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¿Decrecimiento o revolución?

Lucha Internacionalista, 10 de enero de 2010




1.- ¿El crecimiento
como motor de la
economía
capitalista?

Los autores que defienden el decrecimiento
parten de identificar el
crecimiento como motor/objetivo del
sistema capitalista. Así lo define Carlos
Taibo: “La visión dominante en
las sociedades opulentas sugiere
que el crecimiento económico es la
panacea que resuelve todos los
males.” (1) O como sugiere Raúl
García-Duran “El capitalismo ha
adoptado el crecimiento como “norma
de conducta” (2). O aun más
cuando se pone el norte en el
consumismo, como explica Luís
González, al fijar el “incremento
constante de la acumulación individual”
como la premisa sobre la que
se basa el sistema económico (3).

Efectivamente, los discursos de los
economistas y políticos capitalistas
afirman buscar el crecimiento, y
también permitir una mayor acumulación
de bienes para cada individuo.

Pero lo esencial es definir lo
que realmente mueve la economía
capitalista. Al capitalista no le importa
desarrollar o destruir producción
si con cualquiera de las dos
acciones genera beneficio, porque
es éste y no cómo conseguirlo lo
que mueve su economía. Tampoco
le preocupa la cantidad mayor o
menor de bienes que queden en
manos de la gente en sí misma: si
desarrolla el consumismo es tan
sólo como un medio para ampliar
sus ventas y beneficios; pero de
nuevo, ante situaciones de caída de
venta de su producción, destruirá
una parte de la misma antes que
entregarla para satisfacer necesidades,
pues el objetivo es preservar
la tasa de beneficio, no el aumento
del consumo en sí.

En periodos de desarrollo, la forma
normal de obtener este beneficio
es la “reproducción ampliada de
capital” que analizaba Marx, que
supone un incremento constante de
la producción. Pero no siempre es
así. Hemos vivido la aplicación de
los acuerdos de la UE sobre las cuotas
de producción en el sector primario,
con subvenciones por vaca
sacrificada o por hectárea abandonada,
acompañadas de un discurso
“ecologista” sobre la recuperación
de hectáreas de bosque. De
nuevo la pregunta era: ¿crecer a
toda costa como objetivo o mantener
el margen de beneficio? Y la respuesta
es sin duda la segunda.

En épocas de crisis como la actual,
el discurso dominante es la reducción
drástica de la producción,
con cierres de fábricas y despidos
masivos, y ya no digamos cuando
nos empuja a guerras. El capitalismo
ha salido de las crisis profundas
o estructurales con una enorme
destrucción de fuerzas productivas.
Si un patrón debe optar entre el
crecimiento de la producción (más
consumo para la población) y el
crecimiento del beneficio, no dudamos
que decrecerá la producción
y pedirá al consumidor que
se “apriete el cinturón”.

Esa falsa identificación de ‘capitalismo
= crecimiento o mayor consumo
individual’ lleva a la fácil pero
equivocada conclusión de que
‘anticapitalismo = decrecimiento’.
Pero ese enfoque –como veremos
más adelante- desarma la resistencia
contra los planes de destrucción
de puestos de trabajo y de capacidad
productiva de las fábricas que
impulsa el capitalismo en épocas de
crisis como la actual, o sirve para
justificar los recortes salariales que
la patronal intenta imponer.

2.- ¿Vivimos por
encima de nuestras
posibilidades?

Hay una segunda afirmación sobre
la necesidad de empezar un decrecimiento,
al menos en los países
imperialistas, que es la siguiente:
“reducir la producción y el consumo
porque vivimos por encima de
nuestras posibilidades, porque es
urgente cortar emisiones que dañan
peligrosamente el medio y porque
empiezan a faltar materias primas
vitales”. (4)

Podemos acordar en la necesidad
de exigir medidas para limitar
las emisiones contaminantes y que
reduzcan el consumo de materias
primas. Pero ¿realmente vivimos por
encima de nuestras posibilidades?
El problema de las generalizaciones
–como el de las medias estadísticas-
es que reparten el consumo
entre todos por un igual. Y esta formulación,
así expresada, elimina
sustancialmente las diferencias de
clase, y entre imperialismo y pueblos
semicoloniales. Para nosotros
el problema es que unos consumen
mucho mientras otros, por el contrario,
pasan hambre o precariedad.

