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Artículos de actualidad sobre Ucrania



NI VIOLENCIA PATRIARCAL, NI OPRESIÓN COLONIAL. LAS TRABAJADORAS CON LA RESISTENCIA PALESTINA.



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EconomÍa planificada dirigida por los trabajadores y trabajadoras

¿Liberalismo o proteccionismo?

Víctor Messeguer, 5 de mayo de 2009




Cesado el vicepresidente y
ministro de economía, Solbes,
poco más de un año después
de las elecciones generales que
ganó el PSOE con el mensaje
de que la economía iba bien;
250.000 millones de euros en
ayudas y avales a la banca
después del alarde de Zapatero
de que el estado español tiene
un sistema financiero de los
más sólidos de occidente, y
con la primera Caja intervenida
(de hecho, insolvente), el Banco
de España empieza a admitir
que no veremos una «recuperación» en mucho tiempo.

Casi 500.000 trabajadores y
trabajadoras han ido al paro en
los tres primeros meses de
2009 (lo que es una fuerte
aceleración respecto al millón
de nuevos parados en todo el
año 2008). 1.500.000 de trabajadores
y trabajadoras no
tienen ningún ingreso. Y es
muy probable que la falsificación
estadística esté aumentando,
pues no ligan los
débiles porcentajes oficiales de
disminución del PIB con la
bajada de consumo de gasóleo
de automoción, cemento, la
caída de las ventas minoristas,
la bajada de producción
industrial y la de los servicios.

Llevamos camino en este 2009
de estar cerca de las máximas
tasas de desempleo alcanzadas
en la transición y después
de las olimpiadas del 1992,
alrededor del 20%

Las direcciones de los sindicatos
mayoritarios CCOO y UGT
se afanan en contener las
movilizaciones, en impedir su
coordinación y en apoyar al
gobierno. No es un detalle
menor que el ex-secretario
general de CCOO, Hidalgo,
apoye la candidatura del partido
UpyD de Rosa Díez para las
elecciones europeas, y que
ahora trabaje para una empresa
propiedad del presidente del
diario derechista ABC.

¿Liberalismo o
proteccionismo?

La economía que llaman de libre
mercado nunca ha alimentado correctamente
a la humanidad, ni la
emplea para acceder a unas condiciones
de vida y trabajo dignas.
No lo hace ni ahora que entra en
crisis ni cuando tiene éxito. No
se trata de un fracaso, sino que
no son estos sus objetivos. Su
objetivo confesado es conseguir
el máximo beneficio en el
menor tiempo posible. La
economía socialista y la capitalista
son dos economías
distintas, una para
atender a las necesidades
humanas y
otra para ampliar el
foso que separa la
burguesía de los trabajadores
y trabajadoras.
Pero el imperialismo
se ha cuidado
de hacer aparecer
como inviable
cualquier alternativa al capitalismo.

Los medios de
los que se ha valido han
variado desde la retirada
de capitales
de un país, los
boicots, declarados o no, a su economía,
los embargos (revestidos de
legitimidad por la ONU) o la agresión
militar. Por otra parte, las dictaduras
estalinistas han sido otro
ejemplo que aparentemente demostraba
que no era posible el socialismo
en libertad.

El Tratado de Lisboa de la Unión
Europea, el intento de imponer una
política económica liberal si no por
la Constitución, sí por un Tratado,
intenta forzar la apertura de los
mercados de productos, servicios
y laborales. Fruto de esta apertura,
se desmantelan los servicios públicos,
los mínimos salariales y de
condiciones de trabajo y sectores
enteros cierran y «legalmente» no
pueden nacionalizarse. Recordemos,
antes del tratado, cómo se
impuso el cierre de los astilleros civiles
(no los militares) IZAR y se argumentó
que, aparte de la producción
militar, a la civil no podía ir dinero
público, pues Bruselas impedía
que «se falseara la libre competencia
». Bien, pues los estados de la
Unión Europea han destinado ya en
total 3 billones de euros en ayudas
a los bancos privados
de cada estado.

