Los bombardeos de Putin sobre Siria suponen una escalada de violencia en apoyo del régimen criminal de Bashar Al-Asad, que desde hace cuatro años reprime a sangre y fuego las fuerzas revolucionarias.

No hay duda de que el principal objetivo de las bombas rusas no han sido las posiciones del Estado Islámico, sino los rebeldes que luchan en un doble frente, contra los fundamentalistas y contra el ejército del régimen. Putin se implica más en Siria porque las tropas de Al-Asad no han dejado de retroceder en los últimos meses y su posición ya era insostenible. Hoy interviene dando cobertura aérea al régimen en la ciudad donde se juega el destino de la revolución: Alepo.

Putin quiere ser un actor clave en Siria para garantizarse sus intereses en el país y sobre todo para tener una carta negociadora con la UE y EEUU en Ucrania, y es el pueblo sirio quien paga el precio. Putin impone una política de hechos consumados en defensa de Asad y todo el mundo calla, al contrario, las reuniones de altos mandos rusos y americanos son para no entorpecerse mutuamente los ataques. Ahora se hace más evidente que nunca lo que hace años que denunciamos: que todo el mundo quiere impedir el triunfo de la revolución siria. EEUU, Rusia, Irán, Francia, Turquía, las monarquías reaccionarias del Golfo, todos tienen sus intereses específicos y hasta confrontados en la zona, pero tienen un denominador común: derrotar la revolución siria y evitar que la caída de otro tirano en el mundo árabe reactive la ola revolucionaria, que hoy pasa por el momento más difícil.

Mientras Al-Assad siga en el poder, habrá más refugiados y más fundamentalismo, y por eso denunciamos la operación de blanqueo político al que ahora se somete al verdugo de su pueblo, desde Madrid o Londres, para justificar que habrá que negociar con él una transición política.

Mientras, en Europa siguen llegando decenas de miles de refugiados, que ahora además de todos los obstáculos, deberán enfrentarse al frío. Se deben denunciar las leyes de extranjería y acogerlos con los brazos abiertos, y exigir a las administraciones que les garanticen plenos derechos y una estancia digna. Y además tenemos que defender lo que para ellos es lo más importante: poder volver a casa. Por eso decimos fuera Bashar, fuera del Estado Islámico y fuera todos los bombardeos