Para la mayoría de la población y
de los pueblos del planeta lo que se
impone no es el despilfarro, sino las
terribles hambrunas y enfermedades
que empujan a millones a la inmigración
poniendo en riesgo sus
vidas. La respuesta de los
decrecentistas es que se debe hablar
de desarrollo y no de crecimiento;
pero la realidad es que sin un
crecimiento real del consumo en
muchas vertientes, esta población
está condenada. Y ahí no vamos a
hacer nosotros la lista de lo que sí
pueden tener y lo que no, pero más
adelante volveremos sobre este
tema. Serán los propios pueblos y
trabajadores/as quienes, rompiendo
con la dependencia del imperialismo
y las multinacionales, puedan
definir cuáles son sus propias necesidades
y cómo cubrirlas.

Pero hay una segunda parte de
ese razonamiento que se aplica a
los países imperialistas. En el informe
anual sobre Protección e Integración
Social del Ejecutivo comunitario,
marzo del 2009, se constata
que el 24% de la población del
Estado español vive en la pobreza
o tiene un grave riesgo de caer en
ella. Esta terrible situación de deterioro
es consecuencia de que en
los últimos años la parte de riqueza
que se queda el trabajador no ha
dejado de decrecer pasando a
manos del capital. Entre los trabajadores
–particularmente entre
inmigrantes y jóvenes- se ha
precarizado al extremo el empleo,
llegando a no poder comprar o alquilar
un piso. Así pues, para la clase
trabajadora, al menos para un
amplio y creciente sector de la misma,
nosotros reclamamos más estabilidad
laboral y mejores salarios,
y esto se traduce en mejorar su
capacidad de consumo.

3.- La crisis actual.

Hay otro peligro del argumento de
que “vivimos por encima de nuestras
posibilidades”, y es que facilita
la versión de la ideología dominante
de la crisis actual, una crisis que
sólo ellos y la lógica del propio capitalismo
han provocado, pero de la
que nos quieren hacer responsables.
Nos explican que la crisis
arranca de las hipotecas subprime:
que los bancos prestaron a trabajadores
pobres para comprar viviendas
–unos trabajadores que querían
vivir “por encima de sus posibilidades”-
y que el error de la banca
fue prestarles. Ahora, para explicar
las medidas que descargan la crisis
sobre los trabajadores (despidos,
recortes del salario directo e indirecto)
explican también que hemos
vivimos “por encima de nuestras
posibilidades” y ahora toca apretarnos el cinturón.

No fueron los trabajadores/as pobres
los que provocaron esta enorme
crisis. Lo que ocurre es que el
modo de producción capitalista genera
por sí mismo una contradicción
que al final se vuelve irresoluble.
Marx la llamó tendencia a la crisis
de sobreproducción o de
sobreacumulación de capitales. El
responsable no es el consumo excesivo
por parte de la población, sino
la incapacidad del capital de reproducirse
manteniendo una tasa de
beneficio, porque para mantenerla,
mientras con una mano aumenta
la producción, con la otra hunde la
capacidad de consumo de la población
trabajadora.

El problema no es que vivamos
por encima de nuestras posibilidades,
sino que hay un aumento
de las desigualdades que se vuelve
monstruoso: entre países, entre
clases, e incluso entre sectores
de una misma clase.

4.- La huella
ecológica y el
agotamiento de
recursos.

Pero aun no hemos contestado
al otro gran argumento que justifica
el decrecentismo, la “huella
ecológica” de una determinada población, que viene definida como “el
cálculo de la cantidad de agua y tierra
requerida de forma continua para
producir todos los bienes consumidos
y para asimilar todos los residuos
de una población” (5). Si los
6.800 millones de personas del
mundo tuvieran el nivel de vida de
la clase media de EE.UU. se precisarían
5, 6 o 7 tierras para asegurar
su consumo, según diversos
autores. En otras palabras que no
hay tierra (energía, agua, materia
prima…) para tanta gente, al
ritmo de consumo de los países
desarrollados.

