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Mercados: Pinchando el globo

Víctor Messeguer, 30 de mayo de 2010




En las últimas décadas, el carácter
parasitario del capitalismo ha
impulsado un grandísimo crecimiento
de deudas sin respaldo, y
este nuevo capital servía para
ampliar las diferencias de renta
entre clases y entre estados. Las
familias, las empresas, los estados,
se hallan ahora en una situación en
la que los ingresos (que han
bajado) no son suficientes en
muchos casos para pagar gastos y
deuda. Los capitales, ricos, burguesía
y estados capitalistas se
están dedicando a cerrar negocios
cuya previsión sea de pérdidas
continuadas o de menores ganancias,
o están obteniendo rescates
de dinero público y en algunos
casos están cambiando el papel–
moneda, acciones y/o bonos por
bienes tangibles que los protejan
de un crack: oro, tierras fértiles o
urbanizables, concesiones mineras,
plantas industriales. Pero de estos
bienes tangibles, unos están
subiendo de precio por las compras,
y otros están bajando por la
crisis y los cierres.

La crisis, si se prolonga, aparte
del sufrimiento a los trabajadores
y trabajadoras, el paro y el
abaratamiento del precio del trabajo,
va a provocar una concentración
de capitales con la que
los más poderosos podrán adquirir
parte de los bienes productivos
y de vida de los que se verán
desposeídos: las familias y los
capitales medianos y pequeños.

Estas conductas cazadoras y
carroñeras de los capitales se
producen tanto cuando «las cosas
van bien» como cuando «las
cosas van mal». De hecho,
cuando dicen que van bien se
está alimentando ya la crisis de
varias maneras. Una de ellas es
lo que los marxistas llamamos «el
cambio en la composición orgánica
del capital» que significa que
la producción es posible con una
proporción creciente de capital,
tecnología y energía y con menos
trabajo humano. Si esto no
se corrige produciendo productos
y servicios en función de las
necesidades sociales y no del
beneficio, y redistribuyendo las
rentas repartiendo el trabajo, se
produce un estreñimiento: los trabajadores
y trabajadoras, empobrecidos
y endeudados o en paro
no pueden pagar para proveer sus
necesidades y va «sobrando» capacidad
productiva en un proceso
que se puede convertir en un
círculo vicioso y a lo que podemos
llamar depresión para resumir.
Otro factor que en las épocas
buenas prepara las malas es
el uso de recursos naturales por
una economía dirigida con criterios cazadores y carroñeros y sin
planificación ni prioridades sociales
o ecológicas.

Ahora hay sobreproducción de
capital, a lo cual el capitalismo históricamente
ha respondido con
destrucción de fuerzas productivas
para volver a crear artificialmente
la escasez, como en las guerras, y
así poder reconstruir. Esta destrucción
implicaría la caída en la pobreza
de millones de trabajadores y trabajadoras,
el cierre y
desmantelamiento de miles de fábricas...
pero también tienen que
destruir billones de dólares y euros
y otras monedas que no tienen respaldo.
Una parte de esa destrucción
de capital puede producirse en
la bolsa: lo que vale 100 puede llegar
a valer 1, o puede desaparecer
el mercado de un determinado producto,
es decir, que ese producto
no pueda venderse por falta de
compradores. Y puede ocurrir con
unos cuantos cracks o como se
desinfla un globo con lentitud durante
años, o en una combinación.

¿Estamos al principio o al final de
ese proceso de quemar capital?
Algunas estimaciones indican que
desde el principio de la crisis se ha
quemado menos del 10% del capital
sin respaldo. O sea, la crisis está
teniendo la forma de varios cracks
con un desinfle de globo entre ellos
y estaríamos al principio, no al final,
a menos que el capitalismo consiga
una recuperación – que sería
coyuntural – con el incremento de
la explotación de los trabajadores.
Pero esa «recuperación» representaría
más crisis para nosotros los
trabajadores y trabajadoras.

Para entender el tema de la deuda
de los estados, de los bancos,
de las empresas y de las familias,
deberíamos tener un mapa de
quién tiene la deuda de quién. En
estos esquemas que han empezado
a publicarse de manera parcial,
se observan fenómenos como que
un estado tiene déficit con presupuestos
de defensa desorbitados y
con un fraude fiscal generalizado de
los ricos, que no pagan impuestos.

Ese mismo estado paga rescates
a bancos y empresas, los avala, y
aumenta la garantía del estado sobre
los depósitos por si quiebra el
banco. Todo eso produce una mayor
deuda de ese estado, que al
emitirse es comprada por bancos privados que cogen el dinero prestado
por el banco Central Europeo
a un interés regalado. Un negocio
redondo, pues obtienen intereses
superiores para esa deuda. Más
tarde, por razones ciertas o por
especulación se teme que ese estado
no pueda pagar sus deudas.
Se organiza un fondo de rescate
de la UE de 0,75 billones de euros
que a su vez aportarán los estados,
aumentando su deuda, que
volverán a comprar los bancos privados.
Resumiendo, se sale de situaciones
de «no llegar a fin de
mes» por medio del aumento de los
créditos, aunque con todas las operaciones
acaban ocurriendo dos
fenómenos: primero, que la deuda
incobrable se va trasladando a los
estados, y segundo, que esos mismos
estados que tienen menos ingresos
a causa de la crisis, aumentan
su déficit y se pretende rebajar
los gastos sociales de las cuentas
públicas y hacer reformas laborales
para rebajar salarios y condiciones.

Pero estos planes de ajuste
son recesivos: deprimen la economía,
ha sido así en todos los países
donde se han aplicado (para ampliar,
véase «La doctrina del
Shock», de Naomi Klein). ¿Qué es
lo que no encaja? Que no somos
una gran familia. La burguesía cazadora
y carroñera pretende salir
de su crisis comiéndonos.
La economía tiene que ponerse
al servicio de las necesidades de los
trabajadores y trabajadoras, y para
ello planificarse asignando prioridades.
Resistirnos a pagar los platos
rotos es ir en la buena dirección.

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