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Balance de diez años de guerra

EEUU empantanados en Afganistán

Cristina Mas, 29 de enero de 2011




Diez años tras la invasión
norteamericana de Afganistán
y el imperialismo no consigue
imponer su orden. Tras haber
ordenado el envío de 30.000
soldados más y la puesta en
marcha de una brutal ofensiva
con aviones no tripulados en
el lado paquistaní de la frontera,
Obama responde al malestar
interno hablando de
empezar la retirada en julio
próximo para pasar el control
al ejército afgano en el 2014,
pero no consigue estabilizar el
gobierno títere de Karzai. El
2010 tiene el récord de víctimas
civiles, mientras la insurgencia
se extiende fuera de
sus feudos tradicionales del
sur y el este y ahora está
presente en todo el país.

La llegada de Obama al poder no
fue ninguna buena noticia para el
pueblo afgano: más soldados, más
gasto en armamento, más muertes
y métodos más brutales, como
el uso sistemático de los llamados «drones» (aviones sin piloto equipados
con misiles y que, comandados
desde los EE.UU., bombardean
poblaciones para liquidar dirigentes
talibanes que actúan en la frontera
con el Pakistán, país con el cual,
oficialmente, los EE.UU. no están
en guerra). Esta era la receta de
los demócratas norteamericanos
para acabar con la guerra. El resultado
es, hoy, que para la inmensa
mayoría de los y las afganesas,
la situación es mucho peor que bajo
los talibanes. Preguntado por el incremento
del número de víctimas
civiles (más de dos mil el año pasado,
frente a 711 soldados extranjeros),
el portavoz de las tropas de
ocupación de la ISAF, el brigadier
general Josef Blotz, respondió con
un cínico «antes de mejorar, desafortunadamente
la situación ha de
empeorar».

En la reunión cumbre de Lisboa
del noviembre pasado, la OTAN
acordó poner fin a las operaciones
de combate y dejar la seguridad en
manos del ejército afgano el 2014.
Obama anunció que empezará a
retirar las tropas el próximo mes de
julio, en un intento de parar las críticas
a una guerra que ni en los EE.UU.
se sostiene con los argumentos por
los que empezó: liquidar el régimen
que se negaba a entregar a Bin
Laden y poner fin a la base operativa
de Al-Qaida. Diez años después
poca gente cree que la ocupación
de Afganistán tenga nada a ver con
el 11S. Las motivaciones son muy
diferentes: la posición estratégica del
país en el continente asiático, los planes
de construcción de oleoductos,
las enormes reservas de litio, uranio
y otros minerales estratégicos y el
negocio del opio.

Que el imperialismo está lejos de
controlar Afganistán lo reconocen
dos informes de 16 agencias de inteligencia
norteamericanas que se
filtraron poco después de que
Obama anunciara en diciembre una
«nueva» estrategia para Afganistán.
Contra el discurso optimista del presidente,
los informes certifican el
aumento de la actividad de la insurgencia
y cuestionan que la guerra
se pueda ganar sin un apoyo
claro del Pakistán. A la vez, los miles
de documentos filtrados por
Wikileaks demuestran que en estos
diez años los EE.UU. han dilapidado
300.000 millones de dólares en
Afganistán, donde los talibanes son
más fuertes y el gobierno de Karzai
cada día más débil.

Karzai, el títere incapaz
En un régimen dónde la corrupción
es generalizada y el fraude sistemático
(como se manifestó en las
últimas elecciones), Hamid Karzai es
incapaz de cumplir la tarea para la
cual los EE.UU. lo llevaron al poder.
Con un gobierno lleno de señores
de la guerra y de la droga, que incluye
sectores tanto o más
fundamentalistas que los talibanes,
Karzai intenta evitar el descrédito
absoluto dentro el país criticando los
ataques de la OTAN que causan víctimas
civiles. Según la Red de
Analistas Afganos, la mayoría de
afganos/as ve al gobierno como
«moral y políticamente ilegítimo».
Además de los talibanes, otros grupos
armados funcionan en el país,
poniendo a la población bajo un fuego
cruzado de mafias, narcotráfico y
secuestros. El investigador norteamericano
Alfred McCoy define a
Afganistán, en un documentado artículo,
como «un narcoestado corrupto», que obliga a los y las
afganesas a pagar sobornos que llegan
a los 2.500 millones de dólares
cada año, el equivalente al 25% del
PIB. También se habla de una
«narcoeconomía» que produce el
93% del tráfico de heroína mundial.
El texto recuerda que «el opio surgió
como fuerza estratégica en el
medio político afgano durante la guerra
secreta de la CIA contra los soviéticos».

De hecho, cuando los
EE.UU. se apoyaron en la Alianza
del Norte para acabar con el régimen
talibán ya se sabía que se trataba
de un movimiento fuertemente
vinculado al opio. El servicio
antinarcóticos ruso considera que el
cultivo del opio en Afganistán mueve
65.000 millones de dólares el año,
de los cuales 500 son para los cultivadores
afganos, 300 para los
talibanes y los 64.000 restantes para
la mafia de la droga (sólo un 6% de
estos se quedan en el país; el resto
va al extranjero, principalmente a
Rusia, Europa y los EE.UU.). Esto
en un país donde el PIB no supera
los 10.000 millones de dólares.

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