En efecto, los estudios sobre hidrocarburos
y el cenit del petróleo,
o sobre algunos importantes minerales
básicos de procesos productivos,
indican que estos recursos se
agotarán. Sin
embargo hay
mucha disparidad
cuando se
precisan las fechas
límite y el
rendimiento de
extracción a
costes no excesivos.
Pero ciertamente
el capitalismo
y su sistema
de producción
nos llevan
al desastre,
en esto estamos
completamente
de acuerdo. Carlos Taibo define
la situación: “…nos movemos -
si así se quiere- en un barco que se
encamina directamente hacia un
acantilado, lo único que hemos hecho
en los últimos años ha sido reducir
un poco la velocidad sin modificar,
en cambio, el rumbo” (6). Las
diferencias se manifiestan de nuevo
en el qué hacer ante esta situación.

Los decrecentistas ponen el
acento en hacer decrecer la producción
como tarea prioritaria, para
algunos como tarea única. Pero
esos esfuerzos no modifican tampoco
el rumbo del barco, quizás sólo
frenen su velocidad. Para nosotros
la tarea es tomar el control del barco
de manos de los monopolios y el
imperialismo, así pues se trata de
organizar la rebelión, la revolución que les impida seguir conduciendo
el mundo hacia el desastre, a la barbarie.

En los años treinta nuestros abuelos,
en la guerra civil, respondieron
a otra grave crisis capitalista (la del
29 y la Gran Depresión) iniciando
una revolución, tomando las fábricas
y poniéndolas al servicio de las
necesidades de los y las trabajadoras,
y estudiando este proceso decidieron
multitud de medidas de
reconversión, integración de empresas…
al servicio de las clases populares.

Ese es el camino. Es imposible
pensar que con el capitalismo
vamos a detener el proceso de destrucción
de la naturaleza, que tiene
una dimensión planetaria y global.
Hay que integrar en la lucha de
clases la denuncia de los desastres
ecológicos, la defensa del
medio, como un elemento más
para combatir el capitalismo.

5.- Decrecimiento y
nuevo
malthusianismo.

Pero si no ponemos en el centro
acabar con el capitalismo, la afirmación
de que no hay recursos suficientes
para tanta gente porque lleva a la
destrucción del planeta, conduce necesariamente
a un nuevo
malthusianismo, en el sentido de que
aquí sobra gente, que es la otra forma
de igualar la ecuación entre población,
consumo y recursos disponibles.
Malthus (1766-1834) pastor anglicano
y economista, aseguraba que
el crecimiento de la población mundial
iniciado por la revolución industrial
era muy superior a las posibilidades
limitadas de crecimiento económico
y que si no se limitaban los
nacimientos o se dejaba morir a los
pobres se conducía, inevitablemente,
a la destrucción de la Humanidad.
“Un hombre que nace en un
mundo que está ya completo -escribió
Malthus en su “Ensayo sobre
la Población”-, si no puede obtener
de sus padres la subsistencia que
justamente les pide, y si la sociedad
no necesita de su trabajo, no
tiene ningún derecho a reclamar la
más mínima porción de alimento y,
de hecho, está de más. En el gran
banquete de la naturaleza, no existe
un cubierto para él”.

Pero no hace falta que las ideas
malthusianas se formulen de esa forma. Cansados estamos de escucharlas
para justificar leyes de extranjería:
que aquí no cabemos todos
y que hay que impedir la entrada
de inmigrantes… aunque en sus
países se mueran de hambre.
Los decrecentistas, lo formulen
abiertamente o no, terminan llegando
a posiciones malthusianas. De
un lado, en cuanto se plantea el
decrecimiento simplemente como
remedio a la “huella ecológica”, se
condena como mucho a la supervivencia
a poblaciones enteras,
como Raúl García-Durán “Se trata
de que esos países se puedan
desarrollar como ellos quieran,
siempre que sea para satisfacer
sus auténticas necesidades, que
como dice otro de los economistas
de un país empobrecido, el chileno
Max Neff, son: afecto, creación,
entendimiento, identidad, libertad,
ocio, participación, protección
y subsistencia, y no para el
crecimiento de sus satisfactores o
bienes materiales con que intentamos
materializar su satisfacción, los
cuales muchas veces van contra
la satisfacción real”.

