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Haití

Ocupación, cólera y elecciones

Cristina Mas, 9 de diciembre de 2010




Hartos de miseria y de represión,
decenas de miles de
haitianos se han levantado
estas últimas semanas contra
las tropas de la Minustah, la
fuerza que bajo la bandera de
la ONU mantiene una ocupación
con mano de hierro. La
epidemia de cólera y unas
elecciones fraudulentas son los
últimos capítulos de esta
historia de expolio y opresión.

A casi un año tras del terremoto
que mató 250.000 personas, los
afectados continúan malviviendo en
campamentos faltos de servicios
básicos. El balance de la operación
de ayuda internacional es nefasto,
aún y con todo el show mediático
que llevó a muchísima buena gente
a hacer su donación a las grandes
ONG. Lo demuestran los casi dos
mil muertes por un brote de cólera
(una enfermedad muy fácil de parar
con unas condiciones higiénicas
mínimas) que está fuera de control.
La gota que hizo derramar el vaso
y desencadenó las movilizaciones,
fue el resultado de los análisis médicos,
que certificaban que la cepa
del virus provenía del sudeste asiático
y que el foco se encontraba en
el río Artibonite, justo junto al campamento
de cascos azules del
Nepal. Las autoridades de la ONU
se negaron a investigar el caso.

La noticia corrió como la pólvora
y estallaron las movilizaciones. Primero
en Cap-Haïtien, dónde la gente
cortó carreteras y se enfrentó a
pedradas con las tropas de ocupación.
La represión de los soldados
de la Minustah y la policía haitiana
acabó con dos muertos. Dos días
más tarde, el 18 de noviembre, coincidiendo
con la conmemoración
de la batalla de Vertières (1803), un
hito del proceso de independencia
contra el colonialismo francés, miles
de manifestantes respondieron
al llamamiento de 13 organizaciones
populares, entre ellas el sindicato
Batay Ouvriye. La manifestación,
al grito de «Minustah: Cólera»
fue disuelta y reorganizada varias
veces hasta que, ante la respuesta
de los refugiados del campamento
de Champs de Mars, que no se escaparon
de los gases lacrimógenos,
los soldados acabaron huyendo.

Para explicar esta reacción hace
falta recordar el papel que las tropas
de la ONU han jugado desde
1994, cuando Bill Clinton, con el
apoyo de Francia, el Canadá y Chile,
envió en Haití 12.000 soldados
para asegurar el golpe de estado
que derribó al primer presidente elegido
democráticamente, Jean
Bertrand-Aristide. En los
años de ocupación de la
ONU el país se ha hundido
todavía más en la miseria
(es el más pobre de América
Latina) y se ha demostrado
a los ojos de todo el
mundo que los objetivos reales
de la misión internacional
no eran traer la paz y la
estabilidad sino garantizar
que las grandes multinacionales
textiles obtienen enormes
beneficios de las fábricas
establecidas en las «zonas
francas», libres de impuestos,
donde los trabajadores
ganan menos de
dos euros al día y no existen
derechos sindicales.
Más o menos como en
China, pero sólo a 1.000
kilómetros de la costa de
Florida.

Los soldados de la ONU
no sacaron la gente de
debajo los escombros
cuando el pasado 12 de
enero un terremoto borró
del mapa valles enteros.
Tampoco han sacado de
la intemperie el millón y
medio de personas de la
capital, Puerto Príncipe,
que siguen en los campamentos
convertidos en
favelas permanentes. No
han traído trabajo ni las prometidas
ayudas al desarrollo:
sólo ha llegado el 2%
de lo que prometió la conferencia
de donantes. Los
cascos azules sólo han
traído dos cosas: la represión
y el cólera.

La farsa de las elecciones

Las elecciones presidenciales previstas
para febrero se tuvieron que
atrasar por los efectos del terremoto.
Finalmente se celebraron el pasado
28 de noviembre. La misma
ONU cifró la participación en un
40% y doce de los diecinueve candidatos
pidieron la anulación de los
resultados por un fraude masivo
orquestado por el presidente saliente
René Préval. Finalmente, la Inté, el partido en el poder, reconoció
la derrota y los dos candidatos
de la oposición más bien situados,
retiraron las denuncias
de fraude cuando se los aseguró
la presencia en la segunda
vuelta, programada para el 15
de enero.

Pero más allá del fraude (la
prensa internacional presente el
día de las elecciones y muchos
observadores internacionales
denunciaron numerosas irregularidades
pero la Organización
de Estados Americanos dio por
bueno el proceso), estas elecciones
han sido una farsa porque
se han dado bajo ocupación
y tutela, sobre todo de los
Estados Unidos. Como afirma
Batay Ouvriye en su declaración
«Estos ‘grandes amigos’ que delante
del planeta entero se hacen pasar ‘por la comunidad internacional’,
aceptaron las más sucias
maniobras, organizaron las peores
malversaciones. Su papel en el proceso
fue determinante. Primero por
el peso político que les otorga el
hecho de dar (o no) el dinero para
que las maniobras respondan estrictamente
a sus intereses [...] y en
segundo lugar por la presencia de
los 12.000 soldados de la Minustah,
muy bien equipados en cuestión de
represión». Las elecciones estaban
teledirigidas: el choque del partido de
gobierno y los opositores fue más
aparente que real. No había diferencias
en los tres temas centrales para
el país: ninguno de los candidatos
cuestionaba el régimen de ocupación,
ninguno se hacía eco de la reivindicación
de aumento del salario
mínimo, y ninguno de ellos adelantaba
medidas de reforma agraria.

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