Históricamente, las potencias coloniales
han estado a favor de que
los territorios sometidos militar o económicamente
no pusieran ningún
obstáculo a la entrada de sus productos.
En cambio, cuando alguna
producción extranjera ha amenazado
la existencia de una producción
propia que no querían desmantelar,
estos mismos países partidarios del
liberalismo para los demás, han
puesto barreras arancelarias para
preservar su propio mercado. Ello no
sólo es cierto en la historia sino ahora
mismo en los EEUU de Obama.

Vemos muy gráficamente el efecto
del liberalismo en las economías de
los países del este. La pérdida de
control sobre su mercado provoca
el cierre de su producción, la explosión
del paro, la entrada de
ensambladoras con salarios
bajísimos, emigración, y ahora con la crisis, cierres de las
ensambladoras. Vemos otro efecto
del liberalismo en la especialización
de producciones agrícolas de países
dependientes, para la exportación,
mientras deben adquirir su propia
comida en el mercado mundial,
con lo cual la posibilidad de comer
está sujeta a las cotizaciones de lo
que venden y de lo que compran.

La política contraria a la llevada a
cabo en Japón, que ha mantenido
una agricultura subvencionada al
margen del mercado para producir
una parte de su alimento básico.
Pero el proteccionismo tampoco
es ninguna panacea. Históricamente,
las burguesías nacionales con
estado han preservado su mercado,
que coincidía con las fronteras,
para explotar ellas solas a los trabajadores
y trabajadoras tanto
como productores como consumidores.
El liberalismo, como parte de su
retórica, alaba la eficiencia y la productividad,
que en la práctica significa
que es más eficiente que una
sola fábrica –normalmente de capital
de países imperialistas– produzca
y sirva a una extensa región, que
no que en cada país haya fábricas
con capitales nacionales, para su
propio mercado. En el socialismo,
la producción seguramente también
se organizaría de manera internacional
en muchos casos, atendiendo
a las necesidades de las federaciones
de repúblicas socialistas y las
posibilidades sostenibles de exportación.
El problema del liberalismo
no es su carácter internacional, sino
su carácter de clase: está pilotado
por las burguesías, y sirve al intercambio
desigual impuesto por el
imperialismo.

Economía planificada
dirigida por los trabajadores
y trabajadoras

Resumiendo, la opción entre liberalismo
o proteccionismo es una
opción que las burguesías y el imperialismo
toman según conviene,
sin reparar en incoherencias, pues
no actúan por pureza ideológica,
sino por intereses. Hay contradicciones
entre diferentes burguesías,
e incluso entre sectores distintos de
la burguesía de un mismo estado.
Pero los trabajadores y trabajadoras,
tomados como clase mundial,
no podemos esperar salir del pozo
pilotados por las burguesías o sus
gobiernos, pues para salvarse ellos
tienen que hundirnos a nosotros.

Las dos medidas económicas
que resumen el socialismo serían
la nacionalización del crédito y de
los medios de producción (sin
indemnización) y la centralización
del comercio exterior.

Ha habido
regímenes burgueses que las han
implementado en parte, no en vano
Lenin se inspiró en la centralizada
economía de guerra alemana para
trazar los ejes de lo que debería ser
una economía planificada, pero no
orientada a la guerra ni bajo el control
burgués, sino orientada a satisfacer
las necesidades humanas y
bajo control de las organizaciones
de los trabajadores y trabajadoras.

Un país tan poco socialista como
Japón después de la segunda Guerra
Mundial, planificaba desde su
Ministerio de Industria la adquisición
de maquinaria cara en el extranjero,
cuidando de que los diferentes
capitalistas no duplicaran las compras
o se «olvidaran» una máquina
necesaria. En cambio, un ministro
del PSOE dijo que la mejor política
industrial es la que no existe. Era
una excusa para estar pasivo ante
el desmantelamiento industrial y su
recambio por ensambladoras, pues
está claro que si no planificamos
nosotros, ya nos planificarán las
grandes corporaciones.