Pero aún y así, esto es insuficiente
pues la población tiende a crecer.
Sin hacer escarnio de títulos como
el del artículo del referente del
decrecentismo, Serge Latouche,
de que “Hay que tirar al niño antes
que el agua de la bañera” (“Il faut
jeter le bébé plutôt que l’eau du
bain” Les Nouveaux Cahiers de
l’IUED, 14, publicado 06/2003),
quien teje el hilo lógico que
une decrecentismo y
malthusianismo es otro de
los teóricos decrecentistas,
Ivan Illich, cuando afirma
que “La honestidad obliga
a cada uno de nosotros a
reconocer la necesidad de
una limitación de la procreación
(y) del consumo”.

Dado que las sociedades
desarrolladas son poblaciones
envejecidas o en vías
de envejecimiento, está
claro que a quien hay que
limitar la procreación es a
los países pobres donde
mayores son los índices de
natalidad.
Contra esas tendencias
hay que responder que la
propia experiencia demuestra
que el mejor
“control de natalidad” es la
mejora de las condiciones
de vida que permita no necesitar del hijo/a para sobrevivir.

Esto ocurrió en el estado español.
Eran costumbre, hace poco más
de cincuenta años, las familias con
muchos hijos/as especialmente en
el campo, no por deporte, aunque
ciertamente la ideología oficial y la
iglesia lo promocionaban, sino porque
el hijo era un instrumento de
sustento en los trabajos del campo.
Lo mismo ocurre hoy en la mayor
parte de países semicoloniales:
son los hijos los que ayudan a sobrevivir.
En la medida en que esa
necesidad se acaba, la limitación
se produce de forma natural. En
los países más desarrollados de Europa,
esta tendencia se estabilizó
aún antes que en el estado español.

6.- ¿El carro
delante de los
bueyes?

Escribe Taibo: “Hablando en plata,
lo primero que las sociedades
opulentas deben tomar en consideración
es la conveniencia de cerrar
- o al menos de reducir sensiblemente
la actividad correspondiente-
muchos de los complejos
fabriles hoy existentes. Estamos
pensando, cómo no, en la industria
militar, en la automovilística, en
la de la aviación o en buena parte
de la de la construcción... –la cita
sigue y la seguiremos analizando en
el apartado del sindicalismo.

Antes de hablar de cuánto hay que producir o dejar de producir
para satisfacer las necesidades
sociales, hay que discutir en manos
de quién está la producción,
quién decide qué producimos y
para quién. En el marco actual ni
siquiera se puede definir cómo reorientar
la producción, qué parte es
superflua y producto de los medios
de la publicidad capitalista. No se
conoce en cuánto se reducirían las
necesidades energéticas y en cuanto
aumentaría su eficiencia si los
recursos destinados hoy a la industria
de armamento y a su investigación
se destinaran íntegramente a
la industria civil. Para empezar,
como señala el propio Taibo, los instrumentos
oficiales de medida de la
riqueza en términos del PIB o de la
renta son engañosos, porque en el
capitalismo no se mide la riqueza o
la producción en relación a las necesidades
de la población, sino que
se establece una contabilidad de la
compra-venta de mercancías.

Alguien puede pensar que no importa
el orden de estos dos factores:
acabar con el capitalismo y comenzar
una reestructuración de la
producción, pero el orden de los
factores sí altera el producto, pues
la mayor parte de las medidas que
ponen por delante la reducción de
nuestra capacidad de consumo y
la aceptación del cierre de fábricas,
reducción de sueldos… en esta época
de crisis, coinciden con planteamientos
que hace la propia patronal
para mantener el sistema capitalista
y suponen una depauperación
a las clases populares. Hasta
que no sean los trabajadores mismos
quienes controlen y decidan
sobre la producción no apoyaremos
la reducción de la capacidad
de producción destinada al consumo.
Obviamente eso no quiere
decir que determinados sectores
puedan ser reconvertidos en su
producción, acercándola a las necesidades
sociales y ambientales
para asegurar la continuidad de
los puestos de trabajo.

7.- ¿Dos
alternativas al
sistema?

