedían los altercados entre las fuerzas obreras y las tropas del gobierno. Muchos se preguntaban si aquello era por lo que habían luchado tan heroicamente en las jornadas de Julio.

Los hechos de Mayo del 37

La oficina central de teléfonos de Barcelona, estaba controlada desde Julio por la CNT. Las comunicaciones, incluidas las de la Generalitat y las del presidente de la República, Azaña, que residía en el Palacio del Parque de la Ciudadela, pasaban por ella. Se cuenta que un telefonista interrumpió una comunicación: "No puede usted continuar hablando de esas cosas. Está prohibido." "¿Por quién?" "Por mí." "¿Cómo no voy a poder hablar si soy el Presidente de la República?". "Razón de más. Sus deberes son mayores". La anécdota, ficticia o no, ilustra la importancia estratégica del control obrero de las instalaciones.

Por ello, el lunes 3 de Mayo fue asaltado el edificio de Telefónica por Guardias de Asalto dirigidos por Rodríguez Salas –Comisario de Orden Público, del PSUC- a las órdenes del Conseller de Interior de la Generalitat, Aiguadé, de ERC. Tomaron la planta baja, pero encontraron resistencia armada en el resto. La noticia corrió, y los locales de CNT y POUM se llenaron de trabajadores pidiendo armas. Había llegado el momento de defender las conquistas de Julio.

En poco tiempo la ciudad se llenó de barricadas que cercaron a la Generalitat. Sin apenas disparos, por la mañana del 4 era evidente la superioridad del movimiento obrero, como lo había sido el 19 de Julio. Los comités de defensa locales, apoyados por CNT, POUM y Juventudes Libertarias, se habían hecho con el control, y los obreros armados esperaban la orden para atacar la Generalitat. Sin embargo sus dirigentes, reunidos con el gobierno, llamaron a abandonar las barricadas. García Oliver, ministro de CNT en el gobierno, recién llegado de Valencia, exhortaba a la calma y a la concordia desde la radio ("¡Alto el fuego! Besos para los guardias de asalto," decía). Según los dirigentes de CNT, había que parar toda movilización y abandonar las barricadas, a la espera del resultado de las negociaciones con la Generalitat, que ponía esa condición. Muchos no daban crédito a lo que escuchaban, ¿podían ser los mismos que tanto habían luchado contra la Monarquía, los que tanto defendían la revolución social, quienes hablaban ahora de esa forma? Las barricadas se mantuvieron.

"¡Compromiso, no!", decía un panfleto de los bolcheviques-leninistas (la sección trotskista de la época) que llamaba a la huelga general, al armamento de la clase obrera y de los comités de defensa, y a la unidad CNT-FAI-POUM contra el gobierno. El miércoles 5, la agrupación "Amigos de Durruti", llamó abiertamente a desobedecer a la dirección de CNT. Exigían el desarme de los Guardias de Asalto y de la Guardia Nacional Republicana. "¡Junta revolucionaria!", decía una proclama suya "Que ninguna calle se rinda. La revolución por encima de todo. Saludamos a nuestros camaradas del P.O.U.M. que han confraternizado con nosotros." Los dirigentes del POUM, por su parte, aseguraban que la clase obrera había conseguido ya una victoria parcial y había que retirarse. Eso mismo les decía en Lérida una delegación del gobierno y de la CNT a los 5000 milicianos de CNT y POUM que marchaban para apoyar la insurrección: "el gobierno no enviará más tropas a Barcelona si os detenéis."

La policía estalinista actuó durante la noche. Entre los desaparecidos, Camilo Berneri y Francesco Barbieri, dirigentes anarquistas italianos, y 12 miembros de las JJ.LL., cuyos cuerpos mutilados fueron hallados en La Pedrera, ocupada por el PSUC.

En la tarde del 6, CNT ordenó la retirada de telefónica. Habían alcanzado un acuerdo por el que ambos bandos retirarían sus fuerzas armadas. Los obreros y guardias cenetistas fueron sustituidos por otros fieles al gobierno, protegidos por la policía. CNT, cuyos teléfonos fueron desde ahí saboteados, se quejó. Es un hecho consumado y no puede remediarse, respondió la Generalitat.

5.000 guardias de Asalto y 3 buques de guerra llegaron desde Valencia. Los dirigentes anarquistas, que habían frenado el regreso de los milicianos en apoyo de Barcelona, llamaron a recibir amistosamente a los guardias, repitiendo la cantinela de la unidad. También llegaron carabineros. En total más de 12.000 hombres armados del lado del gobierno. En Tarragona y otras ciudades el gobierno tomaba posiciones y la policía desarmaba y detenía a los obreros, ejecutando a algunos. Y CNT y POUM llamaban a dejar las barricadas en nombre de una victoria inexistente.

En la madrugada del viernes 7, Azaña y su familia fueron trasladados a Valencia. Se levantaron las barricadas. Faltos de la dirección y el apoyo de sus organizaciones, los que aún resistían fueron reducidos y masacrados. La traición de los dirigentes había dejado desarmado al proletariado, convirtiendo la victoria militar del lunes en una derrota política el viernes. Después se sucedieron los episodios de represión, la ilegalización y persecución de quienes se habían significado, incluyendo los asesinatos selectivos de trotskistas, anarquistas y poumistas. Cundió el desánimo, el peor enemigo de la lucha contra el fascismo. Aquellos luchadores habían perdido la confianza en unos dirigentes que colaboraban con quienes les fusilaban. El estado burgués se fortaleció y el doble poder quedó en el recuerdo.

Esa lección quedó escrita con la sangre de los luchadores y luchadoras que murieron durante aquellos días, y de los que morirían después a manos de los agentes de la contrarrevolución. Sirva su recuerdo, 70 años después, para no repetir el mismo error.