En la fase de resistirnos a los despidos,
en la que la burguesía no nos
ofrece más que una prestación de
desempleo más corta o más larga,
seguidas de pobreza, desahucio y
miseria sin horizonte, y a los compañeros
inmigrados, con la amenaza
de confinamiento y expulsión,
la acción tradicional de la clase
obrera ha sido ocupar las fábricas
y los trabajos.

A diferencia de principios del siglo
XX, en los que distintas revoluciones
socialistas acometieron la industrialización
de sus países y consiguieron
las economías de escala,
optimizando el uso del capital, posteriormente
con la traición estalinista
de la revolución y la no extensión a
otros países, la internacionalización
productiva la está realizando el capitalismo.

Pero las producciones, la
localización, la desagregación de
actividades no están mandadas por
las necesidades humanas y los límites
ecológicos, sino por la producción
de mercancías para obtener
el máximo beneficio, la máxima
explotación de los trabajadores y
trabajadoras y la naturaleza. La producción
de un país no tiene que ver
con sus necesidades, y es dependiente
de una red de investigación,
diseño, productiva y comercial que
en el caso de los países dependientes
o imperialistas de segundo orden
como el estado español, se
halla fuera de sus fronteras. Para
acabar, tratados internacionales
como el de Lisboa (UE) y de la Organización
Mundial del Comercio
imponen la apertura del propio mercado y condicionan la compra de productos
o servicios, contratación o intervención
con dinero público.

No somos una gran familia la burguesía
y los trabajadores y trabajadoras

La burguesía entra en esta gran
crisis con los beneficios de los últimos
20 años privatizados en sus cuentas
personales, y la solución para ellos es
aquella que les permita saldar sus negocios,
despedir a los trabajadores y trabajadoras
y comprar bienes tangibles y
reales que crean que van a resistir la
catástrofe. Sus beneficios de 20 años
ya no están en las empresas, y, si durante
un año las empresa pierde dinero,
o lo preveen, cierran. Si sus fábricas
son de miles de trabajadores y trabajadoras,
cierran por fases, explicando
siempre que intentan hacerlas viables.

¿Pero qué horizonte tienen las fábricas
una vez ocupadas?

La CNT, en
la revolución de 1936 también tuvo que
intentar responder a esa pregunta. En
tiempo de pequeños talleres o de parcelas
pequeñas de tierra, la colectivización
implicó la unificación. En los latifundios,
lo contrario. En la actualidad, en
las fábricas y trabajos se producen productos
y servicios que habrá que replantear
y pertenecen a redes corporativas
desconectadas de las cuales son como
un juguete roto de un sistema del que
ya no formarán parte, y hay que dotarlas
de una nueva red. En 1936, la existencia
misma de la CNT, organización
con un millón de afiliados, era una de
las condiciones para que las diferentes
piezas productivas, de abastecimientos,
mal que bien y con las dificultades de
una revolución y una guerra, formaran
un sistema.

Nosotros decimos que hay que tomar
el estado con control obrero para ponerlo
al servicio de las necesidades de
los trabajadores y trabajadoras. Las ocupaciones,
si adquieren la voluntad de
permanecer en el tiempo tienen que
pasar a formar parte de un sistema. Un
sistema para asegurar el trabajo, la vida,
los abastecimientos, la sanidad, la enseñanza,
el mantenimiento de la infraestructura,
los servicios esenciales. Los
servicios públicos tienen que ser uno de
los núcleos de ese sistema, y desconectar
del gasto público las transferencias
a la Monarquía, la aristocracia, la
burguesía, el ejército y los cuerpos represivos.
Hay que desconocer los tratados
internacionales que nos obstaculicen
la supervivencia. Son acuerdos
entre burguesías hechos para garantizar
sus beneficios, no nuestra vida.

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