Latouche, referente indiscutido del
decrecimiento, lo define como una
“revolución cultural que lleva una
refundación de la política” lo cual implica
“pasar de consumidores esclavos
a ciudadanos responsables”
(7). Con este criterio, es lógico que
la gran mayoría de las propuestas
para decrecer sean pautas de conducta
individuales: sobriedad, austeridad,
no consumo, reevaluar (revisar
los valores), reconceptualizar
términos como riqueza y pobreza,
reestructurar, relocalizar, redistribuir,
reducir, reutilizar y reciclar. Más que
acabar con el capitalismo, la propuesta
de la mayor parte de los
decrecentistas es construir una
realidad paralela, con menos trabajo,
más local y autosuficiente, en
la que –como dice Luis Gonzálezde
forma voluntaria debemos
“autolimitarnos con un modelo de
vida más austero” (8).

Por el contrario, como en los años
30, de lo que estamos hablando
nosotros es de un cambio sustancial
de la distribución de la riqueza
y de poner su control en manos
de los trabajadores, antes de
decidir si esa riqueza es excesiva
o no. Estamos hablando de la necesidad
de una revolución que continúe
la tarea iniciada hace 70 años.

8.- Volviendo atrás
la rueda de la
historia.

Entre quienes apoyan el decrecimiento
hay corrientes muy variadas.
Para unos se trata de regresar a
economías de subsistencia, sin lavadoras,
ni neveras, ni coches, cultivando
uno mismo su huerto y
atendiendo sus necesidades básicas…,
pero sin llegar a ese extremo,
la tendencia a la autarquía económica
es recurrente en casi todas.
Taibo explica “la rotunda primacía
de lo local sobre lo global en un escenario
marcado, en suma, por la
sobriedad y la simplicidad voluntaria”
(9) como un medio de regresar
a la tierra, reducir el gasto energético
del transporte… Con el objetivo,
como define Luís González, de “una
tendencia paulatina hacia la autosuficiencia
desde lo local.”

Nosotros veríamos ese repliegue
para limitar la vida y los medios de
producción y consumo al ámbito
local, como un repliegue de la historia
hacia varios siglos atrás. Para
nosotros el problema no está en
acabar con el comercio mundial
para así ahorrar en transporte, sino
en que la internacionalización de la
economía en manos del capitalismo
fue utilizada para obtener el
máximo beneficio sin importar las
consecuencias (hambre,
desertización,…), y supone la expoliación
de pueblos y su sometimiento
a los planes imperialistas.

La discusión está en el modo de
producción. Si el objetivo del sistema
productivo se dirige a la satisfacción
de las necesidades y respeta
a los pueblos por igual, en un
sano internacionalismo de clase, es
un elemento muy progresivo. Desde
esa perspectiva no son negativos
el intercambio, la posibilidad de
aprovechar las mejores condiciones
de producción, de compartir los recursos
del planeta que se dan en
unas zonas y en otras no, así como
el contacto entre pueblos, que necesariamente
lleva aparejado un
gasto de energía en transporte. Esa
forma de encarar la sustitución del
sistema capitalista por otro que acabe
con el expolio imperialista de los
pueblos, debe permitir inmediatamente
que éstos recuperen sus tierras
fértiles (hoy destinadas a monocultivos para la exportación) y sus
recursos naturales, poniéndolos al
servicio, en primer lugar, de satisfacer
sus propias necesidades, sin
que ello sea contradictorio con que
se produzcan excedentes para
intercambiar con otros pueblos en
régimen de igualdad. Este planteamiento
actuará por sí mismo como
un reductor de las necesidades de
transporte actuales. Del mismo
modo, será desde la propiedad colectiva
de los medios de producción
y las relaciones de igualdad entre
los pueblos desde donde se podrá
decidir si determinados procesos
productivos es más económico
mantenerlos concentrados, aunque
comporte gastos de transporte, o
si la técnica actual permite descentralizarlos
y acercarlos a los consumidores.

No siempre la producción
en pequeña escala es
energéticamente más eficiente.
Hablando de los países
semicoloniales vemos más claramente
este aspecto de retorno al
pasado. Taibo, recurriendo a
Latouche para formular su programa
para los países semicoloniales,
contiene buena parte de esa
añoranza:”romper con la dependencia
económica y cultural con
respecto del norte; reanudar el hilo
de una historia interrumpida por la
colonización, el desarrollo y la
globalización, reencontrar la propia
identidad, reapropiar ésta, recuperar
las técnicas y los saberes tradicionales,
conseguir el reembolso de
la deuda ecológica y restituir el honor
perdido.”

