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La UE colabora con los «guardacostas» libios para atrapar (o dejar morir) a los migrantes en el Mediterráneo

Lucha Internacionalista, 5 de junio de 2018




Después de las lágrimas de cocodrilo de la UE con el naufragio de 2013 en Lampedusa o la imagen del pequeño Aylan Kurdi muerto en una playa de Turquía, los estados europeos y la UE están colaborando en la muerte, desaparición o el regreso ilegal de los migrantes que salen de Libia para intentar llegar a Europa.

Es el precio macabro de la llamada política de externalización de fronteras, que no es otra cosa que subcontratar la vigilancia fronteriza en países terceros que no tienen ningún respeto por los derechos más elementales y que contienen, como sea, a sus poblaciones (o las de sus vecinos), sometidas al expolio de los imperialismos europeos y los regímenes que colaboran con ellos. Hace dos años fue Turquía quien se encargaba de blindar las fronteras del este de Europa (Grecia y Bulgaria) del éxodo de la gente que huye de las guerras de Siria, Irak y Afganistán. El precio eran seis mil millones de euros y el silencio de Europa ante la deriva autoritaria de Erdogan y las masacres contra los kurdos. Después continuaron con los acuerdos con países del África subsahariana (Níger, Mali), que reciben financiación europea para la formación de policías, vehículos para interceptar la gente que busca agua en el desierto, y mecanismos para organizar el regreso de los deportados.

En la cumbre de la Valetta de noviembre de 2015, los estados miembros de la UE y sus colaboradores africanos constituyeron el Fondo Fiduciario europeo de Emergencia para África, dotado de 2.820 millones de euros, el 95% de los cuales salen de las partidas de cooperación y ayuda humanitaria. En septiembre de 2016 con el nuevo Marco de Asociación en Materia de Migración se añaden 3.350 millones más que sirven para financiar el trabajo sucio de los estados africanos en tareas de control migratorio.

La estrategia no es nueva: sigue el modelo que implantó Rodríguez Zapatero tras la llegada de migrantes de África Occidental con cayucos (canoas tradicionales de pesca) en Canarias y que se conoció como Plan África.

Es en este marco que se establece la cooperación de la UE con el gobierno de Trípoli. Decimos el gobierno de Trípoli y no con Libia porque desde la intervención de la OTAN que pretendía poner bajo control la revolución de 2011, Libia es un estado fallido. Tres gobiernos se disputan el control del territorio y el de Trípoli, reconocido por la ONU y la UE, sólo tiene presencia en un tercio del país. El autoproclamado primer ministro y jefe de Estado, Fayez Al Sarraj, quiere ganar puntos ante Roma y la UE ofreciéndose como el nuevo policía fronterizo de la UE. El objetivo es volver a la situación anterior a 2011, cuando Silvio Berlusconi -y Aznar- invitaban con grandes fastos al Muammar el Gaddafi, que firmaba acuerdos de amistad con Italia para contener la inmigración. Entonces le regalaron seis fragatas para equipar a sus «guardacostas», las mismas barcas que ahora amenazan los migrantes y las ONG de rescate.

Así la UE arma, entrena y financia una milicia armada que actúa con el nombre de «guardacostas»: El programa europeo de formación de los «guardacostas» de Trípoli tie- ne un presupuesto de 46 millones de euros y ya han participado más de un centenar de efectivos. Son los mismos que amenazaron de muerte a los voluntarios de Open Arms si no les entregaban las mujeres y los niños que acababan de rescatar de una patera el pasado 15 de marzo. Los mismos que el 1 de abril se llevaron a 90 hombres que la ONG SOS Mediterranee intentaba rescatar, los mismos que interfirieron en un rescate de la ONG alemana Sea Watch el 6 de noviembre, con el resultado de al menos 5 muertos, los mismos que en agosto dispararon tiros al aire y secuestraron el Golfo Azurro, el otro barco de Proactiva Open Arms, durante horas.


Estos son sólo los testimonios de las ONG: lo que no sabemos es qué pasa con la gente que estos «guardacostas», coordinados desde el Centro de Rescate Marítimo de Italia, capturan en el mar cuando interceptan una patera. No son rescates, son cacerías de inmigrantes en alta mar, y en aguas internacionales. Es otra forma de las llamadas «expulsiones en caliente», por parte de estados europeos, que vulnerando los derechos más básicos de migrantes y refugiados les obligan a regresar al lugar de donde intentan huir sabiendo que allí arriesgan la vida. Como hace España con Marruecos en las vallas de Ceuta y Melilla.

Así se entiende que el Open Arms ha quedado inmovilizado a petición de la fiscalía italiana en un puerto de Sicilia. Porque el objetivo es silenciar a los testigos, que no sepamos qué pasa en el Mediterráneo, de la misma manera que no sabemos qué pasa en el desierto del Sahara.

Y es que, en el fondo, el objetivo no es que no lleguen migrantes en Europa. Primero porque es imposible, pero sobre todo porque el mercado los reclama. Una mano de obra joven ... y esclava. Despojada de cualquier derecho. Primero deslocalizaron las fábricas para llevarlas a países con condiciones laborales mucho peores. Pero hay sectores económicos que no se pueden trasladar: la construcción, los servicios, la prostitución ... y es aquí donde hay que hacer al revés: importar mano de obra del Sur, que trabaje con las condiciones del Sur y no pueda protestar. Los controles fronterizos no sirven para frenar la inmigración, sino para seleccionarla (sólo llegan los más fuertes y los más capacitados) y para suministrar trabajadores atados de pies y manos a la economía sumergida. Los traficantes de mujeres de Nigeria ahora llevan a Europa niñas de 12 y 13 años: cuentan que compiten con las rubias de Europa del Este con niñas africanas cada vez más jóvenes, porque es lo que demanda el mercado europeo.

Y para redondear el negocio aún se puede sacar rédito político. Si los migrantes antes eran víctimas inocentes que tenían que despertar pena (no solidaridad), ahora son la carne de cañón de una guerra contra quien llega de «fuera», que es sinónimo de no sujeto de derechos, como si haber llegado « primero «supusiera tener un estatus superior. Una guerra de fronteras que genera grandes beneficios para las mismas industrias que se enriquecen con la guerra convencional. La deriva securitaria y de recorte de derechos y libertades que se alimenta del miedo al otro, tan bien instrumentalizada. Porque el miedo ha sido siempre un gran instrumento para hacer política. Tenemos miedo y nos rodeamos de vallas. La pregunta es, entonces, si no somos los de este lado los que quedamos encerrados en una prisión.

Cristina Mas

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