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Crisis de refugiados

Del horror de Siria a los muros de Europa

Lucha Internacionalista, 10 de septiembre de 2015




La guerra de Siria ha salpicado el corazón Europa. Era inevitable. Hace cuatro años que el régimen de Bashar Al Assad comenzó a reprimir a sangre y fuego el levantamiento popular que reclamaba libertades y justicia social. Cuatro años de bombardeos con barriles de dinamita y armamento químico sobre los barrios rebeldes. El pueblo sirio, además de enfrentarse a esta máquina de guerra, ha visto crecer el Estado Islámico como una quinta columna infiltrada en el territorio de la revolución y aún, desde el año pasado, los bombardeos de la coalición encabezada por los Estados Unidos y los países del Golfo.

Toda esta violencia tenía que acabar llegando a una Europa que prefería mirar hacia el otro lado, con el silencio de los gobiernos (y de la mayoría de la izquierda), que han dado la espalda al pueblo sirio. Una Europa que se llena la boca dando lecciones al mundo de libertad y democracia, mientras levanta muros contra las familias que huyen de la guerra y las empuja a las manos de las mafias y las rutas de la inmigración clandestina.

La ola expansiva de la guerra de Siria llegó en forma de refugiados, hace dos años, a los países de la trinchera de la «seguridad» europea.

Italia fue la primera. La principal ruta de salida de Siria era a través de Líbano hacia Egipto y de allí a Libia, para cruzar el canal de Sicilia, donde se encontraban con los africanos que huían de la dictadura de Eritrea o de la violencia en Somalia o Nigeria1. Entonces los gobiernos europeos derramaron lágrimas de cocodrilo en Lampedusa, tras el naufragio de una patera con 800 muertos, en octubre de 2013. «Si no queréis muertos en el mar, poned un ferry de Trípoli a Roma» decía una pancarta en la manifestación de los habitantes de la isla italiana ante las autoridades europeas que la visitaban. El dispositivo de rescate que montó Italia entonces sin ninguna ayuda de la UE se detuvo un año después por falta de fondos (parece que 9 millones de euros mensuales para salvar 600.000 vidas no son lo suficientemente «rentables»: hay muertos de segunda, tercera o cuarta categoría).

La tragedia se repetía este año, en abril y agosto, y los parias del mar continúan muriendo ante las costas italianas. Esta vez las lágrimas de cocodrilo de los gobiernos europeos no sirvieron ni siquiera para que aceptaran la propuesta de la Comisión Europea de repartir 60.000 refugiados sirios en cuotas de acogida.

De Lampedusa a los Balcanes

Mientras continúan llegando pateras a Italia, el foco se ha trasladado este verano a Grecia y los Balcanes. La dictadura de Al Sissi en Egipto y la guerra en Libia complican aún más la ruta del Mediterráneo central. Además, muchos sirios que se habían refugiado en la vecina Turquía con la esperanza de poder volver pronto a casa, ven que el conflicto se eterniza y deciden reunirse con sus familiares en Europa o América. Como no se les reconoce el estatuto de refugiado, también deben pagar las mafias o arriesgarse en precarios botes inflables para cruzar el corto trayecto entre la costa turca y las islas griegas de Kos o Lesbos. Aquí dejó la vida el pequeño Aylan Kurdi, su hermano Galip y su madre, Rihan. La foto de la criatura de 3 años que las olas habían vuelto a arrastrar hasta una playa turca conmocionó al mundo.

Su historia es la de cientos de criaturas sirias anónimas. A finales de julio, el gobierno de Syriza en Grecia, inmerso en su propia crisis, alertó que no podía manejar la llegada de refugiados, que llegaron hasta 50.000 en una semana. Y ésta era sólo la primera estación del camino hasta el corazón de Europa. Un camino que pasaba por los gases lacrimógenos del ejército en la frontera con Macedonia, el penoso paso por Serbia, el muro erigido por el gobierno del ultraconservador Viktor Orban en Hungría, hasta llegar a Austria en los camiones de la muerte y Alemania, o los países del norte de Europa, que aún demandan mano de obra joven y barata. Toda una carrera de obstáculos para unas familias que, según la propia ley europea, deberían merecer protección internacional.

La Europa que levanta muros y alimenta la extrema derecha convirtiendo la llegada de varios miles de refugiados, que era previsible y perfectamente gestionable, en un espectáculo dantesco, que alimenta la falsa imagen de una avalancha ingobernable ante la que hay blindarse. Todo un regalo para la extrema derecha que se envalentona, ya sin complejos, incluso Alemania, donde los neonazis han incendiado varios centros de acogida de refugiados.

El sufrimiento y el drama de estas familias se podría haber ahorrado con un poco de previsión y recursos, porque en Europa llegan sólo las salpicaduras de la verdadera crisis humanitaria: la que se vive en Siria, en primer lugar, y muy directamente en los países vecinos (Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto acogen 4 millones de refugiados sirios, mientras que en toda Europa no se han instalado más de 350.000).

Solidaridad, con los que huyen ... y con los que se quedan

Con el lema «los refugiados son bienvenidos», la movilización popular desde Lampedusa hasta las playas de Kos o en las calles de Viena es la mejor respuesta a la reacción de la extrema derecha. Acoger los refugiados, abrir rutas seguras para que puedan llegar a Europa y estar aquí en condiciones dignas hasta que puedan volver a casa es un imperativo moral y un antídoto a los populismos. Hay que exigir la derogación del tratado de Schengen y las leyes de extranjería, defendiendo el derecho de los jóvenes y los trabajadores a moverse por el mundo para conseguir una vida mejor.

Pero propuestas como la de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que propugna una red de ciudades de acogida, no pasan de las buenas palabras y el lavado de cara de una izquierda que, aún ahora, no se atreve a encarar la raíz del problema.

La actual crisis de refugiados en Europa tiene una causa fundamental: el régimen de Bashar al Asad en Siria, que está masacrando un pueblo, y mientras esta masacre no se detenga, el Mediterráneo se continuará llenando de muertos y el oportunismo de extrema derecha seguirá creciendo. Y eso quiere decir que la solidaridad con los que huyen se queda corta si no se acompaña también de la solidaridad con los que se quedan, con los comités populares, las protestas en la calle, la lucha de los kurdos, y también la resistencia armada contra un ejército que sólo se sostiene gracias al apoyo militar de Irán y Rusia. La solidaridad con la revolución siria, que además, tiene que luchar en un doble frente contra las fuerzas oscurantistas del Estado Islámico y las potencias regionales que se han infiltrado en esta guerra por intereses propios que no tienen nada que ver con los del pueblo sirio.

Como dice la Declaración de Estambul, firmada el 12 de julio por una decena de organizaciones de izquierdas de Siria, Líbano, Palestina, Turquía, Europa y América Latina, «Denunciamos la Europa fortaleza, que condena a la muerte a miles de refugiados, incluidos muchos sirios que huyen de la masacre y no tienen más remedio que arriesgar sus vidas en el Mediterráneo, que se ha convertido en la fosa común más grande del mundo: los parias del mar se ahogan o se convierten en los esclavos del siglo XXI en una Europa castigada por la crisis económica. Además de una tragedia humanitaria, se trata fundamentalmente de un problema político«.

Notas:

1. Según ACNUR, el 34% de migrantes llegados en Europa hasta junio de 2015 eran sirios, un 12% afganos, un 12% eritreos, un 5% somalíes y un 5% nigerianos.

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