Compartimos la ruptura con la
dependencia imperialista que permita
reencontrar la propia identidad y
el honor perdido -aunque no sabemos
quién perdió más el honor en
el proceso colonial. Pero falta un
elemento decisivo. ¿Por qué recuperar
sólo las técnicas y los saberes
tradicionales? En todo caso si estamos
contra el monopolio de la
técnica y del saber en manos de
las multinacionales lo que hay que
hacer es poner a disposición de los
pueblos el conocimiento y la técnica
actuales para hacerlas universales.
Lo que, por otro lado, sería retornar
una deuda histórica, puesto
que los logros de las multinacionales
no son sino producto del expolio.
Expropiar estos conocimientos
y ponerlos al servicio de los pueblos
y nacionalizar los recursos supondría
de por sí una racionalización
productiva.

Y serán estos pueblos los que libremente
elijan qué saberes de la
técnica tradicional y de la actual
ponen en práctica, del mismo modo
que serán ellos quienes decidan su
desarrollo y fijen sus necesidades.
Luchamos contra la explotación
y opresión inherentes al modo de
producción capitalista, pero esa lucha
no impide reconocer el enorme
desarrollo de las fuerzas productivas
que éste ha permitido. La
solución no pasa por el retorno al
pasado, sino por aprovechar sus
mejores desarrollos y ponerlos al servicio
de un nuevo modo de producción
que responda planificadamente
a las necesidades y las limitaciones.

9. ¿Quién decide la
lista?

Luis González Reyes, de
Ecologistas En Acción, nos lleva a
la siguiente identificación: “una sociedad
sostenible será aquella que
cubra las necesidades (reales, no
ficticias) de toda la población presente
y futura mediante una relación
armónica con el entorno.”
¿Quien se atribuye la potestad de
definir qué es una necesidad real y
qué una necesidad ficticia?
No nos corresponde a los del “norte”,
en función de nuestra experiencia
o sobre los criterios de lo que
es útil y lo que es superfluo, ser
quienes vayamos a dictar las formas
y los límites del desarrollo de
otros. Este mecanismo ya lo hemos
vivido con otras expresiones,
por ejemplo cuando, desde las
ONG’s del llamado “norte”, se dictaba
qué necesidades debían ser
cubiertas, con qué prioridades o
cómo se debían comportar… en el
Sur.

Dado, además, que en muchos
artículos aparecen atisbos de lista,
mucho nos tememos que sean
esos teóricos decrecentistas quienes
vayan a completarla para decir
a unos y otros cuáles han de ser
sus necesidades reales,… no sabemos
si nos lo dirán por internet, por
TV o por paloma mensajera.

10. Sindicalismo y
decrecimiento.

Cuando las teorías se bajan a la
práctica es cuando se pueden apreciar
en su verdadera dimensión.
Taibo –en la cita iniciada en el
apartado 6- habla con claridad de
que hay que aceptar “la conveniencia
de cerrar -o al menos de reducir
sensiblemente la actividad correspondiente-
muchos de los complejos
fabriles hoy existentes. Estamos
pensando, cómo no, en la industria
militar, en la automovilística,
en la de la aviación o en buena parte
de la de la construcción.” También
afirma que hay que tener una
política para la recolocación de los
despedidos en otros sectores y que
“Importa subrayar que en este caso
la reducción de la jornada laboral
bien podría llevar aparejadas, por
qué no, reducciones salariales,
siempre y cuando éstas, claro, no
lo fueran en provecho de los beneficios
empresariales.”

No estamos hablando aquí sólo
para el sindicalismo en las grandes
empresas de la automoción como
SEAT o Wolskvagen, sino también
para el de los cientos de empresas
pequeñas y medianas que están en
el sector y son subsidiarias de las
grandes marcas. En estos últimos
años hemos vivido una ofensiva de
destrucción de empleo y cierre de
fábricas, de exigencia de reducciones
drásticas de sueldos con el
chantaje de nuevos despidos. Esto
ha tenido en muchos casos su concreción
en EREs.

¿Cuál es la lógica que propone el
decrecimiento ante esa situación?
¿Habrá que aceptar los EREs patronales
asociados a reducción de
la producción o cierres de fábricas,
porque el fin está del todo justificado
aunque las motivaciones puedan
ser distintas? En el marco de la
empresa capitalista, ¿cómo se pueden aceptar reducciones de sueldo
(aunque estén asociadas a reducción
de tiempo de trabajo) sin que
la parte del sueldo que el trabajador
deja de percibir quede en manos del
empresario?

11. Socialismo o
Barbarie

Marx escribía en El Capital que el
capitalismo “agota al mismo tiempo
las dos fuentes de donde brota
toda riqueza: la tierra y el trabajador”.
Y ese agotamiento, unido a
las crisis de sobreproducción inherentes
al sistema, le llevaba a definir
una disyuntiva que no es “decrecimiento
o crecimiento”, sino
socialismo o barbarie.

Efectivamente, el capitalismo nos
empuja al abismo. Es más, está
echando al abismo a millones de
personas que mueren por hambre,
enfermedades y en condiciones de
miseria extrema. No basta con
empezar a construir un mundo paralelo
basado en el decrecimiento,
porque el mundo es único y o nos
hundimos o nos salvamos todos
y todas.

Socialismo es poner el control
del poder político y económico
en manos de la mayoría
trabajadora, permitir
racionalizar la producción
planificando, decidir colectivamente
las prioridades.

Un sistema económico
basado en la
igualdad y respeto entre
pueblos. No negamos
el avance que permite
integrar las distintas economías
–las aportaciones de todos los trabajadores/
as- , los descubrimientos
científico-técnicos, en el marco de
un sistema económico mundial, al
servicio de las necesidades de la
población y respetuoso con el medio.
Las sociedades y la tendencia
al desarrollo de las fuerzas productivas
(la humanidad, la naturaleza,
la técnica), junto a la lucha de clases,
han sido el motor de la historia.
Nosotros no creemos que esa
historia se haya acabado. Mejorar
las condiciones de vida de los trabajadores/
as del mundo exige un
enorme desarrollo de la técnica para
permitir cubrir las necesidades con
el mínimo tiempo de trabajo y con
la menor huella ecológica posibles,
con el objetivo último de que cada
uno pueda consumir según sus necesidades.

A más tiempo que pervive el capitalismo
mayor es el sufrimiento
de los trabajadores y capas populares,
más cerca estamos de
grandes catástrofes ecológicas.
Por eso es urgente la tarea de
acabar con este sistema económico
y levantar en su lugar otro
nuevo. El punto más débil que tenemos
los trabajadores/as para lograr
ese objetivo es la debilidad de
las organizaciones políticas y sindicales
revolucionarias, que no se
contentan sólo con frenar la velocidad
del barco sino que quieren cambiar
el curso. Es por ello que en la
lucha contra la crisis, los cierres y
los despidos, los recortes salariales
y de servicios sociales, las teorías
del decrecimiento desarman ideológicamente
la resistencia obrera y
sindical y alteran las prioridades y
los objetivos necesarios para concentrar
todos los esfuerzos en deshacernos
cuanto antes del capitalismo.

Notas

(1) Carlos Taibo. Profesor de Ciencias
políticas de la UNAM. “Doce preguntas
sobre el decrecimiento” Libre
Pensamiento n. 61. Primavera 2009.

(2) Raúl García-Durán. Profesor de
Economía Aplicada de la UAB. “A favor
del decrecimiento”.

(3) Luís González. Miembro de
Ecologistas en Acción. “La práctica del
decrecimiento”. Libre Pensamiento n.
61. Primavera 2009.

(4) Carlos Taibo obra citada.

(5) Meadows D.H. –Meadows W.
–Randus J.: “Más allá de los límites del
crecimiento” Aguilar 1993. Citado por
Raúl García en el artículo mencionado.

(6) Carlos Taibo obra citada.

(7) S. Latouche: “Petit tractat del
decreixement seré” Institut del Territori
2008.

(8) Luís González. obra citada.

(9) Carlos Taibo obra citada

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